Catusa, I Capítulo

Adoro el café. Tal vez te parezca una forma curiosa de comenzar un relato, pero inicio estas líneas mientras paladeo uno: arábica de molienda extrafina, bien largo de agua y enfriado con hielo pilé.

Alguien me ha dicho hace poco entre las sábanas de su cama mientras fumábamos un emboquillado, de ésos que me traen de Gibraltar, y que sólo paladeo cuando el sexo ha merecido la pena –¿Por qué no cuentas tu historia? muchas como yo estaríamos encantadas de entretenernos con la vida de un poli retirado. –Ella ya lo hace desde luego.

No necesito el dinero. No viene al caso el porqué, de modo que escribir será una mera diversión. Si lo que hoy comienza como un juego termina en forma de libro, tal vez lo publique para dar gusto a mi amiga, y a muchas como ella. Será un justo pago a los ratos que compartimos cuando su marido se marcha a Ámsterdam.

Vivo solo, o casi. Entrenado para controlar mis impulsos, no pude o no quise una tarde de visita a una galería comercial, evitar el comprar una bola de pelo con los ojos azules un día de abril de los de cielo velazqueño. Mi gata se llama Catusa. Es el femenino de la definición latina del gato salvaje y ésta, ha tenido siempre un punto montaraz que me atrapa. Dudo que a mucha gente se le ocurra un nombre así. Adoro la historia antigua y las lenguas “muertas”, tan vivas en mi concepción del lenguaje como lo está mi Vereta Star, siempre cargada, por si al final las palabras no son suficientes. Catusa es la única hembra estable en mi cama. También es la única que me entiende sin demasiadas explicaciones.

Cuando cumplí los cuarenta me di de baja en el Cuerpo. Había resuelto un caso célebre, que llegó a mi vida por pura casualidad, y tras unos meses de estrés mediático preferí cambiar de aires por un tiempo. Ahora he vuelto a Sevilla. Me he establecido en un discreto dúplex en un barrio bien. Nadie me pregunta y a nadie de mis vecinos doy más allá de los buenos días. Cada mañana me dirijo en mi X4 al gimnasio. Necesito nadar un rato, y mantenerme en forma es uno de los puntos de equilibrio de mi vida. Hay otros que te iré contando.

Víctor González Izquierdo.

 

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