Silvina

Somos muchas las autoras y lectoras ensilvinadas. Pero, con todo, siempre tengo la sensación de formar parte de una sociedad secreta. Siempre hablo de la Ocampo como de un descubrimiento en la facultad, un nombre citado al azar por la profesora de literatura hispanoamericana que anoté en los márgenes de mis apuntes y busqué en la vieja biblioteca al salir de clase. Silvina Ocampo. Ese nombre es de los que logran atraparme, de los que consiguen que la mera referencia trascienda y se convierta en otra cosa, en un foco de interés, en el señuelo que conduce a alguna parte, a un lugar aún secreto.
Silvina es uno de esos territorios que conforman mi mundo. Vuelvo a su prosa, a su delicada perversidad, a su gracia para captar la esencia de las cosas, de los objetos, y de señalar el lado oscuro de los seres que pensamos más próximos. Silvina Ocampo es mi escritora preferida desde que llegó con sus cuentos de niños funámbulos que se estrellan en el patio, con sus historias de vestidos malditos y de perritos disecados.
Gracias a Jesus Esnaola por dar el soplo. Os dejo el documental del que me informó ayer. Os sugiero que busquéis a Silvina Ocampo por las galerías procelosas de la biblioteca y rescatéis sus cajas de bombones envenenados. Leedla. Y leed «La hermana menor,» de Mariana Enríquez, una biografía en la que se demuestra que la vida de algunos seres es pura literatura.

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