Manifiesto ateísta en defensa de la Ciencia

 

El libre albedrío

Mi nombre es Jesús,

supongamos, no es mucho suponer,

que yo sea el hijo de dios, y que

el padre me haya enviado de nuevo

para verificar su obra.

La vez anterior ya saben ustedes

como acabó todo:

primero, mis propios discípulos

negaron conocerme y fui traicionado

por uno de ellos, Judas se llamaba.

Luego fui crucificado.

Unos dijeron que fueron los judíos,

otros, que los romanos,

algunos, que fueron ambos;

pero la verdad es que allí, a tenor

del grueso y volumen de los insultos,

ya había futuros hinchas, furibundos,

del futbol, aún no inventado.

Esta vez, todo sigue parecido a

la vez anterior:

corrupción, guerras por doquier,

violaciones de derechos,

niños, mujeres y hombres, huyendo

de la barbarie…en fin, una

auténtica tragedia.

El padre está muy enfadado

con todo esto que les cuento;

pero ya le he dicho: papá (porque

tantos años juntos, yo le llamo

cariñosamente papá), si creaste

al hombre y a la mujer

a tu imagen y semejanza,

todo amor y perfección,

¿Qué necesidad tenías de

concederles el libre albedrío?

El libre albedrío es un caos, papá.

Ahí tienes que reconocer que te equivocaste.

Mi humilde y respetuoso consejo es,

que cuando vuelvas a crear otros mundos,

elimines lo del libre albedrío,

solo con crearles a tu imagen y semejanza

ya sería un éxito;

pero el libre albedrío nunca jamás, papá.

¿Y ahora qué, papá?

¿Enviamos a una legión de Ángeles y

Arcángeles exterminadores con sus

espadas flamígeras, para acabar con

la obra que amorosamente creaste y

el libre albedrío arruinó?

¿O mejor dejamos que el género humano

se auto aniquile en su camino errático y corrupto?

A San Agustín

Como corcel hidrópico y sin freno,

que sacia su sed en cenagoso río,

así tu ardiente corazón, vacío,

para saciar tu sed se hundió en el cieno.

Buscaste la verdad, de orgullo lleno,

y la ciencia, sin dios, te heló de frío.

Agustín: cuánto sufrió tu madre, Mónica,

viéndote perdido en las redes de la ciencia

tratando de obtener respuesta al misterio

de la trinidad santa, hasta que la

inocencia del niño-ángel

te hiciera ver la imposibilidad de vaciar

el océano sobre el hoyo en la arena de la playa.

¡Qué despilfarro de inteligencia el tuyo,

confundiendo la fantasía de la trinidad

con lo real!

A Constantino el Grande

¡Oh, Constantino, que admirable

trabajo realizaste

colmando de beneficios al clero!

Con razón te auto proclamaste en Nicea

como el décimo tercer apóstol de Jesús.

Convertiste el reino celestial

de los cristianos, en algo terrenal

para deleite, hasta hoy, de tus seguidores.

Con ello, conseguiste el primer estado cristiano.

Y todo con aquélla cruz prodigiosa,

que derrotó a Majencio cuando

Marte, Júpiter y Venus

convergieron en aquel veintiocho

de octubre del año trescientos doce.

¡Aún vivimos de esa triste herencia!

El pensamiento mágico

El pensamiento mágico

impide la inteligencia.

Del árbol de la ciencia del bien y del mal,

mejor abstenerse del mismo, pese a que

el demonio incite a desobedecer.

Es Pandora y, también, Eva, la mujer

que osa gustar de lo prohibido,

arrastrando tras de sí

a todo el planeta Tierra.

¿Por qué ese odio a la mujer y

a la carne?

Comer del fruto del conocimiento,

del árbol de la ciencia,

os hará sabedores del bien y del mal.

Alabemos, pues, a Eva, que opta

por la inteligencia, al precio de

la muerte, de la muerte cierta.

No hay paraíso tras la muerte,

ni almas salvadas o condenadas.

Ni dioses que todo lo ven

y todo lo saben.

