Recordar recuerdos

Afuera nieva. Qué triste domingo me atraviesa en este helado páramo sin alma. Enciendo el fuego de la estufa… pero qué poco calienta cuando hechas de menos a tus hijos…, a tu tierra…, a tu bahía…

Si pudiera echarme ahora a dormir y hacer que el tiempo diera marcha atrás, volvería a los septiembres luminosos de mi infancia, saldría a pasear por la machina cuando más soplara el Sur para ver cómo se encrespa el mar y las olas chocan entre sí… El viento me enloquece y me despeina, pero me hace sentir vivo. Le dejo hacer, no vaya a ser que pare y no vuelva a sentirlo. Qué poco saben los que se resguardan y se ocultan cuánto se echa en falta cuando para.

O si no, volvería a las despreocupadas mañanas de verano a la sombra de la grúa desde la que, junto a mis alegres y desarrapados camaradas, saltábamos desnudos al agua, de cabeza, para asombro de la muchedumbre que, curiosa, tiraba al agua perras chicas. Querían vernos hacer nuestras cabriolas y que, aunque fuera haciendo un poquitín de trampa, las sacáramos entre los dientes. Y cuando veíamos que el parné nos alcanzaba, allá nos íbamos donde la Cruza, a trincar un cucurucho de chufas y a tocarle los cojones para oír como se la llevaban los demonios…

—¡Cruza, un cucurucho de chufas!

—¡Qué coño hacéis aquí otra vez… —saludaba la Cruza aparentando resignación. Aunque nada más vernos ponía los muelles en tensión para saltarnos encima—, a ver, sin amontonaros, que corra un poco el aire que ya me estáis tapando el sol…

—¡Joder Cruza! Estas chufas están llenas de piojos —espetaba a bocajarro el Tirabuzones.

—¿¡Qué coño piojos!?—

—Y pelos rizados… ¿No estarás mojando el peine en el barreño de las chufas?, no jodas Cruza. Que ya sabemos todos que ese peine es con el que te peinas con el..

—¡Ya me estáis jodiendo! —se embalaba la paisana poniéndose de pie  a duras penas—. ¡Seguro que ese pelo es de vuestra puta madre, hijos de la grandísima…

Y no escuchábamos ya más porque habíamos cogido carrerilla y antes de acabar la frase, estábamos ya al borde del mar, en el muelle, sin resuello, en Puertochico, viendo entrar y salir botes y hombres. Algunos con calderos llenos de pesca y otros, solo con las ganas y una cara terrible de cansancio, diciendo lo de siempre:

—No sé qué coño pasa, que cada día hay menos peces.  —Dice el Mauri, como hablando solo…

—¿Pues dónde has ido? —le pregunta Urrea desde el amarre de al lado mientras cierra los castillos del barco y lo ordena todo para que el barco quede como debe ser—. A mí me ha ido bastante bien…

—Me he quedado en Santo Mauro, caceando, y he dado la vuelta completa…, y ni por delante ni por detrás. Es que no he «notao» ni una picada. ¿Dónde has ido tú que te veo los calderos llenos?

—He salido hasta la vaca… Al disparo. Y no he cogido más porque el mar se empezó a picar y no quise entretenerme; levanté el arpeo y me arranqué de vuelta. No sé…, estos que salen ahora, poco van a hacer… Mira, ahí llega Montequín, ha estado cerca mío y me da, por lo que he visto, que ha cogido todavía mucho más que yo.

—Bueno Urrea, yo tengo que irme, si has terminado y te apetece, yo me tengo que acercar donde el Kalín, que tengo que coger unos anzuelos; encima de no coger ni un pez, he perdido un aparejo entero. Si te vienes, charlamos un ratín con él, seguro que tiene algo interesante que contarse. Y luego echamos unos chatos en Peña Herbosa…

—Pues sí mira, te acompaño, que me han dicho que ha traído cebo artificial de Alemania que va del carajo. —Contesta mientras carga un caldero hasta arriba de peces— Cógete una bolsa, y échate unos peces, no te vayas de vacío a casa. Otro día ya me tocará a mí.

— Pues mira, mañana si quieres…, podemos salir juntos —le contesto agradecido— que yo no sé por dónde coño está la vaca esa…

Y allá nos vamos, un paseo, una charla, unos dioses y al empujar la puerta, suena la campana del dintel  y sin darnos tiempo a entrar, ya está Kalín con su amabilidad de siempre.

—Hombre Canales…, Lolo. —nos saluda más serio que de costumbre—. ¿Qué tal se ha dado el día?

—Que hay Colás —le contesto mientras Urrea hace un gesto con la cabeza.

—¿Os habéis enterado de lo de Manolín? —nos pregunta—. La cosa pinta fea…

—Serio te veo, ¿qué ha pasado? —respondo y pienso que de quién me estará hablando… —¿Manolín…? ¿Qué Manolín?

—¡Coño, el del «Aurora»!

—¿Qué ha pasado? —Tercia Urrea, amigo íntimo de su tocayo.

—Luis, el carnicero, el que amarra al final del pantalán, me ha dicho que ha salido muy temprano esta mañana… y el barco ha vuelto solo, remolcado por «El Carmen», el de los prácticos. Se lo han encontrado a la deriva ahí por donde el páramo, pero del hombre no hay señal…

Suena la campanilla de la puerta… y me despierto. Carmina está ya trajinando de aquí para allá como una loca, bueno, como todos los días desde que estamos aquí, preparando la comida echando leña a la estufa. Afuera sigue la nevada y parece que no va a parar nunca…

Me quiero levantar para echarle una mano con la faena, pero me da una tos tremenda…

 

Me atraganto con un buche de mar que pasa por mal sitio y me despierta del todo. La mar está encrespada y las olas entrechocan entre sí compitiendo por ver cuál hace más espuma, cuál sube más alto, cuál se va a llevar el premio y me va a arrastrar al fondo… «¡Joder!, qué frío puede hacer…»

Empiezo a no sentir…, a no querer ya nada, y noto una llamada desde la profundidad. Las olas me acunan, la marea me lleva, me trae… se me escapa la voz y vuelve el sueño…

Hace un rato que ya no sé dónde anda el barco y hace un frío del carajo… ¡Tengo tanto sueño!. Si por mí fuera, ahora mismo me dejaba ir y que le dieran a todo por el culo… y lo pienso y digo, qué mal hablo joder; y lo pienso mejor y digo, pero ¡qué carajo! No puedo ni decirle a Carmina que lo deje, que luego lo haré yo, en cuanto esté un poco mejor y se me pase el frío, cuando deje de agobiarme la tos…

Aquí estoy, en Alemania, viendo como nieva y recordando la machina en un día de sur.

Menos mal que sé que todo está  bien. Pero… por qué el mar tarda tanto en llevarme y dejarme descansar tranquilo…

Así, cansado, no puedo ni correr; al final, si no espabilo, me cogerá la Cruza…

Jehtro Legrand

 

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