Hordas navideñas

Esas tardes eran las peores. Les pedía a todos los santos, camino del curro, que me convirtieran en hija del dueño de Zara, en ficus o hasta en piedra, porque esa ya ni siente. Era que entrabas en el bingo a las 15.30, era que serían casi las cinco de la madrugada cuando salieras en uniforme y con el alma en los pies y los pies no sabría decir dónde, derretidos quizás como el rímel y tu ánimo.
Venían en hordas. Con las corbatas desanudadas o puestas de diadema, ellos. Con aire de stripper que acaba de descubrir su talento oculto, ellas. Zafios pese a los mocasines Sebago y los osoñoños de Tous. Nunca he conocido a gente con menos gracia que esos bolingas de cena de empresa que venían a jugarse los cuartos y a lanzarnos piropos al llegar e insultos cuando veían que su belleza y encanto natural no nos quitaban el vinagre de la jeta ni hacía que les diéramos bingo. Bebían para olvidar su vida de mierda, para sentirse ricos por un día, divertidos y deseables. Yo farfullaba juramentos culteranos en lenguas ya muertas y me acordaba de sus madres cada vez que entonaban una jota o jugaban a que no me iban a pagar los cartones. Olían mal, a ese mejunje vomitivo de whisky, sudor, perfume de garrafón y tabaco. Nunca se acababan, era la plaga de antes de navidad y se reproducían por generación espontánea hasta la madrugada. No los hubiera tocado ni con un palo y despreciaba profundamente esa filosofía de la diversión zombie que consiste en beber y ser maleducado con alguien que trabaja mientras tú te pones ciego para no asomarte a la ciénaga de mierda que eres. Qué alivio aquel último diciembre en que trabajé de binguera torera con sonrisita de hiena porque a mí no iba a pillarme otra manada de desgraciados, S.A., en modo pedo fatal.
Patricia Esteban Erlés.

1 comentario

  1. Sé de qué hablas, a qué te refieres, qué cuentas cuando nos fotografías a esa generación cutre, rancia esa que representa a esa » España» que nunca se hunde porque la mierda flota. Gracias.

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