
Caminarte, se trata de esto, de pasear por los recovecos del alma, por ese sendero siempre por descubrir, mientras uno llega a la consciencia de que nunca es el mismo, sencillamente porque somos sendero.
Cuando esta mañana recorría el camino, denominado de San Antonio, aquel que conecta Úbeda y Baeza, aquel que el poeta transitara tantas veces en soledad, me he dado cuenta de que hay caminos que invitan a recorrerse, senderos introspectivos que se nos meten dentro, como si, de improviso, formaran parte de nuestro sistema circulatorio, pero aquel donde transitan los afectos, las emociones, todo lo informe, lo inmaterial, lo que sólo puede ser percibido por la piel del alma.
El camino sinuoso, bordeado de viejos olivares, con alguna encina que nos recuerda otro tiempo, está jalonado por la palabra del poeta, sus versos nos acompañan de hito en hito, para que en el tránsito de unos a otros, los vayamos poseyendo. Es en esa digestión con música del poema cuando llego a la intuición de que ese paisaje que el poeta triste nos dibuja, ese boceto es el de su interior, el poeta melancólico o nostálgico, infantil o avejentado, lo hace su cómplice, su alter ego y es, entonces, cuando el paisaje se nos muestra único e infinito porque en él están todos los colores, todas la texturas, todos los sabores, todos los aromas. Porque en él yacen todos los días, todos nuestros días, cada uno, distinto, inaprensible, sin mañana, «estelas en la mar«.
Mañana volveré a recorrerlo pero, ahora, estoy seguro de que ya no será el mismo, de que las huellas que hoy he dejado no las volveré a pisar. Un incentivo para volverlo a recorrer, para que otras huellas, la de la persona que lo recorra desaparezcan tras de mí.
Con esa lección aprendida, percibo al final del camino, es decir, al inicio, su figura tímida asomada a la vera, como si quisiera susurrarme algo cuando pase a su lado…
Poeta triste y soñador, desvalido y enamorado, son tus huellas mi camino y nada más…
Juan Jurado.
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