CONCEPCIÓN ARENAL Y JESÚS DE MONASTERIO, UN AMOR PLATÓNICO , por José Ramón Saiz Viadero

Díez años antes de la desaparición del maestro Jesús de Monasterio, el 4 de febrero de 1893 había fallecido en Vigo su pariente lejana Concepción Arenal, con la cual tuvo una excelente relación durante una parte de su existencia común, manteniendo también una correspondencia que, por lo menos en lo que se refiere a las misivas enviadas por la escritora y licenciada en Derecho, se conserva en parte. Poco antes de su desaparición, la escritora envió un retrato suyo de cuerpo entero al músico, que se conserva en la familia de éste. Y con motivo de la defunción de Concepción Arenal, Monasterio escribirá  a su hijo Fernando:

Además, por mi parte, mandé celebrar una misa a la que asistió mi familia y en la que mis hijas y yo recibimos el sacramento eucarístico, ofreciéndolo todo en sufragio del alma de nuestra muy querida e inolvidable difunta”.

A pesar de la gran importancia de la obra de Jesús de Monasterio y lo desconocido de muchos de los pasajes de su existencia, constan pocas aportaciones biográficas, aunque sí gran parte de la profusa correspondencia que el novelista mantuvo con otros músicos de su tiempo.

Según el crítico Leopoldo Hontañón, la relación con Concepción Arenal se remonta al año 1857, cuando el violinista a pesar de sus solo veintiún años gozaba ya de los triunfos en España, recién regresado de París, y había sido nombrado profesor titular del Real Conservatorio madrileño. Pero cuesta mucho pensar que la jurista no hubiera tenido, cuando menos, noticias de la existencia de este niño prodigio de la música cuando de joven vivió en Armaño con su familia paterna.

Álvarez asegura que fue Jesús de Monasterio quien, al morir el marido de la escritora, intercedió con el director de La Iberia para que siguiera publicando los trabajos de ésta, con resultados tan dudosos como una rebaja en el sueldo. Así que ella decide regresar a Liébana, acompañada de sus dos hijos, donde escribe el ensayo titulado “¿De dónde venimos, a dónde vamos?”, que permanece inédito: en el verano de 1858, ya se encuentra viviendo en la casa de Monasterio en Potes.

 

Porque, según recoge en su última semblanza José Montero Alonso: “En la sencilla vida de Potes, la revelación de Monasterio es el acontecimiento de que se habla en las tertulias y las cocinas, en las paseatas por la Serna, en las charlas de las largas veladas invernales. Los lebaniegos están siempre deseando escuchar al pequeño, y en cuanto hay ocasión, le llaman. Le buscan para fiestas y bailes. Y un día va con su violín a la romería de Santo Toribio, junto al monasterio”.

 

Concepción Arenal Ponte nació en El Ferrol el 31 de enero de 1820. Era la mayor de las tres hijas que tuvo el matrimonio formado por el teniente coronel de infantería lebaniego Ángel José Aniceto del Arenal y de la Cuesta con la gallega Concepción Ponte Tenreiro, casados ambos en El Ferrol. Su padre había comenzado en su juventud la carrera de Leyes, pero con sólo 18 años en 1808 durante la guerra de Independencia cambió su destino al de militar para combatir a los franceses, siendo ya “Sargento Mayor y primer ayudante del Segundo Batallón del Regimiento de Infantería de Burgos”, al contraer matrimonio. Procesado en 1819 y absuelto, volvió a ser en 1827 cuando sufrió persecución y confinamiento debido a su condición de liberal y, finalmente, como consecuencia de las penurias pasadas, murió en el destierro en la aldea de Leiro, cerca de Puente de Eume, el 25 de enero de 1829. Según el escritor Pedro Álvarez, en 1820, coincidiendo con el nacimiento de su hija mayor, había publicado el libro Sistema militar de la nación española.

 

Escribe José María de Cossío: “De él se conserva manuscrito un tratado que titula Causas de la revolución española, que le muestra como muy informado político y observador que trata de explicarse las razones de las cosas mejor que como opositor a su inexorable corriente. Sus ausencias de Liébana, a las que no debió ser ajena su vocación política, le hicieron conocer en Galicia a la que fue su mujer, una ilustre dama, Ponte y Tenreiro de apellidos, y hermana del conde de Vigo, que tan lucido papel representó en el reinado de Isabel II. De este matrimonio fue hija Concepción Arenal, nacida en El Ferrol, pero nunca olvidada de este solar y casa que habitó frecuentemente, mucho más que Galicia, ya que pronto el centro de sus actividades estuvo en Madrid. En esta casa de Tudanca, donde escribo estas páginas, vive el recuerdo de las estancias en ella de Concepción Arenal, y aún me ha sido dado escuchar de tradición oral anécdotas y noticias de ella a mi abuela, que la profesó cariño muy intenso, y a los viejos de mi niñez que la recordaban. Aún se estrecharon más los lazos de relación de la casa de Armaño y la de Tudanca. Una hermana de la escritora, doña Antonia, fue la segunda mujer de mi bisabuelo don Manuel de la Cuesta, y yo la recuerdo perfectamente viviendo en Valladolid, y su retrato honra las paredes de un salón de esta casona”.

