El silencio del destino

Lo importante es resistir a los huracanes del tiempo y a los giros del destino. Lo importante es mantener el equilibrio cabalgando entre las brumas de un planeta donde andamos más perdidos que encontrados. Hay que saber sacarse los arpones del costado, mirarse en los espejos cada día, combatir con las agresivas cicatrices con las que el viento nos golpea el rostro cada invierno. Y levantarse con las manos congeladas, con la voz temblando y arrugada, como los sueños de algún viejo, al que sólo quedan ya los recuerdos oxidados de los trenes que pasaron algún día abarrotados con maletas de esperanza. Lo importante es sostenerle la mirada a un destino cabrón que nos reta a subsistir desafiando, a los latidos inconformistas de un sistema que nos devora cual Saturno a los propios ciudadanos que lo forman.

Lo importante es eso, no desvanecerse en las llamas del subsuelo, aunque ardan los principios que le dan sentido a nuestras vidas, y soltar el lastre que atrapa por momentos la bandera al viento cuando la izamos un martes cualquiera frente al puerto del desconsuelo.

Y es importante, claro que lo es, liberarse de la impotencia y el llanto. Escribir en un cuaderno todas las frases bonitas que nadie nos dijo, y escribir otra vez poesías tristes en las paredes de los probadores o en las puertas de los baños públicos, para que otros puedan leerlas y colarse de puntillas por la parte lateral de las casualidades que componen el asfalto cotidiano que cargamos a diario en nuestra vida.

Porque podrán quitarnos el trabajo, la libertad, pero no habrá nadie que pueda detener los escalofríos de una caricia en la espalda, ni evitar que vuelvan las sonrisas en un pasillo entre dos desconocidos, ni nadie evitará los grafittis en los muros, ni la voz de los sin voz reflejada en estrofas de canciones nacidas en un suburbio. Porque pase lo que pase, siempre habrá un motivo para seguir respirando, un niño que agita sonrisas, parejas escribiendo un corazón en un candado, alguien que alce la voz por encima de los edificios de las injusticias. Y habrá manos que se entrelazan a escondidas por debajo de una mesa y pequeños gestos que nos recuerden la importancia de plantar cara a las adversidades, de seguir sintiendo que siempre será primavera en el primer beso de marzo, de seguir sintiendo que, aunque estando cada día más muertos, todavía estamos vivos.

Teresa Samper Manrique de Lara

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