De ganchillo y sexismo

Respecto al colegio Juan Pablo II y sus clases de ganchillo, hay dos cosas que me sorprenden. La primera es que no veo el escándalo. Creo que si se permite que un colegio de clases de matemáticas o lengua separando a chicos y chicas…no es extraño que después tenga actividades separadas. En mi opinión, el escándalo viene de antes. De cuando se permite que un colegio que pagamos todos segregue por sexo a su alumnado. Que nos hayamos acostumbrado a que eso es tolerable, no resta un ápice a la verdad; es escandaloso.

Lo segundo que me sorprende es que los medios hayan enfatizado el asunto del ganchillo. Entiendo que todo el asunto es noticiable, pero lo del ganchillo no es lo más importante. El ganchillo es algo absolutamente inútil que no sirve para nada (más que para distraerse un rato) y que ninguna de esas chicas que ahora lo aprenden va a usar un día después de dejar esas clases. Es una “María” inofensiva. Además, si permitieran que a las clases de ganchillo pudieran apuntarse chicos, ninguno lo haría en un colegio como ese, en un ambiente como ese. No hace falta prohibirles inscribirse en una clase semejante. Existe una prohibición de facto mucho más potente que aquella que se supone que opera, la de la dirección del colegio.

Lo que me parece más reseñable son las otras ocupaciones. Y como digo, no porque me sorprendan en un colegio cuya enseña pedagógica es, desde su misma fundación, el sexismo más descarado. Me sorprenden porque me ha resultado curioso poder ver, como en una radiografía, como en el negativo de una foto, la construcción del armazón sexista de manera tan clara.  La asignatura fundamental para las niñas del Juan Pablo II, según el plan ideado por la asociación religiosa dueña del centro, no es el ganchillo, son las visitas a los comedores sociales y residencias de mayores. En esas actividades extraescolares se ponen en juego tres pilares patriarcales, todos ellos relacionados entre sí. El primero es la bondad femenina, la empatía. Una bondad que es necesaria en tiempos como estos. Van a los comedores sociales a ver pobres,  ellos dirán a gente desfavorecida. Aprenderán a sentir lástima por ellos y a ayudarles un poco. No aprenderán a sentir rabia, no la rabia suficiente como para convertirse en revolucionarias, pero sí lástima. Así aprenderán a “ayudar”.  Desde el siglo XIX cuando el capitalismo industrial se encontraba en su apogeo y el mundo era un lugar brutal, se enseñaba a las niñas a convertirse en el ángel del hogar, el refugio. Es conveniente que en un mundo brutalmete competitivo y despiadado, haya alguien capaz de mantener una pizca siquiera de humanidad, siempre que no exagere. El patriarcado siempre ha querido que las mujeres conserven esa humanidad que ellos pueden permitirse perder mientras explotan a otros o mientras aprenden a ser explotados sin quejarse. El mundo es terrible pero luego siempre hay un pecho femenino en el que apoyarse.

El segundo pilar es el cuidado. Alguien tiene que cuidar, siquiera minimamente. Esa preocupación por los demás es necesaria para cuidar también. Las visitas a las residencias de mayores van en ese sentido. Las niñas tienen que ser las adultas que se ocupen de los mayores como han hecho siempre y como parece que habrá que volver a hacer si desaparecen o se privatizan todos los recursos que tratan de socializar el cuidado. Cuidar a lxs niñxs es siempre más agradable que ocuparse de las personas mayores y dependientes. Hace falta mucho entrenamiento para asumir ese cuidado como una obligación propia.

 

El tercero, implícito en los otros dos, es el espíritu de sacrificio. Naturalmente hace falta espíritu de sacrificio para entregarse a los demás sin esperar nada a cambio y sin una mínima vindicación de justicia. Justicia para una misma. El cuidado es un trabajo que, como todos, tiene que estar basado en la justicia y la igualdad, de lo contrario es explotación. Pero, además, hay aquí otra cuestión importante. Mientras ellos se van al fútbol y se divierten, ellas hacen algo que no es nada divertido, sino útil, sacrificado. El tiempo de las actividades extraescolares, siempre divertido, ellas lo emplean en aprender a someter su deseo de divertirse a hacer algo útil para los demás; aprenden a mezclar ambas cosas: ayudar, cuidar…es su diversión. Ellos, no. Ellos al fútbol. Así que el círculo se cierra cuando vemos que detrás de lo que ellas aprenden (“aprenden” porque nada de esto es divertido) está la sumisión femenina. En fin, bondad, cuidado obligatorio, sacrificio y sumisión.

Los jinetes patriarcales cabalgan en Alcorcón. No es el ganchillo que a nadie le importa. De alguna manera pienso que centrarse en el ganchillo está oscureciendo lo demás porque lo demás esa bondad, cuidado obligatorio, sacrificio y sumisión, no son tan cuestionados/visibilizados como el ganchillo que, en realidad, es mucho más inofensivo. Nadie hace ganchillo, pero lo demás sigue ahí, como si nada. En todo caso, el escándalo no aparece ahora, con el ganchillo. Es de antes, de cuando sucesivos gobiernos permitieron que para aprender lengua niños y niñas podían estar en diferentes aulas y que eso había que pagarlo con dinero público. Después de esto, cualquier cosa era posible.

Texto: Beatriz Gimeno.

Sobre Beatriz Gimeno 48 artículos
Feminista. Directora del Instituto de la Mujer Ha sido diputada en el Parlamento de la Comunidad de Madrid por Podemos. Activista derechos lgtb

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