Capítulo XXVII Mujeres en negro: El otro Destino

El otro destino.

Apenas hube entrado en casa me dirigí a la cocina y puse a hervir un par de huevos. Había venido soñando por el camino con una ensalada cargada de calorías con salsa de miel y mostaza.

Bajaba de cambiarme de ropa y de nuevo me vi saltando los escalones del último tramo de escalera de cuatro en cuatro, hasta la salita. Mi móvil sonaba sin parar, y por mis cálculos Diana ya debía de estar en casa. ¿Cómo sería su cara de sorpresa ante los incontables bouquets de flores que poblaban su salón? ¿Sería capaz de contarme lo sucedido durante la noche, aquello que yo no era capaz de recordar?

Tan seguro estaba que cometí el error de contestar sin fijarme en la pantalla.

–Dime cariño.

–Aupa. Te veo facilón policía. Ya lo creo que sí.

–Aitor, tienes que perdonarme. ¿Cómo estás?

–Sorprendido. Sin duda no era mi voz la que esperabas. Pero cuando te diga que te llamo para invitarte a comer, creo que tendrás para mí también alguna palabra de afecto.

Aitor estaba cumpliendo a la perfección mi recomendación de no mencionar el dinero a través del teléfono. El acuerdo era que me invitaría a comer, y lo haría como mucho con un día de antelación, para no tener el dinero líquido en su poder demasiado tiempo. He aprendido a no fiarme ni de mi sombra, y nadie me asegura que desde Marruecos no han puesto escuchas, e incluso algún seguimiento para pegarle el palo.  Estábamos hablando de mucho dinero, todo en billetes de 50.€ y fuera del circuito legal: un verdadero caramelo de 29 kg..

–Incluso en ayunas mereces todo mi afecto y lo sabes Aitor.

–No se hable más, quedo a la espera de tu llamada. Hasta la vista.

Me senté a devorar la ensalada con la que soñaba desde hacía una hora, y mientras compré el billete de Vueling para el vuelo del día siguiente a las 11,25. am, destino Bilbao. Reservé para recoger en el mismo Aeropuerto de Sondica un Opel Astra de los de Herz y con todo terminado, me senté en el sofá a esperar la llamada de Diana.

Quedarse traspuesto tras la comida es uno de los placeres más dulces para un soltero, sin embargo despertarse solo y con la casa en silencio, en ocasiones se convierte en inoportuno, sobre todo, si la llamada que esperas no se acaba de producir cuando supones que se va a producir.

Para mi colección de pistas inexistentes debía añadir que eran cerca de las ocho de la tarde. Seguramente habría dormido muy poco la noche anterior, y ahora el cuerpo me pedía descanso. ¿Qué habría ocurrido durante la noche? Sed y cansancio eran síntomas patognomónicos de borrachera, pero también podían serlo de otras cosas.

Por fin sucumbí a la tentación y llamé a Diana. Me estaba obsesionando y era una debilidad inusual en mí. Tardo en coger la llamada.

–Hola.

–Diana… ¿Estas en casa?

–Que va. No he podido pasar aún. Estamos muy liados preparando una feria y he comido aquí con los compañeros. De hecho ahora vamos a cenar todos juntos; el jefe nos invita. ¿Cómo estás?

–No sé qué contestarte. Mañana me marcho a Bilbao y te hubiera propuesto que me llevaras al aeropuerto pero…

Empezaba a descubrir mi flanco de un modo que no me gustaba nada. Sin duda Diana que era larga lo captaría, y sin saber lo que había pasado entre nosotros la noche anterior, me volvía a sentir tan desnudo como por la mañana.

–Uff, estoy muerta. Prefiero que nos veamos a tu vuelta. Tenemos algunas cosas de las que hablar. Buen viaje precioso.

Aquella despedida enigmática no me tranquilizaba precisamente. Decidí distraerme preparando el equipaje, y olvidar momentáneamente el asunto. Lo que tuviera que ser sería, y a mi vuelta ya tendría tiempo de descubrirlo.

 

Víctor Gonzalez

 

Sobre Víctor Gonzalez 13 artículos
Escritor madrileño aunque sevillano de adopción. Periodista. Vocal de Asociación Literaria Aljarafe. Comunicador y conductor de programas de radio, sobre literatura en Radiópolis. Ha recibido diversos premios y publicado novela juvenil, novela negra y relatos.

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