Crónicas marcianas

No saben ustedes lo que estoy aprendiendo estos días acerca de los extraterrestres en general y de los marcianos en particular. Agotada estoy de tanta ‘antropología’.

No, no me he dado a la ingesta masiva de documentales de scifi, no es mi negociado. Lo que sucede es que tengo acogido un marciano. Como lo de acoger refugiados está dificilísimo, que dicen desde el Gobierno no sé qué de que hay que atender a normativas, tratados y monsergas, he decidido acoger al sempiterno extraterrestre ese al que acudimos cuando queremos ejemplificar la estupefacción por absurdez alguna. Y me he decidido por un marciano, concretamente por Marvin The Martian, porque desde mi infancia es como de casa.

¿Se acuerdan de Marvin? Que sí, que se acuerdan. El marciano ese renegrido que viste de verde y lleva un casco con un escobón en la cúspide. El de los Looney Tunes de la Warner Bros. ¡Ese! Es que el pobrecito me daba mucha lástima, tan cabreado siempre, tan solito, con esa pinta de minoría a discriminar… así que le mandé una invitación para que se viniera a pasar una temporadita al planeta verde, que le hace juego con la vestimenta.

Pues aceptó y ha decidido pasar unos días en la Tierra, de vacaciones culturales, dice él. De frenopático de posguerra tiene la cabeza, pienso yo, pero me he empeñado en demostrar que los humanos somos unos anfitriones maravillosos y por mis rizos que lo consigo. El pobre no entiende que esto suponga un reto ya que me cuenta que tiene visto en una agencia de viajes interestelares que hay al lado de su casa que España es un sitio ideal para vacacionar, con sol, playas, paella, tortilla de patata y gentes amables y risueñas vestidas, eso sí, con ropa poco propia para desarrollar cosa alguna útil en la vida, tanto volante y tanto fleco. De nada ha servido intentar explicarle que la guitarra y las castañuelas no son armas de desintegración, salvo auditiva. El pobre está empeñado en que una civilización como dios manda o va armada o no es civilización. Qué yankee me ha salido el ‘jodío’.

Visto el despiste que trae consigo, me pongo manos a la obra en la tarea de desasnarle. Como me cuenta que los marcianos vienen con extras de serie y uno de ellos es la capacidad de leer en cualquier idioma conocido le he hecho socio de la biblioteca y, oigan, está encantado. Que qué pintorescos somos los humanos, dice. En serio les digo que me enternece, criatura.

Pero la felicidad, que tiene como características sine qua non ser incompleta y no durar demasiado en la casa del pobre, se ha desvanecido en un visto y no visto. A la que se despistó el personal bibliotecario superviviente de la razzia gubernamental del anterior Gobierno, Marvin se hizo con un ejemplar de la Constitución de 1978 y no vean cómo me tiene la cabeza. Lleva una semana con la cantinela de que, además de pintorescos, los humanos, y sobre todo los españoles, somos unos absurdos de muchísimo cuidado. Conste que no puedo por menos que darle la razón, aunque no se lo digo para que no se venga arriba, que cualquiera le aguanta.

Pensarán ustedes, leidísimos amigos, que vaya lentitud tiene el marciano leyendo si lleva una semana con 49 puñeteras páginas. Error. Lleva una semana con ocho frases. Concretamente las que corresponden al Preámbulo. Ya le he dicho, a este paso, cuando vuelvas a Marte los alemanes ya habrán descubierto qué hacer con vuestra nociva atmósfera y te encuentras aquello colonizado como una Mallorca cualquiera. Pero ni caso. Para marciano es muy cabezón.

Fíjense si es terco que por más que le explico que eso que está leyendo no es una obra de ciencia ficción él sigue erre que erre. Que no puede ser la “Ley fundamental de un Estado que define el régimen básico de los derechos y libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización política”, dice, que le entra la risa. Absurdos, que sois unos absurdos.

Y ahí le tengo, trabado en el momento de “garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo”. Y veo que de ahí no pasa. Es leer esas 20 palabras, volver la mirada al periódico del día y estallar en un festival de carcajadas que me tienen en un ¡ay! continuo pensando que le va a dar algo chungo.

En verdad les digo que temo por la vida de Marvin. Se ha empeñado en que, si algún día acaba con la Constitución, lo siguiente que va a leer son los diarios de sesiones del Parlamento de Cantabria, para entender mejor la sociedad en la que ha ido a aterrizar, según él.

Y luego los absurdos somos nosotros.

 

Kim Stery

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