La violencia humana no es innata, es un constructo de nuestra cultura.

“…bailé mi vida con esa misma lucha, que el público había llamado muerte, y mi afán por arrancarle sus goces efímeros”… (Isadora Duncan, “Mi Vida” su biografía)

 

La violencia amenaza con quedarse

 

Habitamos un mundo muy violento.  Formamos parte de una cultura y una sociedad patriarcal y materialista que desde hace ya mucho tiempo navega contracorriente a los deseos de cualquier ser humano: El deseo de nuestro bienestar material y espiritual personal, el deseo de vincularnos y comunicarnos respetuosamente con los otros seres y el deseo de formar parte de una comunidad solidaria y por lo tanto de ser aceptados. Sin embargo, esto queda en papel cuando miramos las cifras de millones de crímenes cometidos contra niñas, niños, mujeres y hombres o cuando tenemos conocimiento de las formas más perversas e inimaginables que nuestra aparente “civilización” haya podido crear para matar, torturar y prolongar el máximo de dolor y sufrimiento en otros seres, incluyendo a los no humanos. Nuestro deseo intrínseco de bienestar colectivo también queda en buenas intenciones cuando descubrimos que muchos de nuestros comportamientos con otros grupos, culturas, razas y con los otros seres no humanos se dan sin empatía, compasión, sin solidaridad, tolerancia y respeto, necesarios para la convivencia sana.  Estos son rasgos de nuestra naturaleza humana que se pierden muy fácilmente cuando el egocentrismo, egoísmo, narcisismo, indiferencia, deshonestidad y cinismo usurpan nuestra capacidad de ser realmente humanos, esto es, de que podamos actuar bajo códigos éticos que nos permitan la construcción de una sociedad sana o al menos sin las sociopatías y psicopatías que hoy dominan en muchos sectores de nuestra sociedad y niveles de nuestra existencia.

 

Aquí surge la pregunta del porqué aún con el extraordinario y largo proceso evolutivo que tuvimos para llegar a ser la especie más creativa e inteligente, somos al mismo tiempo la especie más violenta que exista sobre la faz de la Tierra, incluso hasta con la capacidad tecnológica de poder destruir hasta el último ser vivo que habita en ella. ¿Somos violentos por naturaleza? ¿No hay por lo tanto nada que podamos hacer para eliminar la violencia que tanto daño ha hecho a millones de seres humanos y especies que no solo son necesarias para nuestra propia supervivencia, sino quienes también tienen el derecho por si mismas de existir y de subsistir independientemente de nosotros? Existen muchas teorías para intentar explicar el origen de la violencia: Unos la atribuyen a nuestra naturaleza biológica (lo innato), otras a nuestra cultura (lo adquirido (Morris, 1967; Lorenz, 1964, 1971, 1973; Fromm, 1975,  1981; Wilson, 1997; Precht,  2014). Con diferentes posturas y fundamentos buscamos sus orígenes y causas, y cada día contamos con más corrientes y métodos para poderla abordar desde la ciencia como son la pedagogía, psicología, psiquiatría, etología, biología, neurología, sociología, antropología (Montagu,1983, 1997; 2005; Ascencio, 1986; Bobbio, 1999; Baños, 2005; Lopez, 2004; Güell, 2006; Damasio, 2015; Barnett, 2016).  Así también contamos con las experiencias muy ricas que diversas culturas ancestrales aplicaron en sus comunidades para el control de las respuestas agresivas de su gente y la construcción de una cultura de paz dentro de sus territorios. Los budistas zen y tibetanos son una prueba fehaciente de ello (Dalai Lama Premio Nobel de la Paz, 1989)

(https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/peace/laureates/1989/lama-lecture.html).

