¿Cómo somos de verdad? ¿Cómo actuamos en situaciones extremas?

 

¿Son personas normales los torturadores? o por el contrario son sádicos o psicópatas desde siempre ¿Hay quién goza torturando o maltratando a semejantes? ¿Hasta dónde puede llegar la humanidad puesta en situaciones adversas? Son preguntas, que imagino, nos hacemos de vez en cuando al presenciar o enterarnos de sucesos escalofriantes por la perversión malvada que supone. Las noticias de las torturas en Abu Graib por  jóvenes soldados de EEUU, bien educados,  sin mayores signos de sadismo, nos helaron la sangre. Algunos eran profesionales pero la mayoría se trataba de reservistas  que marcharon a un país lejano, tiempo después del 11S y  de forma casi fortuita se ensañaron contra prisioneros que, en su mayoría, era  gente común inmovilizada con cadenas,  prisioneros en condiciones dantescas de humillación y dolor.

 

A la llegada de los prisioneros a los campos de concentración  nazis, después del extenuante viaje de días,  encerrados en vagones sin comida, sin poder dormir, haciendo las necesidades en un caldero común, eran agredidos con saña nada más bajarse del tren. Todo estaba estudiado para quebrar el mínimo atisbo de voluntad -si aún quedaba algo-  después del infernal viaje. Con rudeza se les sometía a un recuento  y clasificación tal que animales. Las  mujeres, niños y enfermos  marchaban como corderos  a las cámaras de gas; los hombres sanos, se les dirigía  a los campos de trabajo para utilizar su fuerza durante unos meses hasta que, exhaustos y famélicos, o bien morían por sí mismos o se les gaseaba en el momento  que dejaban de ser útiles.

Se trataba de una mecánica programada de antemano: inmovilizarlos por el miedo ya que era un momento de posible huida de los prisioneros. Se les producía el shock del terror para inmovilizar la voluntad.  Era la maquinaria infernal diseñada con detalle por los jerarcas nazis. Si ustedes leen la biografía de Rudolf Hös tomarán en cuenta  la preocupación del sujeto por perfeccionar la técnica del exterminio, por mejorar su propia marca. Como cualquier empresario/a o CEO harían con su empresa o su cuenta de resultados. La maquinaria nazi hizo del exterminio una empresa lucrativa.

Destaca Primo Levi, observando esa violencia inicial, que se trataba de ira sin causa, afirma que esa es la máxima crueldad del ser humano. Seres indefensos que no han cometido más delito que “ser” pertenecer a una raza denostada,  llegando exánimes son golpeados sin piedad con látigos además de gritarlos sin descanso, mientras los perros, azuzados por los infames, mordían la magra corpulencia de los pobres prisioneros. Todo ello sin causa aparente, sin ninguna motivación que provocase  la ira por parte de los prisioneros a los guardianes. Al contrario, cualquier ser humano mínimamente empático se hubiera  llenado de piedad al ver el estado de la carga humana que dejaban los trenes al llegar a su destino.

¿Eran seres humanos normales los que propiciaban el maltrato? La terrible historia de los campos nos cuenta que eran judíos, polacos a veces, rusos algunos… muchos de los kapos de los barracones, crueles y duros con los compañeros tanto o más que los propios alemanes. Como judíos eran los que se ocupaban de vaciar las cámaras de gas, apilar a los muertos y enterrarlos o quemarlos en una siniestra pira. Rudolf Höss refiere,  en su citada y perturbadora autobiografía, que los enterradores comían sin ningún recato ni respeto, sentados sobre los muertos que acarreaban. Para el jefe Höss esa indiferencia ante la muerte era la prueba fehaciente de la inferioridad racial de los prisioneros. Su “indiferencia” ante el horror le parecía criticable pero no la programación del horror. Curioso. No quienes propiciaban el horror.

Hay una escena terrible en el relato de Levi “Si esto es un hombre” en la que se ha ahorcado en público a un comunista polaco rebelde, en el patio de Auschwitz. Recordaba Primo Levi,  con autocritica dolorosa, qué él y un compañero del campo pasaron delante del cuerpo pendiente del ahorcado sin mirarle, sin descubrirse ni mostrar el mínimo respeto, como si fuera un decorado del propio espacio en que habitaban, con la indiferencia de los no vivos. Porque, como asegura Levi, ellos andaban muertos. El sufrimiento y la opresión vivida había conseguido deshumanizar a los presos -de ahí el título y la terrible pregunta que se hizo y posiblemente le condujera al suicidio posterior- ¿Somos hombres? ¿se es persona cuando la deshumanización ha destruido lo que nos mantiene dentro de la pauta humana?

