El P. Urbano.

 No tenía futuro, tampoco tenía pasado. El se había encargado de olvidar, vivía el presente. Le llamaban desde los pueblos hasta las grandes ciudades, mucha gente le buscaba, unos para darle trabajo y otros para quitárselo. No trabajaba por dinero, hacía intercambio justo, así lo llamaba. Su trabajo, por un lecho, comida y algo de conversación.
Era un mero peón en este gran tablero de ajedrez que es la vida. Sabía que no podía cambiar el mundo y luchaba porque el mundo no lo cambiara a él.
Nunca estaba más de una semana en un mismo lugar y todo su equipaje cabía en una mochila.
Le habían encargado un trabajo en un Barakaldo industrializado, negro por el humo de sus fábricas y negro también por el futuro de sus gentes, corría el año 1979.
Se había levantado tarde, porque tarde se acostó. Fue una conversación entretenida, con el grupo de amigos que le daba techo. Salieron a pasear en busca del lugar adecuado para ejecutar su propósito.Tenian que observar las posibles vías de escape, lo concurrido del lugar y detalles que para él eran cruciales, era el mejor en su trabajo. Lo buscaban por todo el estado, no sabían su nombre y menos su aspecto. Lo único que conocían de él, era su firma, una A mayúscula encerrada dentro de un circulo. Los anarquistas enseguida lo enrolaron en sus filas, a él le daba igual, si eso le servía para que más gente le ayudará, mejor.
Siempre trabajaba solo en la oscuridad de la noche, de la cual se hizo amigo y ésta le susurraba con sus brisas cuan oscura sería.
Habían esperado a la noche víspera de todos los santos. Salió a la calle sobre media noche, vestía de negro con gorro a juego y a su espalda la mochila. Se dirigió al lugar elegido, la tapia del cementerio. Esperó unos minutos y fue hacia ella. En un abrir y cerrar de ojos sacó los espray y trazó las líneas maestras que dirigirían el devenir del grafiti. Los temas los tenía claros, elecciones, amoniaco, crisis industrial y estatuto. Quería reflejar todo en su dibujo con colores muy vivos. Después de dos horas ya lo tenía terminado, solo le quedaba la firma. El siempre firmaba en rojo, su color preferido. Cogió el spray de ese color, lo agitó y no salió ni gota.
¡¡¡PUMMM!!!
Sonó un estruendo en la silenciosa noche. Sintió frío de repente, se tocó el costado y estaba húmedo. Miró su mano y sonrió, lo había conseguido. Puso su A dentro del círculo y se derrumbó. Llegaron hasta él cuatro policías, no dejaban de alabar el disparo de su capitán. Este era un joven recién salido de la academia, tenía una sonrisa de oreja a oreja. Al llegar al cuerpo inmóvil, justo estaba enfrente del gran dibujo. Su semblante cambió, asombrado por tan bella obra. Me pareció ver asomar una lagrima, a la cual no dejó resbalar.
Alberto Allen del Campo
Sobre Alberto Allen del Campo 11 artículos
Escritor de relatos

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