NO DEBERÍA SER UNA CARTA DE AMOR

 

Recuerdo que te prometí unas líneas en cuanto regresara del viaje. No tengo excusas y tú además las odias. Dejémoslo ahí, en «lo siento». Sabes que una de las cosas que más me gustan en este mundo es escribir a los amigos incluso cuando no tenga nada que contarles. Por eso, por no tener que contarles exagero, y la vida con o sin viajes pasa a ser algo irreal con lo cual tengo que terminar disculpándome, yo que también odio las excusas.

De este viaje no hay mucho que hablar. Todo lo que vi en algún momento lo has visto ya, los manglares, las playas de arena rosada, los acantilados, los cielos, las sonrisas de los niños. Si algo te has perdido es lo más inconveniente: miradas sin sonrisas, playas sin arenas, olor a pescado pasado y a basura quemada. La gente se ha desvivido por mí, los compañeros de la agencia que nos buscó Héctor son la paciencia personificada. Dale las gracias cuando lo veas. Tu marido nos solucionó un sinfín de problemas, y aunque estas soluciones trajeron consigo otros, su labor hizo nuestra estancia más agradable. Sé que Sara estaría ciento por ciento de acuerdo con lo que digo.

Comprobaras que estas mañanas no estoy en la oficina. El día antes de la partida hablé con Leo para pedirle unos cuantos más  y no enganchar el aeropuerto con la vuelta al despacho. Descanso del descanso, si es que un viaje así puede considerarse descanso. Antes de salir de casa dejé en el aparador tu recuerdo de Lublin. A Sara no le gustan los souvenirs pero le gustas tú y por eso sigue ahí.  A cosa de las 9, cuando los últimos rayos del sol espían a través del balcón y no me encuentran repasando en el sofá las fotos del festival fin de curso de Joel, iluminan vuestra casita de cerámica donde deslumbrarán a algún Oleg que babea por los brincos de su Yuri. Entonces recuerdo que no sé dónde marcháis este año.  ¿Son 2 semanas subidos al carro de un beduino atravesando Mauritania? ¿La odisea patagónica interminable? ¿El viaje iniciático número 37?.  Me pregunto si habéis pisado alguna vez nuestra ciudad en agosto. Te aseguro que tiene su encanto y comparte el mismo aire del desierto que ahora me mata de sed.

¿Recuerdas el único viaje que compartimos? Todas las conversaciones que dejamos en manos del quiero y no puedo…Dicen que entre amigos el pozo de la conversación no se seca, pero Sara y Héctor no sabían hilar tres palabras seguidas, y enseguida ella te acaparaba y él lo hacía conmigo. Igual tú y yo estamos diseñados por la misma mente, cuatro oídos para escuchar y dos lenguas para asentir y calmar. Nos han fabricado para sustentar a otros, y nos damos con un canto en los dientes con qué a cambio nos traigan buenos deseos, o algún souvenir que no huela demasiado a grima.

Te debo una apuesta. Te aviso que aunque pudiera, no pienso pagártela.  En algún momento, unas noches antes que naciera Joel, nos apostamos mi sinceridad. No recuerdo que noche, supongo que cenábamos en vuestra casa y nos habríamos bebido el agua de los floreros. Me hiciste prometer que nunca te mentiría pero que a cambio era libre de mentir a todo el mundo. Para rubricarlo fijaste un precio que en su momento me pareció accesible. Todo para descubrir mientras te escribo (no, mientras te pienso) que ser sincero sin hacer daño a nadie me resulta tan imposible como mover ahora estos brazos que no me dejan escribirte.

Olvida lo que dije antes de Leo pues como habrás adivinado, no se acerca un milímetro a la verdad.  En cuadro como estamos ni suplicando le habría sacado días libres, y casi mejor así. Había pensado como no contarte esto pero me es tan inviable como las carreteras de países que no terminaré nunca de conocer, sus cielos manchados de nubes de algodón hilado que serán lo último que mi deshecha vertebra dos  me permita contemplar, al menos hasta que alguien encuentre nuestros cuerpos desperdigados entre los restos de un auto de alquiler al que el sol de Kenia evaporó sin duda el líquido de frenos. En momentos así te odio por encadenarme a esta sinceridad de página de sucesos.

Pero quedamos en que estas líneas tratarían sobre mi viaje. Que tal estuvo, que me reportó, que descubrí de mí en él.  Ahora que llegamos al meollo de la cuestión es cuando me faltan palabras. Ya no son mías, no las tengo y debo buscar a cambio sensaciones que me permitan explicarte que este último viaje me enseñó a apreciar  lo verdaderamente lejos que estás. Muchas veces empleamos mal esa palabra. Consideramos lejana a gente que aún viviendo en la otra punta del mundo, podríamos  tocar a poco que estirásemos los dedos de la voluntad. Al compartir el mismo diseño cerebral y longitud de onda, contigo siempre me había sentido invulnerable a esa lejanía. Hasta ahora. Ahora sí que podría decirte que me faltas. Que ya no hay distancia de por medio pero tampoco espacio común que nos vincule. Que el limbo que nos separa marca la hora de aprender a echarte de menos.

P.D. Joel no entenderá nada de esto pero quiero pedirte un favor y es que tú en algún momento se lo expliques.

Atentamente

Tu amigo

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