El derecho a que no te lean

A Kafka llegaron a aterrarle sus escritos. Se convirtieron en ogros, en monstruos sucios que se ocultaban en armarios y cajones, que le perseguían desde cada ventana repitiéndole su fallido intento de ser escritor. Kafka, que nos emborrachó de oscuridad, que nos hizo sentir abofeteados por desconocidos, que nos volvió escarabajos de la noche a la mañana, que nos llevó de corredor en corredor sin saber quién era nuestro amo, creía que sus textos eran solo un baño tibio, un intento de suicidio que no llega a consumarse, que no se vuelve heroicidad. Kafka se tenía por mediocre y suplicó a Max Brod que destruyera todos sus escritos, cosa que su amigo no lo hizo, por razones obvias. Me pregunto si ellos dos se han encontrado en algún asmático ascensor de hierro forjado del más allá. Si Kafka habrá fingido que no conoce al traidor, si le habrá cruzado la cara con una delgada mano enguantada antes de salir del elevador, mientras le deseaba un feliz día con esa voz cavernosa de enfermo de pulmonía.
» Querido Max:
Quizá ya esta vez no me levante. Después de este mes de fiebre pulmonar es muy probable que sobrevenga una inflamación seria de los pulmones; por más que lo escriba, ello no podrá evitarla, aunque sin embargo pueda ejercer cierta influencia.
He aquí pues mi última voluntad respecto de todo lo que escribí para el caso de que se produzca lo que preveo: de todo cuanto he escrito pueden conservarse sólo las siguientes obras: La condena, El proceso, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural, y el relato Artista del hambre. Los pocos ejemplares de Contemplación pueden también conservarse; no quiero dar a nadie el trabajo de destruirlos, mas no han de imprimirse de nuevo. Al decir que pueden conservarse esos cinco libros y el relato no quiero significar que tenga el deseo de que vuelvan a imprimirse para ser trasmitidos a la posteridad; por el contrario, si se perdieran por completo, ello respondería a mi verdadero deseo. Sólo que no puedo impedir a nadie, puesto que ya existen, que los conserve si así le place.
Pero todo lo demás escrito por mí (publicado en revistas, contenido en manuscritos o en cartas) sin excepción alguna, en la medida en que puedas obtenerlo mediante ruegos a las personas que lo poseen (tú conoces a la mayor parte de ellas; en general se trata de.. . ; no te olvides sobre todo de aquellos dos cuadernos que tiene…), todo esto, sin excepción y preferiría que sin leer (sin embargo no te impido que lo hojees, aunque en verdad preferiría que no lo hicieras; en todo caso nadie más tiene derecho a mirarlos), ha de ser destruido y te ruego que lo hagas cuanto antes.

Texto: Patricia Esteban Erles

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