Capítulo XXXV. Mujeres en Negro: Bonjour mon amour

Algo me avisó de que arrojarme a la pasión sin medida podía ser un error. Puse la bandeja sobre la cama y me senté esperando alguna indicación por su parte, algún gesto que me invitase a quitarme la ropa, o tal vez, que empezara a desembuchar sobre que hacía en su casa esa ingente cantidad de dinero. Alargó la mano hacia la bandeja y comenzó a juguetear con una servilleta de papel sin dejar de mirarme ni de sonreír, pero todo en silencio. Por fin me decidí con cautela.

–Qué hermosa eres…

Parecía haber estado esperando este momento para vengarse con la dulzura de lo servido en frío.

–Y tú ciego todos estos años.

–Tienes razón Diana, y yo ciego –concedí– pero el presente es el único camino cierto, ni pasado ni futuro; presente.

Sus piernas seguían cruzadas, y había cubierto su pecho con la almohada. Tomaba ahora alternativamente sorbos del zumo de naranja que le había exprimido momentos antes en la cocina, y mordisqueaba la tostada con mantequilla y mermelada de fresa que proclamó como su favorita a los 16 años. Definitivamente tenía que explicar lo del dinero, y me dispuse a ello.

–Este dinero lo he traído del norte. Forma parte del encargo que me han hecho. Dentro de un par de semanas –mentí— tendré que llevarlo a su destino. Ya me conoces, es dinero sin relación con drogas ni sangre. Es el pago de unas comisiones.

–¿Corrupción?

–No exactamente. La corrupción es el robo de un porcentaje del dinero público, a cambio de facilitar en determinada dirección que las cosas ocurran. En este caso es una operación mercantil entre particulares.

–¿Y por qué no hacen una transferencia?

–Porque es dinero fuera del cauce legal, no paga impuestos salvo mis honorarios por llevarlo, que en cierto modo es un impuesto digamos… necesario.

–¿Y si te pillan?

-.Lo honorarios están justificados con el riesgo. De hecho no he ido a mi casa por precaución. Nadie sabe que estoy aquí, y con ello, el dinero y yo estamos mucho más seguros.

–¿Y yo que gano con todo esto?

–Me tienes contigo –sonreí–  ¿te parece poco? No te preocupes que sabré ser muy generoso.

Por el momento pareció conforme con mis explicaciones, aunque conociendo su instinto de cazadora, digamos que en realidad lo que se acababa de establecer entre nosotros era una tregua informativa.

Se levantó con movimientos gatunos y comenzó a vestirse de espaldas a mí: El tanga más diminuto nunca imaginado de un negro azabache , un vaquero gris bien entallado, y un sweater de lino en blanco roto, maravillosos para llevar sin sujetador. Se calzó los zapatos de un tacón imposible como solía llevar, esta vez en una especie de loneta negra con detalles en charol y entró en el baño a retocarse el pelo.

Al salir me tiró dos besos desde lejos, uno por mejilla como en la canción, y dejó en el aire un lánguido –no vendré a comer.

Mi decisión de partir rumbo a Marruecos cuanto antes, previo paso por la roca, ya estaba tomada incluso antes de la conversación que acababa de tener con Diana. Tanto dinero era un peligro, aunque estuviera en una dirección oculta que bien podría acabar siendo descubierta en pocos días. Sé bien que estas cosas funcionan así, y que al calor del dinero se despiertan los sentidos, y las inteligencias crecen, sobre todo cuando como en este caso, es dinero que no existe.

Busqué entre los contactos de mi móvil el de Fatine y pulse el icono de llamada.

–Bonjour mon amour –fue su respuesta cálida.

 

Vicente Gonzalez

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