Las duchas de torero…

Sí,nos duchamos, Francisco, de los Rivera de toda la vida. Yo todos los días, con un jabón no testado en animales que huele a flores de algodón y conciencia en paz. Me ducho cuando me levanto para despejarme bien, porque me paso la mañana rodeada de gente joven a la que intento enseñar algún valor que otro, además de Lengua y Literatura. Cosas nimias, ya ves, como el respeto a la vida y el rechazo a la crueldad y el maltrato, porque considero que rebaja al ser humano y lo convierte en la peor de las bestias, aquella que elige el sufrimiento pudiendo desecharlo.


No sabes la de chicos y chicas que detestan lo que tú haces, que tuercen el gesto cuando hablan de ese mundo atroz de señores en manoletinas que a ti te parece tan artístico. La de críos y crías que van a la antitaurina de octubre y la viven como una fiesta, con su batukada, su alegría y sus lemas, no veas cómo está Conde Aranda de adolescentes esa tarde, fliparías, Franete. Poco público, me temo, que van a tener las plazas de toros de aquí a unos años, a lo mejor entonces se construyen en ellas unas duchas colectivas para gente sin techo o un invernadero, o un teatro al aire libre, vete tú a saber. Por soñar con cosas limpias y hermosas que no quede.
Sí que nos duchamos, sí, y eso que nunca llegamos a casa de nuestras manifestaciones o de nuestros curros con el olor a muerto y a sangre que sin duda llevas encima tú a la salida de una tarde de esas gloriosas que te marcas. Y olé.

Texto: Patricia Esteban Erlés

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