Fidelita Díez. Por José Ramón Saiz Viadero

CUANDO LA MANADA ENCUENTRA LA OCASIÓN PROPICIA: FIDELITA DÍEZ CUEVAS, LA JOVEN VIOLADA Y MUERTA DURANTE LA GUERRA CIVIL

«Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos mariconch?es. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen».
https://youtu.be/9weVo7tCvjc

                                  General Queipo de Llano 1936

 

Posiblemente uno los casos más terrible de cuantos en Cantabria se produjeron en un tiempo de ignominia y terror fuera el ocurrido a la joven Fidela Díez Cuevas (1920-1938) cuando se hallaba encarcelada en el Salón Olimpia, de Torrelavega, local que en agosto de 1937 había sido incautado a sus propietarios por las tropas franquistas y sus cómplices civiles para convertirlo en una de las prisiones habilitadas en la ciudad. Entre los centenares de mujeres de todas las edades allí recluidas desde los primeros días del mes de septiembre se encontraba esta muchacha.

Fidelita, como se la conocía, era lo que bien pudiéramos considerar una niña-prodigio en el campo de la poesía. Hija de “el mejor ebanista de Torrelavega” y premiado carrocista cuyas horas de ocio estaban entregadas a la actividad cultural; Fidel Díez Asenjo, así se llamaba, fue uno de los animadores de la sección Amigos del Arte que en los años de la Segunda República funcionó con gran éxito dentro de las actividades de la Biblioteca Popular de Torrelavega. Muy aficionado al teatro –incluso llegó a estrenar en el escenario del Teatro Principal una pieza titulada No te pongas feo, Toñuco-, la música –participaba en la Coral de Torrelavega– y la poesía. Su hija, pues, heredaría estas aficiones desde muy pequeña y también siendo una niña comenzó a dar ejemplos de sus aptitudes para el verso y la declamación.

 

A partir de la segunda década del siglo XX, gracias a la paulatina su incorporación a la vida escolar en igualdad de condiciones con los muchachos, las mujeres lograron destacar muy pronto en materias relacionadas con la creación artística. La referencia principal en el campo del teatro y la declamación era la actriz Rosarito Iglesias, que pronto formó compañía propia a nivel nacional; también en las variedades fue Rosarito Bruna, que marchó a Barcelona en busca de nuevas oportunidades. Coetáneas de Fidelita Díez fueron las jóvenes recitadoras Rosita Muñoz Gutiérrez y Josefina Granados.

En cuanto a Fidelita, que es quien ahora nos interesa por las circunstancias trágicas que le tocaron vivir, a partir de 1935 mostró sus aptitudes por diversas entidades culturales, dando recitales en la Biblioteca Popular de Torrelavega, Comillas, Cultural Vimenor de Renedo de Piélagos, Ateneo Popular y Ateneo de Santander, Teatro Principal y Cinema Solvay, además de los micrófonos de Radio Santander, siempre con gran éxito ya que, como ha recordado el cronista de Torrelavega Aurelio García Cantalapiedra, “asombró a los asistentes por sus condiciones como rapsoda, tanto por la manera de decir como por la memoria de que hacía gala”. Su repertorio estaba compuesto, principalmente, por obras de Antonio Machado, Federico García Lorca y Jesús Cancio, y los medios de comunicación de Cantabria y La Habana se hicieron eco de su trabajo. 

Pero no todo el mundo debió de ver con buenos ojos la exhibición de sus facultades porque producida  la sublevación militar y una vez cayó Cantabria en poder de los sublevados, la niña de apenas 17 años fue conducida a la improvisada prisión, donde coincidió con Antolina Matarranz González (1915-1979), una joven modista de familia izquierdista y que había confeccionado ropa para los soldados republicanos. Según la descripción hecha muy posteriormente por su compañera de cautiverio, Fidelita era “una joven muy guapa, de unos diez y siete años (…), una muchacha encantadora, pero cuyo delito fue ser hija de padres de izquierdas y recitar poesías en el teatro (…)”

 

Como a todas las que allí se encontraban presas, a Fidelita “las carceleras, le cortaron el pelo al cero y para ridiculizarla todavía más le dejaron un mechón largo atrás, para amarrarle un lazo rojo”. Pero ella preguntaba ingenuamente:

– ¿Verdad que me sienta muy bien esto, Antolina?
– ¡Sí, Fidelita, estás encantadora!

