Africa

Al día siguiente de cumplir 19 años, murió.

Me dijo si podía tener hijos. Yo que era desgarradoramente sincera le dije que no. Se echó a llorar como si nevara y así pasó casi toda la noche hasta que se quedó dormida.

-Si no puedo tener hijos, no quiero vivir

Todos los hijos deberían vivir , deberían triunfar, deberían caerse y levantarse sin ayuda, me decía su madre escondida tras unas enormes gafas de sol a las 8 de la tarde.

La habían criado como una princesa porque ella había salido de un cuento para regocijo de su familia. Su hermana menor era tan rubia como ella, pero había nacido con un angioma en media cara que costo largas operaciones en Estados Unidos erradicar completamente. Media casi 180 cm, era una adolescente llegada de otra esfera de existencia. Hacia segundo de odontología sin despeinarse y cabalgaba a la grupa de caballos pura sangre en un acalorado ejercicio de meditación.

Llegó una tarde cualquiera de un año cualquiera a aquel hospital en el centro de Madrid. Sus células no se diferenciaban de las de una leucemia del niño, casi tan curable que daba un poco de dolor tenerla ahí atada a la cama los 30 días que duraba la inducción, por eso la dejamos salir a su casa, a su facultad, y mientras acudía a clases se pasaba por el Hospital de Dia a ponerse sus “venenos”. Cuando recayó, se apodero de mi una tristeza serena, un poco agria, como de muerte inequívoca e indescifrable.

Los meses que restaron se acodaban en una barandilla como un juglar suicida.

-Soy yo la que va a morir- le dijo a su madre una mañana

Todos a su alrededor parecíamos zombies haciendo un trabajo innecesario. Todos estábamos condenados a verla con esa calavera bellísima que era su rostro prensado por los días sin tiempo, sus ojos encallados en una lectura capaz de parar el desenlace, porque había decidido finalizar el libro que tenía entre manos y hacerlo lentamente.

Amaneció el día que cumplía 19 años. Una improvisada fiesta zombie y una tarta de melocotón. Era el límite. Grandes regalos, un viaje a las Bahamas, un crucero por el Caribe, unas largas vacaciones sin Universidad, toda la familia.

Sonreía. Su humanidad se había hecho gigantesca. Su ternura se había transformado en sabiduría. Su amor no tenia limite.

Había crecido una vida en un año. Murió tranquila al día siguiente.

Con dolor. María Alcocer…

Sé el primero en comentar

Deja un comentario