La Maleta

Al subir la persiana, el Sol penetró espléndido en la habitación de Pedro. La luz de las islas invadió la estancia, llenándola de vida e invitando al optimismo. Sin embargo, su rostro no reflejaba aquel regalo de la naturaleza; más bien era el espejo doliente de algo que en su interior le laceraba. Aproximó una silla junto al armario para alcanzar la vieja maleta de madera que heredó de su padre, y este a su vez del suyo. Era una maleta de ida y vuelta: dos veces cruzó el Océano en ambos sentidos cargada de esperanza, con destino  La Habana y Venezuela, y dos veces volvió, vacía de sueños y cargada de frustraciones. Ahora, a la tercera, quizá fuera la definitiva. La del éxito económico, y regresara cargada de dinero para comprar las tierras, su tierra, que manos extranjeras usurparon.

Quitó con un paño el polvo depositado en la superficie. Aun brillaba el barniz de la madera debajo. La abrió con delicadeza, como el que limpia un arma para que en el momento preciso no falle. Su interior se hallaba forrado con hojas de la revista cubana “BOHEMIA”, ya muy deterioradas, mostrando bellas mujeres de otros tiempos. Y del Diario Informativo Independiente “PANORAMA”. Maracaibo (Venezuela), Jueves 28 de noviembre de 1968, se apreciaba aún en su amarillenta portada. Otra hoja del diario, en letras verdes y negras, decía: “El Zulia decidió el cambio. Caldera, atiende al llamado de El Zulia y viene a Maracaibo. Hoy a las 5 de la tarde todo el mundo al aeropuerto a recibir a CALDERA PRESIDENTE. EL CAMBIO VA!(sic.) “Vota con las dos tarjetas verdes”. En el ángulo superior izquierdo de la hoja se completaba la información con una foto grande en blanco y negro de un Rafael Caldera, sonriente, vistiendo corbata oscura sobre la camisa blanca y la chaqueta, también, probablemente oscura. En la parte inferior de la hoja se reproducían sendas tarjetas verdes de votación con idénticas fotos de Caldera y la inscripción: Caldera-COPEI.

Pedro, de forma espontánea, musitó irónico: ¡Sí, el Cambio Va! ¡Que se lo pregunten a mi difunto padre! Todo acabó en un “cambiazo”.

Sin ninguna gana acomodó en la maleta: cuatro fotos con parajes de su isla, un antiguo disco de tangos y boleros interpretado por el uruguayo Roberto Zaguéz, una batea de madera con grabados hechos al fuego, el libro de Galdós, “Nazarín”, una camisa de cuadros, y un cuchillo canario con la empuñadura repujada en nácar. La cerró despacio, como quien teme haber olvidado algo; sin embargo, a la vista no había nada más que meter. Para asegurar su cierre, en sustitución del viejo hilo de pitera que llevaba, colocó una correa de cuero hecha con un apaño de una cincha de un mulo. Como no disponía de reloj para esperar la llegada del autobús de línea, estuvo largo rato atento a escuchar las campanadas del reloj de la iglesia cercana. Impaciente, se aproximó a la ventana. No el autobús aún no había llegado a la plaza Los rayos del sol isleño iluminaron su rostro nuevamente. Cerró los ojos y aspiró con intensidad el aire de su tierra.

En el reloj de la iglesia sonaron los compases previos a las campanadas, y a continuación cuatro tañidos golpearon el silencio de la plaza: Tan…tan…tan…tan. En aquel momento, fiel a su cita, entró en ella el autobús de línea que debía de llevar los pasajeros hasta el puerto. Pedro cogió la maleta con desgana, salió de la habitación, cerrando la puerta con dos vueltas de llave, y se encaminó hacia la plaza. El Sol, aún abrasador, cayó con fuerza sobre el sombrero cachorro que Pedro llevaba para protegerse.

-¡Hola Pedro!- saludó el conductor del autobús de línea- ¿Qué de viaje?- preguntó innecesariamente señalando la maleta de Pedro, a la vez que levantaba la tapa del portamaletas.

-Sí, un largo, largo viaje a la “octava isla”- contestó Pedro, sin ganas.

-Bueno, hay gente que vino rica de allí- comentó el conductor.

-Sí, algunos volvieron ricos. Otros no regresaron nunca. Y los más, volvieron pobres…y lo que es peor, humillados- sentenció Pedro, entre dientes.

El autobús arrancó de la plaza con el mismo silencio que llegó. Nadie salió a despedirle, pues a nadie conmovía ya la emigración de un vecino más. Durante el trayecto hasta el puerto, hizo varias paradas más, en las que subieron más personas, unas también con maletas y otras sin ellas.

El Sol ya estaba en su cenit cuando llegaron a la parada de autobús del puerto. El aire, cargado de humedad salina, acarició el rostro de Pedro, que tenso, ni se inmutó.

El transatlántico estaba allí, blanco, majestuoso, esperando ser cargado de ilusiones y también de frustraciones.

Pedro miró a la inmensa mole como quien mira, empequeñecido, a una gran montaña. Su vista se nubló por un instante. El brazo que sujetaba la maleta se aflojó bruscamente soltando la carga. Y sin poder contenerse ya gritó a pleno pulmón: ¡Y porqué he de irme yo! ¡Qué se vayan ellos! ¡Que cojan para siempre la maleta los que impiden el progreso de los pueblos y sus gentes! ¡Que cojan ellos la maleta! ¡Que emigren ellos!

El conductor del autobús, sorprendido, se quedó mirando a Pedro; pero al ver la rabia y el dolor reflejado en su rostro comprendió la lucha titánica que libraba por el abandono de su tierra. Se acercó a Pedro y cogiendo en silencio la maleta, le pasó el otro brazo por los hombros acompañándole de nuevo al autobús.

F I N

(Homenaje al poeta canario, Pedro Lezcano)

Jesús Gutierrez Diego

Sobre Jesús Gutierrez Diego 32 artículos
Ingeniero Técnico Químico. Nacido en Santander, residente en Las Palmas de Gran Canaria. Escritor. Recibe diversos premios en relato tanto infantil y juvenil como adultos. En 1971 publica con Isaac Cuende el libro de poemas "Carne Viva" como consecuencia es procesado en Consejo de Guerra y cumple año y medio de condena. Sigue publicando y recibiendo premios diversos.

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