La pesca en la bahía de Santander

La bombona del gas esta hoy a pleno volumen. Un enorme tanque hace de receptáculo del gas, que se expande o se comprime según la cantidad que alberga. Una colosal cisterna circular, de color negro, encastrada en una base de piedra, de aspecto metálico, enrejada entre columnas de hierro que se unen entre sí por su punta, formando un aro que marca el máximo volumen posible y da una idea aproximada del llenado del depósito. Hoy está a tope.

A la entrada de la fábrica del gas, los camiones, llenos de carbón, van pasando. Entran, se colocan en la balanza, se pesan y continúan hasta el fondo en que descargan en un lateral en inmensos montones.

Una chimenea muy alta de ladrillo rojizo y varias naves de piedra y ladrillo conforman la fábrica. Huele a humo, a carbón, a antracita quemada y a gas. Hay unos días que huele más que otros. Hoy el olor es fuerte.

 

Es día de regatas. Un coche trae un remolque larguísimo, que sirve para trasportar la trainera, una embarcación de doce metros de longitud. Se para al lado de la casa de los prácticos. La transportan hasta el mar sus propios remeros. Cada uno la agarra del sitio en que le corresponde remar y entre todos la llevan hasta la rampa. La colocan suavemente en el agua y la van pasando al lateral donde se van subiendo, sentándose en su bancada, mirando a popa, con su remo correspondiente.

Esta maniobra se repite con varias traineras de distintos colores en esta rampa y alguna en la de enfrente.

Hoy es domingo. He quedado con Felipe y Vicente para pescar en la bahía. Vicente me pasa a buscar a casa. Los dos juntos nos encontramos con Felipe en Puertochico. Vamos a buscar carnada a la grúa de piedra. Allí siempre hay alguien vendiendo gusanas. Con veinte duros pescaremos los tres. Nos colocamos en el muelle de Alborada, cerca del club náutico. Aprieto con los dedos la cabeza de la gusana y cuando muestra los colmillos, le introduzco el anzuelo, procurando que entre todo su cuerpo y que no quede nada colgando que el pez pueda mordisquear. Voy soltando el hilo del corcho en que está enrollado y por la fuerza de un plomo situado cerca del anzuelo va bajando, introduciéndose en el mar hasta la distancia que me parece prudente. El dedo índice debajo del hilo me sirve de testigo que detectará la presencia del pez, en forma de picaduras. Un tembleque continuo que tira casi imperceptiblemente del hilo hacia abajo y cuya experiencia es indeleble, me avisa de que alguien intenta comerse la gusana que he fijado al anzuelo.

Sentados con las piernas hacia el mar charlamos y esperamos, discutiendo sobre la mejor manera de pescar. Felipe sostiene, que una vez notada la picada, se debe dar un tirón inmediato, intentando enganchar la boca del pez. Vicente dice, que hay que tener paciencia, esperando que sea el mismo pescado el que se trabe en el anzuelo, al intentar tragar la gusana.

Felipe se indigna.

—No tenéis ni idea. Así no pescareis nada en la vida. Al picar se debe dar un tirón seco y repentino para trabar al pez en el anzuelo. Nunca esperar, pues se escapará.

Vicente le contesta.

—Hay que tener paciencia. La pesca es paciencia. Espera. Que pican, pues espera. Que se confíe. Que vea que no pasa nada. Está mordisqueando la gusana. Cuando vea que es inofensiva la tragará. Si tiras antes de tiempo, el pez solo habrá pellizcado la gusana desde fuera. Si esperas, cuando las picadas ya sean continuas, el pez se habrá tragado la carnada. Entonces debemos tirar.

—Así se te escaparán la mitad de los peces —le contesta Felipe.

—¿Tú, qué crees José? —Pregunta Vicente.

—Yo pruebo de las dos formas y casi siempre que saco el sedal, la gusana ya no está. Me la han limpiado. Me toca volver a poner otra carnada y volver a intentarlo.

Mientras, Felipe parece alterado. No nos hace mucho caso ahora. Está pendiente de su sedal.

—¿Pican? —Le pregunto.

—Sí y mucho. Ahora un tirón seco.

Se pone a recoger el hilo en el corcho, con toda la rapidez que puede. Los demás ponemos mucha atención sobre la superficie del mar. Una estela espumosa marca la rápida venida del plomo. Creemos adivinar un pez al final de la línea. Nos asomamos cuando ya va elevando poco a poco el aparejo.

