Si nos dejan

A ustedes que les tengo confianza les confieso que estoy hasta el ‘ruso’ del tanga de sentir la obligación de tener que justificarme a todas las horas del día, si no es por una cosa, es por otra. Por fumar; por beber, de forma moderada casi todo el tiempo; por que me guste el fútbol, la copla, Sabina, el jazz, el reagee, las montañesas, el blues, el tango, el soul, los boleros, el ska, las habaneras, el rock, el folk, Serrat, la tauromaquia, el cine negro y las novelas de Agatha Christie, madrugar, trasnochar, cocinar o ir a la playa; por ser socialdemócrata, por ser mujer, por ejercer de ambas; por creer en Dios; por no creer ni respetar las doctrinas de esa institución llamada Iglesia católica; por tener amigos de izquierdas, de derechas e, incluso, mediopensionistas; por ser optimista; por escribir; por no discutir salvo que sea cuestión de vida o muerte y aún así a regañadientes; por decir lo que pienso; por pensar lo que digo; por creer que la mayoría de los seres humanos son de buena pasta… ¡coño!… por existir. Que es que parece que en este país no es admisible ser feliz. Y no digamos nada, parecerlo.
Sale una a la calle un día cualquiera y a la que se encuentra a cualquier ser humano conocido le toca responder a un cuestionario interminable que tiene como único objeto hallar su, mi, punto débil. ¿Por qué? Porque sí. ¿Quién dijo que tuviera que existir un objetivo concreto para tocarle la moral al prójimo? Pues eso.
¿Que por qué les cuento esto? Porque puedo.
No, ahora en serio, por dos razones fundamentales, aunque hay más, a saber: por tenerles a ustedes informados de mis aconteceres, que es que les tengo a capricho, no se quejen, y fundamentalmente porque pienso que ya es hora de darle un vuelco a nuestra mismidad y ponerla proa al horizonte.
Va siendo tiempo ya, queridos, asumámoslo, vamos teniendo una edad, de que nos dejemos de tontunas y nos centremos en lo importante. Soy una firme convencida de que todos nosotros tenemos un ombligo monísimo y que nos pasaríamos las horas recreándonos en su contemplación, pero, créanme, es una pérdida de tiempo que no tenemos, que hay mucho que hacer.
Dejemos ya de quejarnos de las deudas que la vida, así, en general, tiene con nosotros. Pues en unos casos más y en otros menos. Pero en cualquiera de ellos es inútil, la vida es sorda como una tapia  y muy puta. Así que en vez de quejarnos pongámonos a trabajar para cambiar nuestras vidas.
Empezaba quejándome de esa sensación de tener que justificarme que, en mi caso, no es más que una sensación porque no considero a nadie capacitado para hacer dicha solicitud. No vine así de serie, he tenido que aprenderlo. Pero ahora que lo he aprendido y puesto en práctica, se me ha quedado el rincón de los complejos que parece un descampado.
Y eso es lo que quiero, espero, que ocurra a mi alrededor. Sobre todo en ese alrededor que forma parte de la izquierda política, mi izquierda política. Verán, es que nunca he entendido, y ya me empieza a aburrir, esos tremendos complejos con los que acarreamos desde el inicio de los tiempos. Y no los entiendo porque no tienen sentido. Y si no tienen sentido ¿qué sentido tiene conservarlos?
Creo firmemente que es posible desterrar viejas costumbres a poquito empeño que pongamos en ello. Ojalá esta vez sea cierto. Hay que cambiar tantas cosas que por qué no empezar por esta. Fuera complejos y justificaciones.
Somos estupendos y deberíamos estar en condiciones de demostrárselo al mundo. Si nos dejan.

 

Kim Stery

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