Nada escapa a los ojos de los dioses, dicen,

aunque a veces tan entretenidos

están en las prohibiciones

que se olvidan de evitar

las persecuciones y las guerras.

El ojo que, dicen, todo lo ve,

está sobre ti, simple mortal,

como losa en sepultura, inane,

porque ni tú ya existes,

y él jamás existió.

La ciencia, sin dioses, evita

el pensamiento mágico, lo irracional.

Cuando comemos y bebemos del

árbol de la ciencia, descubrimos

el mundo real y mortal.

Nos alejamos de lo mágico,

de lo que aliena,

y nos acercamos al aquí y al ahora,

que por trágico que nos parezca,

nos ayuda a mejorar nuestra existencia.

La manera de renunciar a la inteligencia,

es someterse a las prohibiciones de los

seres humanos que hablan en nombre de los dioses:

en cómo hemos de vestir,

qué no debemos comer,

qué placeres de la carne hay que evitar,

qué rituales debemos seguir,

lo que es lícito e ilícito a los ojos de los dioses,

siempre limitando nuestras libertades

para frenar el progreso.

Es el precio terrenal a pagar

por la ficción de otro mundo después

de la muerte, supuestamente placentero,

a la diestra, por cierto de esos dioses,

que en la vida real, por la voz de sus voceros,

nos imponen tan crueles costumbres,

siempre frenando el progreso,

retardando los avances de la ciencia.

Carta a un amigo

Como te considero un buen amigo,

voy a revelarte un secreto:

el alma no existe…y dios tampoco.

Espero que ya sepas que los

reyes magos son los padres.

Un fuerte abrazo de tu amigo.

¿Y tampoco el alma existe?-preguntó mi amigo.

¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?-insistió.

Hace ya muchos años, le contesté,

que me lo revelaron unos desalmados.

 

El muro

No hagas preguntas al muro,

no te lamentes ante él,

pues piedras son, y solo piedras,

aunque testigos sean de barbaridades

y sublimes sacrificios en el tiempo.

Tus plegarias solo serán una más

de las oídas por estas piedras seculares.

Sobre la muerte

Para eludir la muerte,

no inventemos dioses

o solo un dios, hecho a

nuestra imagen y semejanza:

cargados de venganza, misóginos,

tiranos, intolerantes, coléricos, y

siempre acechándonos,

pendientes de que cumplamos

sus leyes, dictadas por intermediación

de otros hombres.

La muerte está ya inventada,

porque existe.

Hay que mirarla cara a cara.

No es preciso crear artilugios,

ni dioses, para evitarla.

La moneda es moneda

porque tiene dos caras,

en una está la muerte,

en la otra habita la vida.

Ambas, juntas, son lo que

dan valor a la moneda.

Dejémonos de trampantojos,

creando dioses en nuestras mentes,

adorando ídolos, de barro, metal,

piedra, madera, o escayola,

para ahuyentar nuestro

miedo a la nada,

a la muerte.

No es posible ser inmortales

si queremos dar vida a otros seres.

El mundo finito lo impide;

pero sí podemos mejorar la existencia

con la ayuda de la ciencia.

Calzad ya vuestros pies desnudos

y nada pidáis a la nada

pues sorda está a vuestros lamentos.

Es hora ya de levantaros

de tan incómoda postura,

genuflexos, y disfrutad del

progreso, gracias a la ciencia,

aquí entre hermanos.

F I N

Jesús Gutiérrez Diego

Santander y Las Palmas de Gran Canaria- 2020

Año del Coronavirus COVI

Sobre Jesús Gutierrez Diego 32 artículos
Ingeniero Técnico Químico. Nacido en Santander, residente en Las Palmas de Gran Canaria. Escritor. Recibe diversos premios en relato tanto infantil y juvenil como adultos. En 1971 publica con Isaac Cuende el libro de poemas "Carne Viva" como consecuencia es procesado en Consejo de Guerra y cumple año y medio de condena. Sigue publicando y recibiendo premios diversos.

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