El Gabinete Literario de Doña Camila

A todas horas, doña Camila nos acoge al amor de la lumbre, de su lumbre mientras, afuera, arrecian las lluvias otoñales, redoblan los fríos gélidos o caen copos de nieve, a todo trapo. En el gabinete literario, auténtico gineceo, acostumbran reunirse, por turnos, muchas mujeres de este pueblo de juguete, acurrucado al pie del Monte Jano. Mujeres de edades dispares, pero con la misma apetencia por la palabra, el mismo gusto por la plática. Ni un minuto de silencio. Se van tejiendo y entrecruzando varias conversaciones. Se comentan las novedades acaecidas en el pueblo y en los alrededores. La Paquita casó, la semana pasada, a su benjamina con el hijo del gallego, el cartero de abajo, apodado – no se sabe bien por qué – “ocho cabezas”.

 

Cuando la Marcelinuca explica algunas recetas de su abuela Trini, entonces el gabinete al completo es todo oídos. Se habla también de la próxima chorizada o de la chocolatada en “casa Mariano”. Solo el mentarlo se les hace la boca agua. Se recuerda la última magosta, allá por noviembre, con ese olor inconfundible a castañas asadas. Manjares y viandas son uno de sus temas de predilección. Además de guisar casi como auténticas chef, son expertas a la hora de saborear las exquisiteces de la tierruca. Cada año, para la fiesta de San Martín, – no falla nunca – doña Camila nos agasaja con su bizcocho casero, churros, tortitas y otros suculentos dulces cuya elaboración guarda con gran secretismo. Solo se pueden pasar las recetas de madres a hijas.

En verano, el gabinete literario se desplaza unos pocos metros. De la lumbre de la cocina, pasa a instalarse a la sombra del nogal centenario. Solo cuando empieza a aflojar el calor, el gabinete literario va recobrando vida. Después de un día muy ajetreado entre las labores cotidianas de la casa y la hierba, un momento de descanso bien merecido no le viene mal a nadie. A medida que van llegando unas y otras, se sacan las banquetas de casa de doña Camila. Desde ahí, tienen una excelente panorámica para otear el vaivén y ajetreo de los vecinos: con paso cansino, unos regresan del prado con rastrillo, garia (2)y guadaña al hombro, otros van andando detrás del tractor cargado hasta la bandera de pacas que huelen tan bien a hierba seca. Los perros participan de la fiesta, ladrando y moviendo la cola de satisfacción, después de toda una tarde tumbados a la sombra de los robles frondosos. En las aguas frescas del riachuelo, la pandilla de niños, capitaneada por Miguelito Coco liso, disfruta de lo lindo haciendo aguadillas. Ahí en esta misma poza, donde el río León se remansa en un recodo, sus padres, abuelos y antepasados, de críos, solían también zambullirse, sin correr peligro alguno.

Generaciones y generaciones de chiquillos se dan entonces un mismo chapuzón; el tiempo, por unos instantes, queda abolido. Las mujeres que, durante horas, estuvieron rastrillando a pleno sol las orillas de los prados se dan un respiro donde el gabinete literario para conversar juntas de todo y de nada. El inicio de la charla invariablemente empieza con: “puro fuego, hoy”, “esta noche va a caer una buena”, “tan pronto como desaparezca el pico Jano entre neblinas, lloverá”, “Para mañana dan bueno, por lo tanto a primera hora “esparceremos” (3). Haremos peces (4) antes de comer y empacaremos por la tarde”.

 

Al caer la noche, las incondicionales del gabinete se retiran paulatinamente. Solo unas pocas alargan el placer de la conversación cuya entonación se hace cada vez más íntima con la oscuridad. Lo poco que queda del gineceo propone estirar las piernas y darse un clareo hasta el apeadero – o como lo llaman las más mayores “ hasta encima de la vías del tren” -. El último tren de cercanía que baja de Reinosa a las veintidós horas  pone punto final, por hoy, al gabinete literario de Doña Camila. Mañana, si Dios quiere, repetiremos…

 

(1) En las Palmas de Gran Canaria, un centro cultural y artístico se llama justamente Gabinete literario. Me gustó tanto el nombre que se lo di a las reuniones femeninas en casa de mi amiga, Doña Camila.

(2) Nombre que le dan en estas tierras a la herramienta de labranza comúnmente llamada horca.

(3) Dar vuelta a la hierba para que seque.

(4) Disponer la hierba en hileras.

 

Texto: Dominique Gaviard

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