Es un hecho que urge que encontremos todos los caminos posibles que nos permitan reducir la violencia que va en aumento en un gran número de regiones y que amenaza la posibilidad misma de nuestra continuidad y permanencia como especie en la Tierra. ¿Por qué? Porque esta violencia humana no se expresa sólo contra nuestra especie, sino contra nuestros compañeros de vida no humanos, con los cuales estamos entrelazados en nuestro origen común y en un camino evolutivo que recorrimos juntos en la última fracción del tiempo cósmico.   En los medios intelectuales crece la convicción de que el paradigma de la modernidad occidental hoy globalizada, ha entrado en crisis por agotamiento propio y por efecto de la implosión. Es semejante a un árbol que ha llegado a su clímax y entonces cae fatalmente por haber agotado su energía vital.  Se buscan opciones, diversas y numerosas y sin embargo, los científicos nos dicen y nos confirman que nuestro futuro común está prácticamente llegando al punto de no retorno, esto es, al momento de que GAIA finalmente decida eliminarnos como especie, por decirlo metafóricamente (Ehrlich & Ehrlich, 1968; Schumacher, 1973; Brown, et al, 1984, 2004; Informe Brundtland, 1989; Lovelock et.al., 1989).

 

 ¿Y qué significa hablar de esto en una sociedad que también ha llegado a la cúspide de su desarrollo científico y tecnológico?  Que nos estamos acercando al punto en el que aún con todos los esfuerzos que realicemos, será imposible que logremos revertir el impacto de los cambios globales adversos que ya ocurren sobre los ecosistemas. Es un hecho que estamos transformando la química de la atmósfera y los océanos a una escala planetaria, con fuertes repercusiones para el flujo energético y de nutrientes imprescindibles para la vida (Lovelock et.al., 1989, 2007, 2011; Thompson, 1987)). Como consecuencia directa de nuestras acciones violentas contra ella (en los últimos 50 años hemos eliminado el 40% de la riqueza y diversidad biológica y genética de la Tierra), estamos mermando la capacidad que tienen los sistemas biofísicos para restaurarse y preservarse por sí mismos (llamada resiliencia) y con ello, potenciando los daños si consideramos la interconexión que tiene todos los procesos que ocurren en la naturaleza. ¿La séptima y última extinción que nuestro planeta padezca? Imposible de responder.

 

 

Un cambio urgente de paradigma: Educar con la mente, el el cuerpo y el corazón.

 

Entonces ¿cómo construir una sociedad en la cual todos podamos vivir juntos, naturaleza incluida?  ¿cómo podemos asegurar no solo la continuidad de nuestra especie, sino toda esta red de interrelaciones e interdependencias que se tejieron en un proceso evolutivo de miles de millones de años y del cual dependemos en su totalidad para nuestra supervivencia como civilización y como especie?.  Pues a partir de construir una sociedad no violenta, en el que la condición esencial es estar en un estado de no violencia. Estas fueron palabras dichas por el más grande líder y promotor en las luchas sociales pacifista de todos los tiempos: Mahatma Gandhi.  Sus extraordinarias y exitosas acciones políticas fueron dirigidas siempre a impulsar métodos para la no violencia como eje de acción y antídoto contra la guerra y la dominación británica, entre los que podríamos citar la desobediencia civil, una idea original que procede del extraordinario escritor Leon Tolstoy (1897), con quien Gandhi mantuvo conversaciones escritas. El rechazo contundente de Gandhi a la violencia consistía en la transformación no-violenta de la sociedad la cual solo puede surgir de la emancipación interna de los individuos.  Pero esta autonomía solamente puede emanar de los individuos que realicen un trabajo interior; si no es así, es imposible que se realice, así lo expresó Gandhi. Porque la violencia está en cada uno de nosotros y es obligado disciplinarla para acotarla, domesticarla, manejarla.  De acuerdo a Gandhi este es el único camino posible que nos permita alcanzar nuestra libertad, dignidad y bienestar individual y colectivo, y sus palabras hoy resuenan con más fuerza que nunca:  “Uno tiene que vencer la soberbia, el ego y la ira interior, porque una vez domadas, la violencia se esfuma” (Gandhi, M.K. 1941)

 