Durante años se han estudiado y analizado los comportamientos humanos bajo presión. Se indaga en los sesgos humanos en determinadas circunstancias que nos pueden conducir a situaciones no previstas. Hace tiempo, nos contestó con bastante discernimiento Hanna Arent  explicando  la “normalidad” de Eichmann ante sus captores. “Cumplía ordenes afirmaba el sanguinario reo. Cumplían ordenes los SS que custodiaban y llenaban las cámaras de gas con material humano en los múltiples campos de concentración y de exterminio. Cumplían ordenes los esbirros de las diversas dictaduras -argentina, chilena, coreana, soviética, española, portuguesa…- Cumplían ordenes los soldados de Vietnam (tuve ocasión de hablar largo con un piloto de los que soltaban napalm sobre poblaciones civiles, confirmando que todos, al menos los que él conoció en su tiempo de servicio, utilizaban la heroína y drogas similares,  como anestesia de la conciencia de extender  la diabólica carga que desde las cabinas  de sus bombarderos, veían con claridad…cuerpos ardiendo, niños desolados huyendo entre llamas) “Cumplíamos ordenes”,  ha sido la gran disculpa y el amparo que ha acogido a los criminales de guerra y/o a los torturadores.

¿Y los que imparten esas órdenes? ¿Qué pasa con Netanyahu expidiendo  el mandado de bombardeo sobre hospitales y colegios infantiles? ¿Qué pasa con los jefes de gobierno que confraternizan y asienten ante el exterminio del pueblo palestino? ¿Qué argumento utilizan para justificar su criminal discernimiento?

El juego mental que un genocida utiliza para autojustificarse es una de las experiencias más perturbadoras que existen, porque convencen a muchos de sus razones, peregrinas razones casi siempre. A veces hipnotizan  hasta a un pueblo entero. ¿O no ocurrió eso con el pueblo alemán durante la etapa nazi? Lo explica muy bien, el siempre citado libro Mitlaüfer, donde se  refiere con ejemplos claros el “adormecimiento” de una población que obvia los horrores (humo de los campos, olor que se percibía a kilómetros,  visión de trenes infrahumanos, exhibición de largas colas con prisioneros que caminan desolados hacia la muerte, esquilmación de propiedades…)

He escuchado relatos terribles que cuentan las familias de víctimas de la guerra civil española, donde vecinos, familiares, incluso amigos hasta ese momento, traicionaron, denunciaron, se quedaron con propiedades al calor de la represión de la postguerra. Delaciones que causan la muerte o la tortura de inocentes por gentes sin mayor motivo. Ataques, palizas, cortes de corriente eléctrica, tirar los cubos de agua de las mujeres represaliadas cuando iban a las fuentes públicas, golpizas injustificadas de vecinas, rapadas, ingestas de ricino…Todo por y para nada puesto que estaban derrotadas, habían sido vencidas en la guerra y ninguna tenía nada que ocultar porque de tenerlo, ya hubieran sido eliminados. La guerra se había perdido,  en vez de optar por la paz se optó por la venganza haciendo de la saña más terrible forma de vida vecinal. Una brutal y sangrienta venganza que ensangrentó paredones de cementerios, fosas y lugares olvidados pero rellenados de cuerpos. ¿Era  odio? o una simple pulsión de violencia sin causa ni motivo puesto que muchos de los casos se trataba de venganzas esquivas y pervertidas por el poder. Poder de hacer. Poder para revictimizar al otro/a, porque se puede o simplemente para demostrar afianzamiento con la ideología dominante.

Todo esto produce un pavoroso desconcierto y nos obliga a preguntarnos ¿cómo actuaríamos cada una de nosotras en situaciones similares? Reconozco que la pregunta martillea mi mente  de continuo…Antes de responder con aspavientos, queridas/os lectoras, sigamos indagando porque no es todo ni tan blanco ni tan seguro.