Al morir éste, su viuda y sus tres hijas se trasladaron a la casa de la abuela paterna, Jesusa de la Cuesta y García de Miranda, oriunda de Tudanca, donde había nacido Ángel, en la localidad lebaniega de Armaño, a medio kilómetro de la capitalidad del municipio de Cillorigo Castro. P. Álvarez precisa que fue en la primavera de 1829, cuando sólo tenía nueve años y hacía cuatro meses que había fallecido su padre; en Armaño en 1834 fallecerá también una de las tres niñas, y, finalmente, hacia 1835 se trasladan las restantes a Madrid, donde vivía el conde de Vigo, hermano de la madre, con el fin de que ambas niñas estudiaran en un colegio femenino en compañía de sus primas, pero que ella abandonará pronto por no encontrar fructíferas sus enseñanzas. Según Álvarez, de la época juvenil lebaniega procede la escritura del libro Dios y la libertad, que permanecerá inédito.

 

En 1840, Concha vuelve a Armaño para cuidar de su abuela, que se encontraba enferma: entre este año y 1844 pasa temporadas en Armaño. En esta casa familiar encuentra el reposo y la reflexión necesaria para embarcarse en la lectura de numerosos libros de Historia y Derecho, propiedad de su padre.

Hay en el pueblo un sacerdote que se hizo médico y que viajó mucho por América. Vive ahora en la paz lebaniega, retirado de toda actividad, y con él charla horas y horas Concepción, sobre temas del pensamiento, sobre inquietudes del espíritu humano”.

 

Y también en la casona que en Tudanca tienen los Cuesta: con el primo de su padre, Manuel de la Cuesta (1808-1865), Rector de la Universidad de Valladolid, Concha mantuvo correspondencia y una “amistad amorosa”, según Mª Cruz García de Enterría, además de convertirse en lector de sus primeros ensayos, pero él acabará contrayendo sus segundas nupcias con Antonia, la hermana menor de Concha, a la cual conocía por sus frecuentes viajes a Madrid, conviviendo ésta con su marido en Valladolid hasta su fallecimiento en ¿1863?.

En 1841 fallece en Madrid su madre y es cuando la joven puede satisfacer su voluntad de estudiar Leyes, para lo cual tenía la oposición materna: entre los años 1842-1845 frecuentó las aulas de la Universidad Central de Madrid, en calidad de oyente y vestida con atuendo masculino, y allí conoció a su esposo, el periodista extremeño Fernando García Carrasco, quince años mayor que ella y, al igual que ella, hijo de militar.

Contrajeron matrimonio el 18 de abril de 1848. Tuvieron tres hijos: una niña que murió a los dos años (1849-1851), Fernando (1850) y Ramón (1852-1884). En estos primeros años de matrimonio, Concha escribió algunos libretos y empezó a colaborar junto a su marido en el periódico liberal La Iberia (1854-1898), aunque al poco tiempo ambos emigrarán a Oviedo para salvarse de una persecución política y será en la capital de principado donde ella escribe sus fábulas en verso, teatro y hasta la zarzuela Los hijos de Pelayo.

 

Fallecido su marido el 10 de enero de 1857, la viuda e hijos se trasladaron a Asturias hacia 1858 y, posteriormente, a Potes, lugar en el que trabaría aquélla conocimiento directo con Monasterio, ya que  “al llegar, alquiló por módico precio, la casa solariega de Dª Isabel de Agüeros, madre de Jesús de Monasterio, y en ella se instaló muy modestamente” iniciando sus preocupaciones benéficas con la redacción del opúsculo La beneficencia, la filantropía y la caridad (1860), que según la familia Monasterio, se escribiría en la casa que en Potes tenía la familia Monasterio, y presentando el texto a la recién creada Academia de Ciencias Morales y Políticas, fundada en 1857.

“La casa que ella habitaba en Potes, de estilo clásico montañés, tenía una solana, o gran balcón ancho y largo, del tamaño de la fachada entera. En ella gustaba mucho Dª Concepción de pasearse; pero molestándola que niños curiosos y personas indiscretas acudieran allí delante para verla así pasear dentro de su propia casa, cubría con periódicos la balaustrada y aun encima de ella, hasta llegar a ocultar por completo su persona; dejando sólo en la parte alta, ancha abertura que la permitiera disfrutar de los rayos del sol, tan calientes como su corazón, y de la vista de los Picos de Europa, tan grandes como sus ideas.

