Carola

Carecía de maldad. Carola andaba por los 17. Carecía de cualquier indicio de rebeldía. No recuerdo ya su cara. Su pelo era rojo ceniza, ardiente, capaz de encresparse hasta el enredo. Yo la tenía delante y pensaba en sus años venideros, en su carrera , en su sonrisa aun de niña. Repetimos la médula varias veces porque no conseguíamos material para estudiarla.

“Está empaquetada”

“Es fibrótica”

“No tiene nada, es una médula normal de 17 años”

Volvió otro día para el diagnostico. Habíamos triturado un trocito de su hueso, lo habíamos colado y lo habíamos analizado en un clitómetro.

Sus ojos pestañeaban como si le diera un viento atroz. Su madre caminaba con la cadencia de un autómata. Casi no se sostenía en las piernas que fueron haciendo zigzag hasta llegar a la planta y derrumbarse en un llanto sofocado y estéril.

Carola contenía la respiración como si nadase en la vida. Tal vez no supe contener la calma y se me escapó una lágrima antes de iniciar el tratamiento.

Cuarenta y cinco días después seguía con leucemia. Noventa días después seguía con leucemia. Se fue afilando, sus rasgos redondos se hicieron elegantes. Su melena fue rapada diligentemente. Ya no parecía la adolescente que ingreso una mañana sino una larva de mujer, un conato de autenticidad y estatura.

Todo fue rodado. Entro a continuación en un trasplante de su hermana menor. Tuvo suerte, porque solo tenía esa hermana y era idéntica.

Muy pocos pacientes hacen una cistitis hemorrágica. Consiste en una herida de la vejiga, una herida sangrante que no se reepiteliza. Una herida que es una rotura continua y sin remedio. Empezó lentamente cuando ya se iba a marchar a casa. Luego los coágulos no la dejaban orinar. Luego la sangre obstruía la vejiga y empezaron con lavados. Luego los lavados eran cada vez más constantes. Hacia punto. Bordaba. Creaba flores de punto de cruz esperando la resurrección. Se aferraba al tiempo en que existía mientras yo la miraba morir desangrada. Fue apagándose una tarde en que su padre le dijo que si moría no iría a verla al cementerio.

Esa noche, mientras dormía, una hemorragia masiva empapó las sábanas, rezumó por los laterales de la cama, empapó las zapatillas que su madre, dormida y vencida, llevaba puestas.

Soñaba…

Texto: Maria Alcocer.

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