Capítulo XXI. Mujeres en Negro. El brebaje mágico de Tánger

El trayecto desde el aeropuerto de Fez hasta Marrakech se me antojó largo. Poco antes de llegar Fatine hizo una llamada y habló en árabe deliberadamente. Sin duda no quería que yo supiera de sus consignas, aunque al otro lado se oía una voz también de mujer.

–Vamos a mi casa sultán andalusí, acaba de comenzar tu fiesta de despedida.

Aquellas palabras que me inquietaban por un lado, me anticipaban hasta la excitación, algo que intuía, pero que sin duda en ese momento no acertaba a imaginar.

Shaina abrió la puerta con una sonrisa tan maravillosa como su  nombre. A su derecha y en la cocina Zareen preparaba algo que olía realmente delicioso. Salió a nuestro encuentro y enseguida estuvo todo dispuesto para la cena.

–Bueno sultán, –comenzó ceremoniosa Fatine—tras la cena debes tomarte un brebaje natural, que mantendrá tu vigor al máximo todo el tiempo. Ya sé lo que estás pensando. No vamos a drogarte, no te preocupes. Te necesitamos despierto  y activo. Luego te ducharás y te vistes solamente con la chilaba que hay en el baño. Después lo haremos nosotras. Saldremos vestidas con un burqa, y ya no hablaremos más. Habrá instrucciones que te indicaremos por señas y, si en un momento determinado adivinas quién es quién de nosotras, pasaremos al siguiente estado.

Oía sus risas en el baño,  mi imaginación y el brebaje hicieron el resto.

Salieron vestidas, completamente tapadas salvo las manos. Una llevaba una pluma de pavo real, otra de faisán y la tercera una que parecía de un ave rapaz. Se acercaron y entre las tres me despojaron de la chilaba. Alguna risita estuvo a punto de delatar a su emisora. Me tumbaron sobre la cama y empezaron a acariciarme con las plumas, de tal manera que a su gusto iban jugando con con mi cuerpo. Primero el faisán, después el pavo, luego la rapaz y por fin todas a la vez. Una sacó un antifaz y me lo puso. Así comenzaron los besos de una: lengua y saliva. ¡Oh dios! Luego siguieron los de otra y por último, algunas caricias de una lengua que conocía bien. Y por el orden y las manos, –un policía se fija en todo—que había visto antes y reconocía, creí tener la secuencia clara. Luego todas las bocas, todos los besos, todas las lenguas y todas las salivas se mezclaron y yo… Una música marroquí comenzó a sonar. Al ritmo de sus tambores fueron galopando sobre mí las tres, hasta que cada una alcanzó el éxtasis. Mi entrega y la turbación de mis sentidos salvo el de la vista, cercenada por el antifaz, no me impidieron adivinar que habían respetado la secuencia. Primero faisán, luego pavo real y por último rapaz. A ésta la conocía bien. Cada movimiento de cadera, cada suspiro…

Tomamos un receso y Fatine preguntó.

–Sin destapar tus ojos ¿puedes ordenar los nombres?

–Shaina, Zareen y tú.

–Has superado la prueba sultán. Puedes quitarte el antifaz, ahora pasaremos al siguiente estado. Eres nuestro y nosotras tuyas.

Sobre lo que ocurrió después, el caballero que llevo dentro no me permite escribir, aunque el truhan que convive con éste os lo contaría todo.

A la mañana siguiente emprendí rumbo a Tánger.

Víctor Gonzalez

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