EL PUNTO MUERTO

Nos encontramos en una calle muy concurrida. Como hace tiempo que no me ve ni la veo, encontramos la primera excusa para tomarnos algo. Me pregunta por mí y como si con eso me diera permiso a abrir la válvula de presión de una caldera, empiezo a dejar sobre la mesa todo tipo de marrones oscuros, grises marengo y un poco de ese verde esperanza gracias al cual nos hicimos amigas. Mientras intercala “Yas” y “Uffs” estaciono el resto de frustraciones en un parking construido sobre arenas movedizas: He conocido últimamente en tal o cual red social (Instabook, Facestagram) a alguien especial (sea lo que sea que quiera decir eso), con el que pierdo horas a conciencia pero no me siento mal por ello, con el que planifico ideas imposibles que realizo poco después de ver su puntito verde de contacto esfumarse en el vacío. Este ente que parece nacido para mejorar el puzzle de una etapa infeliz, me somete al marcaje deseado y no me pide en cada momento más de lo estoy dispuesta a darle, pero he llegado con ello a un punto en el que todo encaja tan bien que tengo un miedo horrible a que se mueva. De hecho estoy convencida que todo paso adelante va a traer consigo una familiaridad que en el mejor de los casos terminará por volverse monotonía y en el peor se cubrirá de malentendidos, excusas, esperas ansiosas, dependencias…y pendencias. Sé que acabaré encaprichándome tanto que sufriré o haré sufrir, y todo lo que argumente en mi defensa sonará fuera de lugar y de tiempo, como los lamentos de una loca que acallan los vecinos subiendo el volumen de lo que tengan más a mano. Ni siquiera me servirá quedarme escondida, sin moverme, esperando que el universo se detenga en un único instante pleno, a sabiendas que el creador de las cosas tardará mucho (y «mucho» en un tiempo sin tiempo es una eternidad) en acercarse a un relojero temporal que le revise la pila…

A todas estas, mi amiga, podría haberme mandado perfectamente a la mierda, pero allí está esperando y sin probar el café. De repente la entiendo, y en su mirada leo el futuro. Ese reloj que ya se puso en marcha, esa decisión ya tomada, afrontada, plegada, lamentada, recalentada, archivada, perdida, rebuscada en esta papelera junto a la cual yo la he visto y ella me ha saludado. Hace mucho que todo le importa un bledo. Excepto la curiosidad. Por eso aún me escucha.

Texto: Jean Boucicaut

Fotografía:Jean Boucicaut

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