Paseando, pues, en aquella solana pensó el incomparable libro, todo amor y acierto, del Manuel del Visitador del Pobre: y en una habitación contigua a la en que vino al mundo Jesús de Monasterio, fue escrito.

Varias veces oí a mi padre que quería poner en su casa de Potes una lápida conmemorando el honor de haber sido habitada por su ilustre amiga. Si algún día llega la casa a ser mía, seré yo quien ponga la lápida, diciendo: “Aquí vivió Concepción Arenal; y aquí nacieron Jesús de Monasterio, El Visitador del Pobre y La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad.

 

Monasterio habla con ella durante las estancias en Potes. Se establece una relación de amistad, que bien pudo haber tomado un rumbo más íntimo si no fuera por la distancia que les separa en los quince años que ella le aventaja, así como su condición de viuda con hijos. Las convenciones sociales, muy arraigadas en la época descrita, hubieran impedido cualquier otro tipo de aproximación, y las creencias de ambos también considerarían impropia su materialización al margen de las reglas marcadas por la sociedad. Todo quedó, pues, en una fuerte amistad, con los matices subterráneos que quieran ponerse a una relación entre un hombre joven y una mujer todavía joven, en medio de interminables conversaciones mantenidas en las noches de verano y en los largos atardeceres invernales.

Tenemos un primer documento de sus inicios en Potes, en forma de una carta que ella remite a Jesús de Monasterio, fechada en 1860 (durante el veraneo, dice su hija) y que dice así:Considerando que ha llovido, llueve y lloverá, y que lloviendo no es muy divertido un viaje por caminos de piedra, he resuelto suspender el mío.

Será servicio de Dios y del prójimo, que a bordo de las albarcas que mejor le vengan se lance V. a estas soi-disant calles hasta llegar a casa de Casilda y proponerle una sesión (secreta) para esta noche en que se tratará de la futura asociación de señoras. Porque el tiempo está malo, y mi casa lejos, etc. etc., tal vez no esté muy dispuesta a venir a ella; yo más andadora no tengo inconveniente en ir a la suya, a cualquier hora de la noche, porque todo el día le tengo ocupado.

Salud y fraternidad.-Concha”.

 

Según su biógrafo José Montero, en el verano de 1860 Monasterio fundó en Potes una Conferencia de San Vicente de Paul dirigida a hombres. También en ese mismo tiempo, animada por el joven violinista que a la sazón contaba 24 años, la escritora fundaría el grupo femenino de las Conferencias de San Vicente de Paul en Potes, que había sido fundada en España por el músico Santiago Masarnau en 1849, cuya labor esencia era la de “consolar a los enfermos y a los presos, dar instrucción a los niños pobres abandonados o reclusos y proporcionar los auxilios religiosos a los que necesita de su última hora”. Para esta tarea, Concha recabó la colaboración de Casilda de Rávago, una joven que pasaba temporadas en Potes y hacia la cual el joven Monasterio mostraba cierta predilección.

 

“Durante los años que vivió en Potes, se dedicaba primeramente a educar y atender a sus hijos, y después a estudiar y a escribir.

Como sólo podía pagar una criadita que le hiciera los trabajos ordinarios de la casa, ella cosía toda su ropa y la de los niños.

No se visitaba con casi nadie, porque el hacer o recibir visitas la quitaban un tiempo precioso que ella necesitaba para trabajar.

Una de las pocas excepciones era mi padre. Los dos pasaban juntos muchos ratos; pero entonces mientras hablaban, cosía Dª Concepción su ropa. Alguna vez oí a mi padre que su amiga le había dicho al recibirle: “Mire usted, Jesús, hay que hacer de todo; y hoy la escritora tiene que soltar la pluma para agarrar la aguja, y remendar las calcetas”.

Doña Concepción vestía por entonces de un modo especial; pues llevaba constantemente una bata negra, algo semejante a un traje talar, en verano de percal y en invierno de lana.

Su paso por las calles de Potes constituía un acontecimiento, como el del Dante en Florencia(…)

Doña Concepción, que en todas partes deseaba pasar inadvertida, lo procuraba allí con mayor motivo, por la curiosidad que inspiraba su persona, y salía muy poco de casa. Todos los días festivos mandaba a misa a su criada, y después iba ella a un convento distante poco espacio de su vivienda. Colocábase de intento muy retirada dentro de una capilla, desde donde no llegaba a distinguir ni el altar en que se celebraba el sacrificio.

Alguna persona indiscreta la preguntó: “Pero doña Concha, ¿por qué se pone usted ahí tan escondida que no puede ni ver la misa?”-A lo que ella contestó: “Es que yo vengo a la iglesia a oír misa, y no a ver misa”.

