Defender la vida, nuestra única lucha

Es un hecho que la humanidad se dirige al colapso mismo de nuestra
civilización moderna. Me sorprende, como a muchos de los y las
científic@s que trabajamos en el tema de la crisis ecológica, observar
el océano de incredulidad, indiferencia, ignorancia, cinismo y apatía
en el que nadamos todos porque este tema debiera ser la primera lucha,
de hecho la única lucha que nos impulsara y de ya a unirnos sin
importar raza, cultura, sexo, orientación, religiones e ideología. Si
perdemos esta batalla, las demás ya no tienen sentido ¿Por qué? La
respuesta es muy sencilla: para salvar nuestra única casa, para
salvarnos como especie. Y por lo mismo yo preguntaría: ¿tienen sentido
las otras batallas cuando estamos perdiendo la única que importa que
es conservar la vida y que esta continúe?

Seguramente yo, como los que pasamos de los 50 años, estaremos
planeando llegar a esas edades en las que los jóvenes como los niños y
como la gente que aún no nace desea llegar que es la vejez. Sin
embargo, podemos irles diciendo a nuestros hijos e hijas que esto no
es así en el caso de ellas y ellos, mucho menos en el caso de las
generaciones futuras. Su futuro ya no existe debido entre otras muchas
causas a la declaración de guerra que han dirigido grandes
corporaciones, empresas e industrias contra la vida, auspiciadas
muchas de ellas por gobiernos corruptos y mediocres, así como también
por la misma falta de respuesta y con mucha contundencia por parte del
resto de la población humana para frenar lo que los científicos vienen
proyectando desde hace al menos cincuenta años. Evidentemente hay un
sector de la población consciente que estamos luchando prácticamente
en cada rincón del planeta para revertir las tendencias del
calentamiento de nuestro planeta, el incremento de la acidificación de
los océanos, la desaparición de los casquetes polares, la
contaminación de los cultivos por transgénicos, las actividades
mineras que son tóxicas, la disminución y desaparición de infinidad de
especies, entre muchas otras y muy graves problemáticas que nos
colocan a la especie humana en peligro de extinción y a muy corto
plazo.

Sin embargo, nuestras luchas se ven reducidas a la nada o incluso
hasta perdidas cuando miramos como avanzan todos estos procesos de
deterioro y destrucción de nuestro sistema biofísico. Los pesimistas
que son los apocalípticos (y no esto que estoy describiendo, porque lo
que describo es la realidad con base a argumentos científicos que
además por mayoría han sido aceptados) dirán que ya no hay solución y
lo mejor será disfrutar de la vida (los que podamos hacerlo); los
optimistas fantasiosos y por ende indiferentes dirán que esto no es
cierto y tendrán excusa para seguir en el placer de la vida, algo en
el que evidententemente no estoy en contra, pero hay que hacerlo sin
dejar de luchar por lo que amamos. Los cínicos que caminan con los
corruptos, seguirán esquivando la mirada hacia sus propias miserias
humanas para seguir expoliando lo que no es suyo y continuar
apropiándose de la vida y del futuro de los que aún no llegan de una
manera perversa. Pero también hay un grupo que pasa desapercibido y
que también cuenta como responsables de la construcción de los
numerosos riesgos globales en nuestra sociedad que somos los que
miramos, sabemos, nos informamos, y no actuamos ya sea porque no
estamos dispuestos a sacrificar un ápice de nuestro confort, o bien,
porque estamos inundados de temor y no somos capaces de exigir
demandas con acciones políticas para que los gobiernos reduzcan de ya
sus emisiones y se comprometan con todo para limitar el hiperconsumo.

Por ello me parece banal discutir sobre si dejamos de consumir o no
tal o cual producto, o si es más importante dedicar nuestro
valiosísimo tiempo a nuestro desarrollo personal (psicoespiritual) sin
acciones paralelas colectivas que estén impulsando mejoras en los
estilos de vida y de consumo en nosotros y en el resto de nuestro
entorno inmediato. Sería importante al menos que empezáramos por
enseñarles a los hijos y a los nietos de ya a producir sus alimentos,
a vivir con lo menos, a reducir al máximo su consumo, a intercambiar
productos, a ser solidarios, empáticos, tolerantes, entre muchas otras
cosas. Estoy segura que esto al menos les va a permitir mitigar los
impactos de la crisis ecológica, a adaptarse y sobrevivir a las
múltiples colisiones derivadas de todos estos riesgos. El
decrecimiento como el ecofeminismo considero que son los dos enfoques
más avanzados que hoy existen para poder ayudar a la deconstrucción de
ese imaginario colectivo que impide literalmente que la gente se de
cuenta de que requerimos de un cambio radical en todo, empezando por
nuestro sistema económico, si realmente queremos frenar este colapso,
así como romper la dicotomía que tenemos y padecemos entre nuestro
sentir y nuestro quehacer. Porque en el interior mismo de todos
nosotros, es un hecho que estamos asustados  porque sabemos que es
cierta esto que estoy exponiendo y que tanta gente ha dicho desde hace
varias décadas, que el colapso es una realidad ya inminente pero que
todavía podríamos sobrevivir como especie si desde hoy, desde ayer,
hacemos algo para cambiar nuestro destino común.

Patricia Moguel Viveros

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