La Madriguera III. Confinamiento y velo

Antes del confinamiento, cuando nuestra vida era vulgar y la cotidianidad era hija de la servidumbre laboral, mucho antes de que fuera ilegal salir a la calle, vivir confinada era (y es) el sustantivo con el que se escribía la vida de muchas mujeres. Son los “otros” confinamientos, los otros velos, las capas que nos (im)ponen y las que nos ponemos de los que nos habla  Karima Ziale en “Confinamiento y velo”.  Muchas gracias Karima.

 

Karima Ziali

30.03.2020

 

 

Confinar, del verbo latín confinis (contiguo, vecino, que comparte un límite común)

Confinados. Observando el mundo desde la ventana, desde el balcón si eres afortunado, enmarcando un trozo de cielo que se antoja paralizado. Esperamos. Ante la pantalla para recibir alguna noticia del exterior, alguna novedad que confirme o desmienta una realidad que va tomando aire de costumbrismo. Conversamos. Los rostros que nos devuelven la palabra son ya conocidos, repetitivos, únicos, reconocibles en cada curvatura de sus timbres vocales. Buscando. Un ritmo que vaya al compás de la cuadratura del espacio habitado. Vivimos. Siendo una extensión del mueble, de la cocina, del sofá y del tenedor; somos revisiones de nuestra propia vida. Compramos. Con la avidez de una rapaz, mirando de reojo que ninguna tos de supermercado recaiga sobre nosotros, que nuestro perímetro sea seguro y constante. Comemos. Al unísono, como si un carácter sagrado invadiera la mesa en la que todos hacemos de la muerte un festín para la vida. Amamos. Con el hogar todavía ardiendo a trabajo, a riñas y risas, a deberes online, a platos sin lavar, de noche nos abrazamos en soledad. Aplaudimos. Por fin, hemos vuelto a crear una religión politeísta, con sus dioses y sus panteones, con sus milagros y su descendencia; hechos a imagen y semejanza de nuestros mayores temores.

Europa acaba de descubrir el confinamiento y de alguna manera ha reconstruido el significado de muchos de los verbos asociados a esta experiencia. Antes del confinamiento, cuando nuestra vida era vulgar y la cotidianidad era hija de la servidumbre laboral, mucho antes de que fuera ilegal salir a la calle, vivir confinada era (y es) el sustantivo con el que se escribía la vida de muchas mujeres. En algunos mundos el velo es el sello de un confinamiento visible que busca invisibilizar. Porqué el velo, al igual que este encierro, es un mecanismo político necesario que recluye para mantener un orden social, que confina para preservar la Ley. En el mundo del velo, ella, la mujer, adivina el mundo y él, el hombre, lo ocupa, ella se confina y él afirma; ella se envuelve en una mascarilla que infunda distancia de honor y él corrobora y aplaude. En este mundo que hemos confinado, habitaba en él otro mundo con nombre de mujer, confinado y encerrado, mucho antes de que el nuestro tomara un sentido científico y benevolente. Es esta una oportunidad única para entender que este encierro excepcional, el nuestro, es el encierro habitual de muchas mujeres y que ninguno de los dos es voluntario. Por encima de nuestra voluntad individual, hemos aceptado un límite común al que solo podemos aspirar si renunciamos a nuestro derecho más íntimo: la vida por encima de la libertad.

 

Karima Ziali

30.03.2020

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