Se dedicaba mucho a visitar a los pobres, siendo el socorro material que les llevaba, lo de menos; lo principal eran las palabras de consuelo que les dirigía; los consejos que les daba; y el amor con que escuchaba sus cuitas. En cada choza dejaba con su compasión profunda, un pedazo de su alma; que si en la tierra no se agotó es porque cual su caridad, eran inagotables.

Sin duda viendo hacer la visita a las señoras de la Sociedad de San Vicente de Paul (recién fundada allí por ella), observó que el espíritu que les animaba al visitar a los pobres, no respondía a los consejos y deseos del gran santo de la caridad. Y entonces se le ocurrió escribir un Manual que explicara cómo debía entenderse e interpretarse la visita a los pobres, obteniendo para ellos el mayor beneficio en lo humano y en lo divino; socorriéndoles materialmente en cuanto fuera posible; ayudándoles en sus trabajos; tratando de aminorar un poco su desgraciada situación; llevando la resignación a sus conciencias; el amor de Dios a sus corazones; dándoles saludables lecciones de moralidad e higiene, inculcándoles ideas buenas y sanas.

Guiado por su amistad con Masarnau, Monasterio le muestra el manuscrito del libro El visitador del pobre, escrito en Potes por Concepción Arenal, contenido que entusiasma al músico catalán y que decide publicarlo: Concha renuncia a sus derechos de autor, a favor de las Conferencias de San Vicente de Paul. Otro de sus libros, La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad, obtiene un premio en el concurso convocado por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, al cual le ha enviado con el nombre de su hijo Fernando. Finalmente, para ayudarla, el propio Monasterio la financia la publicación de su folleto El pueblo, el reo y el verdugo.

En 1863 escribe a Jesús de Monasterio, comunicándole una buena noticia de la siguiente manera:

¿Y por qué espero a escribir a usted en tan mala ocasión? Porque me remuerde la conciencia, y como usted me pregunta si iré luego a Madrid, voy a decirle que iré mucho antes de lo que pensaba, porque he sido nombrada y aceptado el cargo de Visitadora de Prisiones de mujeres, y en Madrid hay una (…) El artista ve la humanidad por el lado más bello. ¡Qué diferencia entre su camino de usted y el mío! Hasta ahora he vivido con la desgracia, ¡ahora voy a vivir con el crimen!”.

En otra de sus misivas le confiesa:

“…Cuando me examino con mayor sinceridad adquiero convencimiento mayor de que, después de todo, y antes que nada soy una pobre mujer”.

Desde La Coruña le escribe en el verano de 1864 en los siguientes términos:

Si no pongo otra traza creo que no podrán tardar mucho en enterrarme; por consiguiente una marcha fúnebre es la cosa que más me conviene. Lo de ser triunfal podría parecer un obstáculo para que yo hiciera uso de ella, pero no es así, porque he alcanzado muchos triunfos sobre mí misma, y aunque no está en uso poner en música los de esta clase, alguno ha de empezar la buena costumbre. Por lo demás, ¡qué asunto! El triunfo sobre sí misma ofrece al artista un campo que por tan vasto no podía recorrer nunca. Necesita imitar el rugido de los leones, el arrullo de las tórtolas, la oscuridad de los abismos, la luz del rayo y la voz del huracán, y todavía si pudiera hacer todo esto no podría bastante, porque todos los elementos desencadenados no tienen tempestades como las que agitan el corazón del hombre”.

Para, en 1865, escribirle de nuevo atribulada:

S. M. (q.D.g.) ha tenido a bien dejarme cesante; y lo más terrible del caso, lo que me tiene inconsolable es que no ha quedado satisfecha del celo, lealtad e inteligencia con que he desempeñado mi destino, o por lo menos no me lo dice. Para hablar en serio de todo esto es menester escribir mucho y no vale la pena. Todo está dicho en dos palabras, yo he hecho lo que he debido y los demás lo que he querido. Era yo una rueda de una máquina que no engranaba con ninguna otra de la máquina penitenciaria, y debe suprimirse (…) porque el Gobierno no quiere moralizar las prisiones, aleja de la esfera oficial a quien procura moralizarlas, y contesta al primer libro que con este objeto se escribe dejando cesante al autor. ¡Y esto se llama y le llaman Gobierno. Gran necesidad hay de rehacer el Diccionario si hemos de entendernos”.

 

Sobre ella escribirá unos sentidos versos el poeta Manuel Machado:

 

            Porque endulzó las penitencias…

            Porque iluminó las conciencias…

            Es Santa Concepción Arenal.

 

José Ramón Saiz Viadero.

 

 

*De Jesús de Monasterio (1836-1903), Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de Cantabria, Santander mayo 2004,

Sobre J. Ramón Saiz Viadero 34 artículos
Escritor, historiador, periodista, conferenciante. Especialista en historia de Cantabria y del cine español. Ha sido asesor cultural del Ayuntamiento de Santander, y concejal en las primeras elecciones municipales.

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