La Timba. Capítulo XXII Mujeres en Negro

Llegué al hotel de casa de Fatine, con el tiempo justo de ducharme y bajar a desayunar con Aitor a la hora convenida. No haber pegado ojo en toda la noche me pasaría a buen seguro, una factura terrible en la sobremesa. Estaba tan convencido, que conforme llegaba a la mesa en la que ya me esperaba mi protegido, hice una seña al camarero para que me sirviera una jarra de zumo de naranja recién exprimido, y tres tazas de café solo, que puse como si de las distintas copas se tratara, delante de mi plato en espera de ser consumidas.

Me serví con abundancia del buffet, y cuando todo estuvo bien preparado, Aitor levantó por fin la cabeza del ejemplar de Le Monde Diplomatique y me dijo con su acento norteño. –Pareces vasco desayunando, oye.

–Disparo mejor con la barriga llena –respondí algo seco. Aquello contribuyó a mantener mi imagen de tipo duro,  aunque no estoy seguro de si la palabra disparar encogió un poco su estómago. En cualquier caso, yo no tenía demasiadas ganas de hablar.

Saqué del bolsillo interior de mi cazadora de corte europeo, un folio doblado en cuatro partes y se lo tendí.

–¿Es todo correcto?

–Sí –me respondió imaginándome empuñando la pistola en postura de crounch. He aprendido a leer en los ojos de la gente, y los suyos le delataban.

La primera cita era bastante cerca de allí. A las 9.30 am estaba invitado a tomar un té con uno de los diferentes agregados comerciales que tiene Mohamed VI en todos los Ministerios. Éste en concreto, estaba adscrito al de Industria.

Subimos al X4 y escribí en el navegador la dirección. Los trayectos a pie están siempre desaconsejados, incluso para distancias muy cortas. En este caso, y en los del resto del día, todos los lugares oficiales contaban con aparcamiento privado y entradas discretas a los edificios. Lo normal es que una vez superada la barrera de control al parking, uno extreme las precauciones mientras visualiza la zona de aparcamiento. Es todo un mecanismo automático que normalmente el protegido ni detecta pero, que suele ahorrar problemas en caso de que surjan.

Una vez detenido el BMW, bajé para abrir la puerta de atrás. Aitor salió con su cartera de piel, y ambos nos dirigimos hasta el hombre trajeado en gris marengo y de bigote inequívocamente marroquí que nos esperaba en la puerta.

Así transcurrió la mañana. Tres tés de trabajo y por último un almuerzo en el Zoco. Restaurante Dar Cherifa: muy discreto y elegante. Me gustó para llevar a cenar a Fatine algún día. Al salir y de vuelta al Hotel surgió un pequeño problema.

–Me han invitado esta noche a una timba de póker. ¿Qué te parece?

–Aquí el juego está muy perseguido. Les has caído sin duda bien. No te fíes.

Víctor Gonzalez

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