—Una Julia, es una Julia —grita Vicente—y de buen tamaño.

Felipe con cara de satisfacción sonríe ampliamente. Coge el pez con fuerza para poder retirar el anzuelo y lo coloca en una cesta abierta, donde los paseantes se arremolinan para observar las capturas. Vicente tiene un par de panchitos y algún chaparrudo, en una cesta cerrada. Es sabido que todos los mirones tienen comentarios y consejos acerca de cómo pescar y la Julia de Felipe es considerada por muchos una victoria pírrica.

—Son unos envidiosos —clama Felipe—. Todo el mundo dice como hay que hacerlo, pero el que saca peces soy yo.

Hoy es día de traineras y el muelle está lleno de gente hasta la bandera. No es el mejor día para pescar y los mirones son insistentemente pesados.

—¡Niño! Como van a picar si esa línea está mal puesta. Pon el anzuelo a más distancia del plomo. ¡Hombre!

Tiro del aparejo y le doy más distancia al anzuelo hasta engancharlo en el destorcedor.

—Muy bien chaval. Ya verás cómo así pescas más.

El mirón se marcha y llega otro.

—¡Chaval! Así no pescaras nada. Acerca el anzuelo al plomo. ¡Hombre!

Tiro del aparejo y acerco el anzuelo al destorcedor.

La Josefa está colocando las boyas que marcarán las ciabogas en el campo de regatas. La Josefa es cariñosa y afable, fuerte y segura, rolliza y danzarina. La Josefa es un barco de pequeña eslora y manga ancha. Su cabina muy adelantada deja en la popa el suficiente espacio para maniobrar con las boyas. Hoy son traineras. Mañana serán balandros de cualquier clase. La Josefa siempre está en medio, preparando la regata con sus boyas y juzgándola con sus jueces.

Las traineras realizan un ligero calentamiento. Las vemos de aquí para allá, a lo largo de la bahía. Se van colocando en la zona de salida de la regata. Las cuatro traineras intentan mantenerse en la línea de salida, sin avanzar más de lo permitido, para no hacer una salida nula, pero tampoco quieren retrasarse ni un centímetro de lo estipulado. Su estabilidad en ese espacio es precaria, sabedores de la importancia de hacer una buena salida. Catorce hombres, trece remeros y el patrón, permanecen en tensión, agarrados a los remos, preparados para dar un golpe fuerte contra el mar, que les propulse sobre las olas. El juez, da la salida desde La Josefa. Astillero, Pedreña, Santander y Castro compiten, por la bandera de Santander, en la manga final. Castro ha realizado una buena salida y enseguida logra sincronizar sus esfuerzos en un bogar rítmico, que dirigidos a voz en grito por el patrón, situado en la popa con un remo que sirve de timón, avanza frenéticamente. Pedreña, ya acompasada, va ganando terreno. La champa de inicio está siendo igualada. La primera ciaboga comenzará a marcar diferencias. El patrón de «la marinera» de Castro, ajusta todo lo que puede la ciaboga a la boya que la marca. Echa el timón a un lado, dirigiendo la maniobra; los remeros del lado externo bogan con fuerza, mientras los del lado interno no reman y procuran no estorbar. El marinero colocado en la proa pone su remo de forma lateral en sentido contrario al patrón, intentando ayudar al viraje. Pedreña entra en la ciaboga más ajustada que Castro. Parece que recuperará terreno. ¡Ya salen! ¡Ya salen! Se enderezan. Pedreña sale como una bala, con una cadencia rítmica impresionante al vocerío de su patrón. Castro y Pedreña parecen ir parejas. Santander es tercera. La «San José» de Astillero pierde terreno.

El mar está rizado, aunque no bravío. El campo de regatas va desde el club náutico hasta Raos. Recorrerán cuatro largos y harán tres ciabogas. Seguidas por numerosos aficionados desde el muelle, con pañuelos al cuello de distintos colores según su adhesión a una u otra trainera y desde muchísimas embarcaciones que se mantienen a los lados del campo de regatas hasta la última champa en que todas las embarcaciones se tiraran al campo de regatas e irán detrás de las traineras animándolas con sus sirenas y con sus gritos.

Fragmentos de “Relatos santanderinos de ayer y hoy”

©Alfonso García Aranzábal

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