DESDE LA UTOPÍA.

SOLO SOY DUEÑO DE MI IGNORANCIA.

 

Me preocupa la tendencia modal de hacer referencias cultas para justificar los propios escritos que se está dando entre la nueva intelectualidad. Me preocupa sobremanera porque da la sensación de que quien expresa opiniones libremente sin la abrumadora mochila de las auctoritas, no tiene cabida en el debate y es excluido preventivamente como sujeto no cualificado o, simplemente como ignorante supino.

La verdad es que he podido comprobar que tras muchas de las opiniones no refrendadas se da una sabiduría ejemplar muy digna de tener en cuenta y, sobre todo, más racional que la mayoría de las que utilizan los referentes como herramienta puramente justificativa de contenidos insulsos, mediocres o, directamente nocivos.

Por otro lado las referencias, normalmente sesgadas, no siempre se ofrecen en el contexto adecuado y se adaptan de forma interesada en beneficio del discurso particular. Un ejemplo anodino: hace nada, en televisión, un banco utilizaba en uno de sus anuncios un poema de Brecht para vender una cualidad: valores combativos, poesía, en fin, un rostro humano del que por definición carece, en un contexto que, obviamente, estaba siendo pervertido para un fin que nada tenía que ver con la intención original del autor.

Pero sigo, que me pierdo.

El gran debate con el que la clase dominante ha decidido tenernos entretenidos en estos últimos tiempos se llama Cataluyna.

No soy un intelectual y jamás he sentido la tentación de sentirme o hacerme pasar por tal. Eso sí, por definición, soy un sujeto político como, por otro lado, lo es cualquier ser humano. Y en esta tesitura, o participo de forma activa tratando de crear espacios de convivencia razonables y beneficiosos para mí, y por extensión para quienes son como yo o, por dejadez, consiento que sectores interesados del ámbito político y económico, que defienden el mantenimiento de privilegios elitistas, tomen decisiones en mi nombre contra mí. No soy un experto en la cuestión y mi opinión de los hechos no tiene más relevancia que la propia vanidad de verla escrita en algunas redes sociales y la asertividad o controversia que pueda  generar el dato en los minúsculos círculos a los que alcanza.

No quiero entrar en contenidos, porque lo que me preocupa sinceramente, aunque también es obvio que no puedo abstraerme a la realidad de lo que acontece, es el tono del debate y la división que ha conseguido generar entre la población, en un momento en el que el espíritu del 78 (en adelante «el régimen»)parecía entrar en una crisis irresoluble, tocado, contra las cuerdas y al borde del KO.

Me ha sorprendido terriblemente, la adecuación de algunos discursos partidistas, solo para la obtención de réditos políticos pero, con todo, y a pesar de lo feo que me resulta, puedo entenderlo aunque no lo comparta; forma parte del juego de trileros de los profesionales del «tengo unos principios pero si no le gustan, tengo otros». Lo que sí me preocupa, lo que me está doliendo más, es que la semántica, la neolengua, vuelva a ser protagonista de la verdadera derrota que se está gestando en esta crisis, en la que la gente común que tenía todas las de ganar, se vea abocada nuevamente al fracaso, por la irresponsable adopción, voluntaria, no  por parte de algunos referentes que tendrían que tener una línea discursiva inequívoca, del discurso del victimario. Una correa intangible de transmisión, arrastra la idea en el subconsciente de los usuarios, magnificada por el golpeteo constante de los medios del pensamiento único, la difunde, la amplifica y la transforma en lo que más útil resulta a las élites. Hace que la víctima defienda con uñas y dientes una realidad que, siendo razonablemente visible, se convierte al final de la cadena en una cuestión de percepción individual inspirada por puras simpatías personales y pone en entredicho la realidad de unos frente a la percepción de otros, y viceversa. La realidad es que el régimen, ha conseguido salir indemne una vez más y la gente, malherida, se enfrenta con quién debería ser su aliado natural, su vecino, con argumentos dictados de forma literal por el verdugo.

Así que yo voy a soltar mi rollo y, como he comentado al iniciar este escrito que no hay escrito digno de tal nombre si no hay referencias, hoy, que estoy «sembrao» y voy a poner, en contra de mi costumbre,  con permiso:

Mi opinión es que la representatividad, como herramienta de utilidad política no es válida para el individuo y ha demostrado ser inconsistente, ineficaz y, en esencia y salvo muy contadas excepciones) una falacia:

«La soberanía no puede estar representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; es la misma o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada definitivamente. Toda ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es una ley. El pueblo cree ser libre, y se engaña mucho; no lo es sino durante la elección de los miembros del Parlamento; desde el momento en que éstos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada.” (J. J. Rouseau.-El contrato social.)»

Esto nos conduce al actual callejón sin salida, en el que la esencia del contrato social, inexistente, se traduce en que la voluntad del mejor orador, del que compra medios, del que maneja dinero con el que enfrentar procesos políticos o judiciales, es el dueño de la ley y por lo tanto, convierte las naciones en una mera propiedad en la que la única voluntad válida es la del legislador. Por definición es una forma corrupta de ejercicio de poder, un autoritarismo disfrazado de participación que se nutre de una participación irresponsable en tanto que no hay obligación de cumplir, ni forma real de obligar a hacerlo, los contratos electorales; ni de atender los mandatos populares explícitos. Ni se somete a refrendo del pueblo ninguna de las actuaciones de «sus representantes»

Para terminar, una mención a la Paradoja de Condorcet que puede esclarecer la situación vivida, no solo en el procés, sino en el entramado, actual y cotidiano, de la vida de la gente común. Aunque el enunciado resulta contradictorio en algunos aspectos, voy a reflejar aquí, ad líbitum lo que me interesa y como me interesa, que para eso es mi escrito y que traduzco de la siguiente manera: «Si las decisiones se toman en base a la razón y la razón solo puede ser una, cómo es posible que no haya acuerdos al menos frente a cuestiones de la máxima importancia y que afectan a mayorías sensibles. Más aún. ¿Cómo es posible que los más afectados negativamente por algunas cuestiones sean responsables mediante su voto de su propia desgracia?»

Intuyo que, básicamente, porque las decisiones no se toman de forma razonada y, rizando el rizo, porque autoridades poco recomendables, determinadas simpatías referenciales y un verbo fácil en algunas bocas peligrosas, son un arma de destrucción masiva capaz de convencer a la víctima, de que merece serlo y de que su verdugo, es quien ostenta la razón, toda la razón y nada más que la razón.

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1-Me he tomado la libertad de eliminar la referencia «inglés» en el discurso, para generalizar la afirmación

Jehtro Légrand

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