La Generala

 

Mi nieto me ha dejado sentada en una silla de la nave, el bastón al lado izquierdo, el bolso colgado del respaldo. Soy la viuda del General Orom.
No estoy en mi ambiente. Lo ha llamado Festival Slam Poetry. En esta cochera de metro, ya en desuso, se reúnen jóvenes a recitar su propia poesía. No hay filas, ni sitios fijos, las sillas son plegables. Aquí el público habla, comenta, se levanta, se va, vuelve, todo muy respetuoso. ¡Qué distinto del Teatro Real!
Yo no escribo poesía, eso sí, me gusta escucharla. Tuve una educación típica para una señorita que iba a convertirse en la mujer de y así he vivido durante cincuenta años de matrimonio. Desde hace seis me he liberado, mejor dicho, me he quedado viuda y he adoptado a un nieto, Ariel. Con setenta y nueve años, me sentía demasiado mayor para hijos pequeños, sin embargo un nieto universitario, algo desgarbado y soñador, se adapta perfectamente a mi situación, sin compromisos directos, no más que algunas propinas y regalos de vez en cuando. Tampoco se trata de una adopción oficial, es un trámite amistoso entre su familia y yo.
Sube a la escena una muchacha delgadísima, con una camiseta de tirantes, el tejido cae como una plomada sobre su torso, sin sobresalir ni un ápice, además se nota que no lleva sujetador. Yo también he tirado los míos. No, no los he tirado, los puse en una bolsita de tafetán anudada con un lazo y la coloqué en el ataúd de mi marido. Un guiño para los futuros arqueólogos. Lo enterré en el cementerio de San Isidro en Madrid, en el panteón familiar. El general y yo éramos primos, lo típico entre algunas familias para no dejar escapar las herencias.
Me estoy volviendo un poco chocha y los recuerdos me invaden, me absorben, me alejan del momento. Yo quería concentrarme en la joven del escenario. Lleva los brazos a la espalda y, de vez en cuando, los saca hacia adelante sujetando un cuaderno. Son unos brazos fibrosos, tatuados, puedo distinguir una pluma en el antebrazo derecho y un geco subiendo por su hombro izquierdo en un color verde camuflaje. El cuaderno solo le sirve para darse pie,
ella entona de memoria. Alza la cabeza hacia la esquina superior derecha y deja el cuerpo en diagonal, como si fuera una bailarina del Lago de los cisnes, que, en lugar de usar las puntas de los pies, declamara. Su voz es un poco meliflua, le faltan algunos tonos graves, el tiempo se los dará. El poema es hermoso, sobre una gata.
Yo me siento un poco así. Me paso el día durmiendo y me levanto por las noches sigilosa, arrastrando mis pies. Especifico, como una gata vieja, claro. Ya no subo por las cómodas, y lo mejor es mi vida nocturna, que dedico a montar puzles o hacer solitarios. Sería buena idea abrir una consulta de tarot, los años me han dado una apariencia de médium, con el pelo canoso, recogido en un moño en la parte alta de atrás de mi cabeza; las uñas pintadas
de rojo pasión, la que nunca tuve en mi matrimonio, y los labios de un ligero nude, no hay que exagerar con el rojo y dar la impresión de lo que no se es. Como decía mi madre no importa lo que se sea, sino lo que dicen de ti. ¡Cuánta hipocresía teníamos!
Ya me he vuelto a ir del festival. Llegan los aplausos a la joven del geco y yo me levanto y grito “Bravo”. Ella lo vale, por ella y por todas las que nos quedamos atrás.
Ahora sube una mujer más madura, tiene un cuerpo muy sensual con ese ligero balanceo de unas caderas anchas y un pecho exuberante realzado por un Playtex. No creo que esta marca de sujetadores siga en el mercado, era la que se usaba en mis tiempos. ¡Qué tortura los elásticos y esos corchetes a la espalda! Decían que te tenían que sujetar bien, llevar el pecho bien constreñido y marcando el frente. Cuando veo las fotos de antaño, lo que destacan son tetas de mujeres en posición erecta. La nueva poetisa lleva el pelo trenzado y recogido. Debería pedirle a mi peluquera que sea más creativa, me gustan estos recogidos étnicos, africanos. Cuando vuelvo a esas fotos, esas mismas mujeres llevan permanentes, todas iguales, bien marcado el pelo de laca. Recuerdo una en particular en la que estoy
presidiendo la mesa de la Cruz Roja en la Castellana. ¡Qué modas!

Ariel aparece por mi espalda para preguntarme si disfruto. ¡Qué atento es mi nieto! Es el cariño que no tienen las familias reales. “Estoy en la gloria” le contesto con una sonrisa y así es, ahora me siento en la Gloria.

Arancha Naranjo.

Sobre Arancha Naranjo 17 artículos
Arancha Naranjo Lumbreras (Palencia, 1969). Española, educada en varios países europeos: Francia, Rusia, Dinamarca. De formación Historiadora y Bibliotecaria, ha incursionado también en el mundo del Derecho, a través de su trabajo en la Administración Pública. En la actualidad se dedica a la escritura, habiendo publicado cuentos en varias Antologías colectivas: Desde el confinamiento: Relatos de urgencia, proyecto del Hospital de Brugos; Antología de Labios rojos, chocolate y una rosa, proyecto amadrinado por Rosa Montero que surgió de las colecciones de Carmín y Chocolate; y ahora participa en un proyecto coordinado por Liliana Blum que ha surgido de los Talleres de Sonia Higuera.

2 comentarios

Responder a FranciscoCancelar respuesta