Hay varios experimentos realizados por profesores de psicología y psiquiatría que nos demuestran que, ante situaciones peculiares, ante determinada presión del poder dominante, el ser humano se comporta de forma cruel. Perversamente cruel.

Hablo del experimento Milgram, que recibió el nombre del profesor de Yale, Stanley Milgram, que lo puso en práctica. Fue en julio de 1961, tres meses después de la condena de Adolf Eichmann en Jerusalén,  cuando se colocaron carteles en las paradas de autobús, ofreciendo cuatro dólares por día a los voluntarios del experimento (veinticinco dólares actuales) Se formaron grupos en donde había una persona de autoridad que ordenaba realizar a un voluntario unas preguntas, la supuesta víctima (un actor) estaba detrás de una cristalera sentado en una especie de silla eléctrica con varios electrodos en su cuerpo. El voluntario debía realizar las preguntas que la autoridad le dictaba, y si las “victimas” se equivocaban en sus respuestas, pulsar un interruptor que soltaba descargas sobre la “víctima” Cada vez las descargas serían más fuertes. Las supuestas víctimas gritaban, se retorcían de dolor, incluso se les indicó a los perpetradores que podían ocasionar un coma…y la muerte de llegar al límite. Los gritos y aspavientos eran cada vez más pavorosos, así como las ordenes de la autoridad se implementaban con más potencia intimidatoria.

Ninguno de los voluntarios se negó a pulsar los interruptores. Un 65% desistieron de llegar al máximo de potencia (recuerden, que se les dijo que podían producir la muerte de la “víctima”) es decir un 35% estaba dispuesto a seguir hasta el final en el experimento.

 

Alguno de los participantes posteriormente hizo un ejercicio de introspección , replanteándose, incluso, no ir a Vietnam, declarándose objetor de conciencia.  El resto, la inmensa mayoría, interiorizó, sin ningún escrúpulo, que habían realizado lo solicitado sin ninguna carga de conciencia.

Esa inhibición de sentimientos empáticos nos recuerda el caso de la francesa, Gisele Pellicot.  Ninguno de los hombres que fueron citados para consumar la violación, denunció. Algunos (muy pocos) se negaron a consumar la agresión sexual, según declaraciones “porque parecía muerta”,  no por condescendencia o por entender que se trataba de un acto de violencia sexual.

A lo largo de la historia reciente ha habido más experimentos como el Milgram con similares resultados, por lo que se da por válido lo realizado en Yale con total escrupulosidad científica.

¿Quiere esto decir que estamos condicionados por la voz del poder que inhibe nuestra responsabilidad? En absoluto, afirmar esto supondría amnistiar las terribles barbaridades que se cometen bajo ordenes malvadas. Lo que deberíamos hacer, creo, es estudiar los comportamientos humanos para aprender a superar el sesgo de cobardía ante la orden y el poder cultivando la rebeldía ante el abuso, entendiendo que jamás una injusticia, una crueldad queda justificada por el fin. No importa que se trate de la revolución que salvará de la opresión, ni que se eliminen los enemigos de la verdad, la paz, el orden, la patria, la bandera, el sistema…Nada es justificable si para ello debemos ser crueles con el adversario. Porque una vez pisada la raya del sadismo, de la psicopatía adquirida, confirman los expertos, que no se vuelve. En un terrible viaje sin retorno; al perder la empatía hacia las víctimas, al convertirse en sicario de los débiles, el cerebro confirma que esos actos son válidos y los repetirán de forma continua, siempre que tengan el estímulo de las ordenes…incluso de forma espontánea. De ahí parte la terrible frase de “lo difícil es el primer crimen, luego ya forma parte de lo cotidiano” Terrible consecuencia que priva al ser humano perpetrador de la condición de dignidad inherente a la personalidad y a la víctima un mar de dolor y muerte.

María Toca Cañedo©

 

https://www.ui1.es/sala-de-prensa/victor-rodriguez-explica-el-experimento-de-milgram-un-estudio-sobre-la-obediencia

https://psicologiaymente.com/social/experimento-milgram-crimenes-obediencia-autoridad

https://www.psicociencias.org/pdf_noticias/Psicopatia_delincuencial_y_capacidad_de_intervencion.pdf

 

Sobre Maria Toca 1730 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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