LAGARTO, LAGARTO (nunca segundas partes fueron buenas)

Entiendo que uno de los antídotos esenciales contra el fascismo y el cúmulo de contravalores que lo construyen es un cóctel bien cargado de conocimiento de la Historia y educación en valores.
Por significativa, permítanme que les cuente una anécdota vivida en primera persona durante mis años de docencia. Corría la década de los noventa, era tutor de un grupo de segundo de Bachillerato y, además, de la tutoría les impartía la asignatura de Lengua y Literatura española.
He de decir que mi formación universitaria estuvo muy influenciada por el materialismo histórico –Marta Harnecker-, lo que implica que, en el acercamiento a un texto literario, el conocimiento del contexto donde se escribe dicho texto sea una premisa fundamental para su entendimiento y comprensión.
Por aquel entonces desarrollábamos en clase el trabajo con los poetas del 27 y Miguel Hernández. Consideré oportuno, para la mejor comprensión de los textos de éste último, sobre todo los de su última etapa, que el alumnado visionara un documental que, meses antes, había sido emitido en la 2 de TVE sobre los campos de concentración franquistas. Así lo hice, y lo primero que pude observar es la actitud de estupefacción que un buen número del alumnado mostró ante el documento histórico. El hecho es que la gran mayoría sólo relacionaban lo de los campos de concentración con la figura de Hitler. La gran proliferación de películas, documentales sobre el dictador nazi y una información sesgada e incompleta de nuestra historia más reciente era la responsable de semejante extrañeza.
En cualquier caso, pude comprobar de primera mano que entre el alumnado habitaba una idea no escrita de que las figuras de Franco y Hitler en ningún caso eran equiparables, como si la dictadura franquista hubiera sido una simple reprimenda dulce, paternal y cariñosa en una época díscola de nuestra historia.
A los pocos días del visionado del referido documental, el director del Centro educativo, donde he ejercido mi labor durante cuarenta años, me comentó la enérgica queja de los padres de dos alumnas, ambos oficiales de la Guardia Civil, por la proyección. La frase que ya nunca olvidaré que estos señores expusieron fue: «hay un profesor que les está cambiando la Historia a nuestras hijas».
Bien, ahora me hago las siguientes preguntas:
¿A qué Historia se referían? ¿Cuál era la historia oficial que en plena democracia se estaba dando sobre un hecho histórico de primer nivel que todavía condiciona nuestras vidas y nuestra democracia?
La transición española, desde mi punto de vista, tuvo menos virtudes de las que se le adjudicaron y algunos defectos que, todavía hoy, no se le reconocen o cuesta trabajo hacerlo. Durante mucho tiempo, décadas ya de democracia, muchas personas -docentes incluidos- han entendido la «reconciliación nacional» como un tratamiento equidistante entre los verdugos y sus víctimas. De forma implícita y, en algunos casos, explícita se ha dejado anidar la idea de que la Guerra Civil fue producto de un cúmulo de errores de los dos bandos, es decir, el de los golpistas y el de los demócratas.
La República cometió errores, claro que sí, pero ninguno que justificara el golpe de estado y, por su puesto, la posterior guerra y las cuatro décadas de sangrienta dictadura. Imagínense ustedes que como respuesta a la crisis del 2008, con unas Instituciones públicas -desde el Rey hasta el Consejo del Poder Judicial– atacadas de corrupción, la respuesta hubiera sido, en vez de un movimiento ciudadano creativo, crítico y pacífico como el 15M, otra asonada militar. No hubiera sido justificable ¿verdad?
Pues de aquellos barros, estos lodos. Una gran parte de la población española no conoce la Historia de su país, ni la lejana, ni, lo que es más grave, la cercana. La escuela no ha sabido reconducir esa malformación, ni las instituciones democráticas propiciarla. Creo que uno de los grandes débitos que don Felipe González tiene y tendrá con la historia de este país fue su pusilanimidad, sus «paños calientes» con los herederos directos del fascismo: buena parte de la cúpula militar y policial, de la Judicatura y de la cúpula de la Iglesia Católica camparon -y lo siguen haciendo- por sus respetos, extendiendo todavía entre la población «las bondades de la dictadura franquista» y su escala de valores.
Recordemos que, hasta hace muy poco, la Fundación Franco no sólo era legal, sino que se le suministraban fondos públicos.
Los políticos que gobernaron la primera etapa democrática no tuvieron miedo a la Dictadura, si lo hubieran tenido realmente, hubieran actuado de una forma más quirúrgica, como lo hizo Alemania. El miedo fundamental que se debe tener a una dictadura es el de que se repita, y ese miedo, aderezado con educación y conocimiento histórico no se da con suficiencia en la sociedad española.
No nos extrañemos, pues, de que Vox vocifere sin miedo su podredumbre ideológica y lo haga, como la señora Monasterio ayer, con la sonrisa del falangista en la boca, esa sonrisa que precedía al tiro en la nuca.
Este país debe cerrar de una vez por todas su débito con la Historia, porque, si no, estamos condenados a repetirla. Las misivas con balas del ejército, la falta de contundencia a la hora de condenarlas en buena parte de la derecha (Ayuso) pueden ser premonitorias de algo que no se debería repetir.
Cómo dicen los gitanos en mi tierra cuando se les nombra la serpiente «Lagarto, lagarto«.
Juan Jurado.
Sobre JuanJ Jurado 75 artículos
Profesor de Lengua y Literatura española. Publicaciones en La prensa en el Aula. Octaedro. Cuaderno para la comprensión de textos. Octaedro. Ponente del Diseño curricular base para la enseñanza de la Lengua y la literatura española en la ESO, en Andalucía. He sido portavoz y concejal por el grupo municipal de IU en Úbeda. Actualmente no milito en ninguna organización política, pero si la calle me llama, voy.

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