Este es un tipo de revolución distinta, lo que realmente significa re-evolución, un cambio radical, profundo de nuestra forma de pensar, de vivir, de percibir el mundo en el que vivimos para transformarlo. Una revolución de conciencia que solo puede darse a través de un cambio de raíz en nuestra perspectiva, en nuestras maneras de pensar, de ser, de actuar para sustituir la violencia por la paz, la agresión por el amor, la destrucción por la creatividad.  Esto es un cambio de paradigma que solo puede darse a través de la educación (Kuhn, 1963). Pero ¿por qué es la educación el principal paradigma con el cual debemos impulsar los cambios? Pues porque está ocupada de lo más poderoso que tenemos y es la mente humana, entendida como los budistas siempre la han descrito, con sus capacidades cognitivas racionales y emocionales. Pero ¿de qué modelo de educación estamos hablando? ¿del sistema educativo en el que hemos estado inmersos por más de tres siglos el cual centra su atención al desarrollo humano del cuello hacia arriba e incluso centrándose solo hacia el hemisferio izquierdo?.  O bien, estamos hablando de un sistema educativo totalmente distinto en el que la enseñanza sea dentro de un marco espiritual, de experiencia, vivencias, en donde no solo se incluya el pensamiento lógico-matemático, y la palabra como única vía de comunicación y comprensión de la realidad, sino también dirigida hacia la complementariedad del otro hemisferio y por supuesto de todo nuestro cuerpo. El arte, la meditación, el lenguaje corporal, lo sagrado, el amor, la sensualidad y sexualidad son áreas que deben estar dentro de cualquier proyecto educativo, y no sólo esto, sino que sean transversales a cualquier materia y disciplina que se impartan (Grof, 1988; Lazlo, et al, 1999);  

En el modelo educativo que hemos seguido por tantos siglos y que aún hoy predomina en nuestras instituciones, no se instruye a la totalidad de la mente, como tampoco a la totalidad del ser cuando en primer lugar hemos reprimido y hasta anulado nuestro lenguaje de expresión más ancestral y más sabio que es nuestro cuerpo. En segundo término, cuando bloqueamos una parte fundamental de nuestro desarrollo psico-emocional al enfocarnos prioritariamente en las capacidades cognitivas racionales, nos olvidamos de algo esencial: Nuestra imaginación y sobre todo, nuestra vinculación afectiva con la vida y por ende nuestra capacidad de ser solidarios, empáticos, generosos yace en el hemisferio derecho. Muchos críticos de la educación han venido señalando y demostrando enfáticamente que este sistema aún de corte positivista y cartesiano ha explotado nuestra mente de la misma manera en como nosotros hemos explotado a la Tierra, esto es, a partir de buscar y enfocarnos en un solo recurso, el intelecto. Es un hecho que en el futuro esto no nos va a ser útil (Robinson, 2016)

No hay duda de que todos deseamos seguir el primer camino y por ello resulta prioritario y urgente educar y reeducarnos involucrándose con todo lo que somos, esto es, como individuos y colectivos sentí-pensantes capaces de actuar con la congruencia y humildad que merece la totalidad de la vida para preservar la vida. ¿Qué significa esto?  Significa que podemos y debemos desplegar toda la imaginación, creatividad, inteligencia y sensibilidad que los humanos tenemos y somos capaces de ofrecer, para encontrar nuevas formas de pensar y de relacionarnos con el mundo que nos rodea.  Educar con la mente, el cuerpo y el corazón significa que tendríamos que integrar a nuestras capacidades cognitivas racionales, las emocionales, las corporales y las que yacen en nuestra dimensión más profunda de nuestro ser llamada espiritualidad no dogmática o sectaria que es la que nos otorga el significado y el simbolismo místico de nuestra existencia. Esto significa que tenemos que hacer un trabajo psico-espiritual profundo que se traduzca en acciones de cambio casi inmediatas para el mundo exterior, si realmente queremos salir de la mayor crisis evolutiva y cultural en la que nos encontramos como especie y civilización sino queremos arrastrar al resto de las especies junto con nosotros al camino de la extinción.