Según se desprende del contenido de una dedicatoria suya, este castigo, añadido al del encierro, no fue suficiente para doblegar su espíritu, puesto que escribía a una amiga: “Hoy, 17 de marzo, 6 meses de nuestro ingreso en Prisión… que sirva éste pequeño recuerdo como estímulo a nuestra gran amistad que aquí, en la cárcel hicimos. Cariñosamente. Fidelita Díez

Este escrito estaba dirigida a Antolina, quien pasaría encerrada algún tiempo. Tuvo mejor suerte que su amiga, porque una tarde, según esta recuerda, visitaron la cárcel los componentes de un grupo de falangistas “y acordaron, junto con las guardianas, sacarla aquella noche. Las compañeras quedaron horrorizadas cuando, a las pocas horas, vieron llegar a Fidelita hecha una piltrafa humana. Cayó de bruces y las compañeras no fueron capaces de que ella contara qué habían hecho con ella aquellos asesinos. Sólo podía repetir: “fueron cinco, fueron cinco”. Al poco tiempo murió  y se llevó a la tumba todas las aberraciones que le hicieron aquellas hienas”. Así lo transcribiría en sus memorias Felipe Matarranz, según el relato tomado de su hermana Antolina.

 

Quienes decidieron poner punto final a la existencia de una joven que aún no había cumplido los 18 años eran correligionarios de los que un año antes asesinaron a Federico, encerraron a Jesús Cancio y, un año después, mandaron a morir en el exilio a Antonio Machado. Fidelita se había quedado sin la voz viva de los poetas de su repertorio, pero enterado de su fallecimiento  cuando él estaba en la cárcel de Torrelavega, el poeta Cancio escribiría su «Romance del entierro de la gentil recitadora de mis versos«, a modo de elogio fúnebre, pero que no ha podido ver la luz hasta unos pocos años.

 

Y en cuanto a ella, efectivamente, el 26 de junio de 1938 sería enterrada en el cementerio de La Llama, muy próximo a donde residía con su familia. Su padre pasó muchos años en prisión hasta conseguir la libertad condicional del Penal de Alcalá de Henares en 1954, mientras que a su madre, Eloína Cuevas, le había sido denegada la licencia para poder vender en la calle como única forma de subsistencia.

 

 

Eran la actuación de la manada y las consecuencias de poder campar a sus anchas en tiempos de terror e impunidad.

 

 

ROMANCE DEL ENTIERRO DE LA GENTIL RECITADORA DE MIS VERSOS

 

Cómo recitaría

el último poema

                                                                                                      que la sacan en hombros

y en hombros la llevan

más allá de su vida.

¿Ah, la veis como sueña

con el arte su navío

que en la gloria la espera?

Cómo diría la niña

la poesía aquella

que era sal de ternura,

y era miel de belleza.

Cómo diría la niña

el madrigal de estrellas,

que aún lleva la sonrisa

de la última cadencia

prendida de los labios…

¿Ah, la veis como besa

al arte que ha salido

a encontrarse con ella?

Mirad cómo la miman

los más altos poetas

con flores rociadas

de lágrimas inmensas.

¿Dónde irá tan bonita

con el traje de fiesta?

Como va tan dormida

no oirá al pueblo que reza:

¡Ay, luz de mis cantares!

¡Ay, dulce compañera!

¿Ah, volverá la niña?

Los celos de la gloria

no saben de las quejas

del pueblo que la sigue

temblando por su ausencia.

Como era tan artista,

como era tan serena,

fue loca por la pluma,

fue mártir por la idea.

¿Dónde irá tan bonita

con el traje de fiesta

con coronas de nardos

y con cintas de seda?

¿Dónde irá tan bonita?,

vamos todos tras ella.

Todos no: los que en vida

la hirieron, ¡que se vuelvan!

No más besos de Judas

en su frente de cera,

no empañen la armonía

de su sueño de muerta!

¡Ay, luz de mis cantares!

¡Ay, dulce compañera!

Con coronas de nardos

y con cintas de seda…

¿Ah, es verdad que su féretro

es un ánfora griega

de un encaje finísimo

tejido por la pena,

que su caja de nieve

parece una maceta,

y que la flor más linda,

la de gracia más plena,

el capullo de rosa

de más clara belleza,

es de su carne rígida

la pálida azucena?

¿A dónde irá tan lejos

la dulce compañera?

Decid todos conmigo

la oración de la ausencia.

¿Ah, volverá mi niña?

¿Ah, volverá mi reina?

             Jesús Cancio

            Prisión de Torrelavega 1938

 

Incluido en su libro Rumbos de libertad y proa a la muerte, Cantabria Tradicional 2011. Edición de J. R. Saiz Viadero.    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre J. Ramón Saiz Viadero 34 artículos
Escritor, historiador, periodista, conferenciante. Especialista en historia de Cantabria y del cine español. Ha sido asesor cultural del Ayuntamiento de Santander, y concejal en las primeras elecciones municipales.

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