Amistad de mujeres

(Estoy escribiendo algunos capítulos de mi próxima novela y no puedo dejar de pensar en lo importante que ha sido y es la amistad de determinadas mujeres en mi vida. Sé, además, que el número de lectoras que se acercan a mis textos es muy superior al de los lectores y lo percibo como algo muy positivo, como una especie de hermandad. Para todas las amigas, visibles e invisibles, este texto)
Hace tiempo que pienso en la amistad entre mujeres, que me digo que debo escribir algo sobre ese vínculo mágico, inesperado, que es vacuna infalible contra la envidia y la soledad. Porque muchas veces, igual que todas, he sentido que el guion decía que debemos competir en modo depredación feroz por una mísera zanahoria, como si fuera la última de la tierra. Porque con frecuencia me ha dolido pensar que tenía que luchar en el bando contrario de alguien que me hubiera gustado tener como aliada, solo porque sí, porque así de mal dibujado está el mundo. Me gusta admirar al ser humano, me gusta que me guste mucho, muchísimo, algo de alguien. La belleza, la inteligencia, el humor, la bondad, la elegancia, que nunca es solo una cualidad externa, sino el reflejo de un brillo íntimo que es imposible que permanezca oculto a los ojos. . También, o sobre todo, en las mujeres que me tropiezo en el trabajo, por casualidad, en viajes, allá donde el azar hace su parte y me permite tratarlas. Me encanta quedarme con la boca abierta ante una mujer bella. Me fascina charlar con esas mujeres a las que he ido conociendo en los últimos años, que van sumándose a las amigas de otros tiempos, de otros mundos. A algunas de esas grandes señoras las ha traído una charla, una presentación, un taller. Me han salvado la vida con una comida gloriosa, donde me han alimentado más las risas y el afecto que los dos platos y el postre. Algunas veces basta con mirar a alguien para saber que empieza un «érase una vez«. Me he encontrado compartiendo cafés y confidencias con mujeres que eran extrañas semanas antes. He sabido al momento que ni ellas ni yo contaríamos nunca, a nadie, lo que nos hemos confesado simplemente porque sí, porque a veces es bueno y muy sano confiar en la bondad de los desconocidos. Me han acompañado en momentos muy felices, sentadas entre el público de una presentación. Me han mandado mensajes hiperbólicamente generosos acerca de un libro mío o una columna que han leído. Las he visto mirarme con un cariño real, que nace de la intuición infalible que a veces te asalta y te permite reconocer a una semejante. Me alegro de sus logros, celebro sus triunfos, las apuestas arriesgadas, su voluntad de hierro, su hermosura, su empatía, su capacidad de amar y de cambiar el mundo a mejor.
Soy fan perdida de muchas mujeres enormes y me considero afortunada de compartir tiempo y vida con ellas.
Algunas me han traído sopa caliente cuando he estado enferma.
Algunas me han oído llorar por teléfono hasta que me ha faltado la voz.
Algunas me dejaron dinero cuando no me llegaba para pagar el alquiler.
Algunas se me llevaron de vacaciones cuando tenía un agujero en el pecho, hasta que suturó la herida y el corazón, por pura inercia, volvió a latir como un reloj invencible.
Algunas me han regalado cosas increíblemente locas, caras, preciosas, porque me aceptan así de caprichosa, hedonista, superficial con lo bello que además es tangible. Y no intentan cambiarme.
Me he sentido querida muchas veces, esa suerte tengo, acompañada en mudanzas, en noches de tragedia, en los días en que el vino se agrió y las rosas brillaron por su dolorosa ausencia. Hay toda una sociedad secreta de mujeres inolvidables a las que tengo el gusto de conocer y disfrutar en desayunos eternos, en sobremesas en las que intercambiamos libros y cuadernos bonitos, cines y postcines, trozos de tarta en Mi habitación favorita, milhojas inenarrables en Cibus. Me animan a seguir, a ser mejor, a gozar de todo ese disfrute que nada tiene que ver con la envidia, la competencia desleal, el «solo puede quedar una«.
Y a todas ellas, por lo que me dan seguramente sin saberlo quiero agradecérselo.
Patricia Esteban Erlés

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