 Texto: Patricia Moguel

Creadora de corriente de Desarrollo Humano

Artista de Ecodanza para la Resiliencia

Fundadora Asociación Civil Etnoecología A.C.

2 comentarios

  1. Ante todo, mis felicitaciones y mi agradecimiento a Patricia por la difusión de su importante artículo que trata sobre la violencia que campea hoy en el mundo.

    Este asunto es de tal trascendencia que nos compromete a todos y todas. Obviamente hoy juntos tenemos que aprender a convivir en la sociedad, a conservar y preservar la existencia de todas las especies del universo. Por ello debemos estar conscientes y alertas en evitar se presione el “botón del exterminio de la humanidad” en la que hipotéticamente desapareceríamos de la faz de la tierra. Entonces residentes de este planeta tomemos conciencia a lo que tenemos que enfrentarnos a las “elegantes castas gubernativas” difusoras de las corrientes violentistas, que so pretexto de la seguridad estatal, arrecian contra indefensas personas y pueblos; por ello es preocupación de todo ciudadano luchar por encontrar los respectivos correctivos que neutralicen la violencia que emerge de la estructura sistémica del poder del Estado.

    Comparto las ideas expuestas por Patricia.

    Aun después de la lectura del texto, estuve cavilando sobre la violencia, un tema cuyos hechos enluta mi sentimiento y por su amplitud y esencia rebaza la fragilidad de mis razonamientos, pero tenemos, en cualquier momento de la vida, que asumir esta gran responsabilidad de combatirla con sabiduría y sensatas respuestas.

    Así para impedir la violencia debemos recurrir al imaginario colectivo del plano familiar. Allí, en la célula básica de la familia debemos rediseñar y consolidar los valores positivos de la paz, la libertad, la dignidad, el amor por el semejante, por la vida y la naturaleza. Obviamente esto es solo un intento, como una muestra de la búsqueda a la respuesta, de que hacemos para parar la violencia mundial.

    ¿A veces me pregunto si este intento no será suficiente?

    Por ahora, experimento con mis nuevas raíces, los valores obtenidos en el seno familiar como fue la educación de mis padres. Aprovechando los recursos informáticos existentes y mostrando con imágenes las consecuencias de la violencia, planteamos alternativas de control a no emplear la violencia como resolución de nuestros de nuestros conflictos.

    Hay cosas simples que pueden salvar la existencia. Educar desde el hogar familiar a no usar la violencia, sería uno de los más importantes. Además, implementaciones de sencillos modelos de educación familiar pueden convertirse, a mediano o largo plazo, en la soga que se tira al naufrago para salvar a la humanidad.

    Por último, rozando la macro violencia y tocando el plano personal de los que se irrogan ser los “guardianes del mundo”, o los justos operadores de la violencia. En este contexto, si que me impresiona los hechos de como el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y el otro presidente de Corea del Norte Pyongyang, intercambian amenazas bélicas como si se tratará de una “guerrita”, cuando lo que está en riesgo es la destrucción del planeta y la existencia de la humanidad. La verdad que no entiendo que educación sobre el control de la violencia, habrían recibido en su hogar, lamentablemente los hechos nos muestran, con grandísima probabilidad, que carecieron de una mínima educación familiar. Igualmente, salvo honrosas excepciones, hay una gran masa de connotados personajes enquistados en las esferas de la administración estatal y el control de la violencia en los diversos países del mundo.

    Por estas inquietudes sumadas a lo expuesto por Patricia, suelto las teclas del ordenador, no vaya ser que la violencia deje caer un “misil amigo” que pretenda destruir la emancipación interna del individuo que lucha por alcanzar la libertad, la dignidad y la felicidad universal.

    • Gracias, amigo Oliver Lopez por las maravillosas palabras que corroboran el artículo de Patricia. Así es, andamos en manos de locos que hacen sus «guerritas» sin prevenir el flagelo del dolor y muerte que producen. A veces una se piensa en un mundo de locos. Agradecemos su colaboración con nuestra/suya @LaPajareraMgzn y le contamos como de casa. Un abrazo y nos seguimos leyendo

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