
Hago las maletas, me voy, me la piro, me tiro al monte.
Me mudo a mi anterior vida, aquella que arrancó en el Pleistoceno, allá por 1976.
Hago las maletas, plagadas de recuerdos, de buenos, malos y regulares.
Los malos hicieron estragos en mi, como si la más pura de las heroínas se tratara.
De regulares, todos aquellos días grises que, ni fu, ni fa, pero que me obligaban a mirar, si o si, por la ventana, para ver si hacía bueno o estaba nublado.
De buenos, todos los buenos y buenas que me ha permitido conocer en este camino virtual, de “scroll” infinito y sin el cual no hubiera podido conocer.
Hago las maletas porque abrí los ojos y agucé el oído y me pareció observar que la vida que antaño tuve a mi alrededor, seguía existiendo, pero no le estaba prestando la atención debida.
Porque descubrí la aguja por la cual nos van inyectando a poquitos, semillas de odio contra el diferente, haciéndonos cada vez más extremos en nuestras inclinaciones políticas y menos pacientes. Exaltándonos con cada noticia, colocada por el algoritmo, a cuál más extrema y violenta, para hacernos vivir en un eterno ay.
Me mudo a un mundo sin redes sociales, con el cuello erguido.
Y si es inclinado, que sea para leer mis libros de papel o digitales para descansar un rato a la presbicia que habita mis ojos.
Hace 8 años me construí, sin saberlo, una atalaya desde la que poder desahogar todo el barro que andaba indigestando mis entrañas. Creí que los «me gusta» podían rellenar, cubrir o suplir, los enormes vacíos que andaban alojados entre mis costillas y esa víscera percusionista, pero la realidad era que, me atrapó, si cabe más, en una oscura torre sin ventanas.
Finalmente conseguí saltar, desde esa ventanuca, pero el hábito de esa red que enreda se quedó a vivir en mi casa, que, aunque ya con puertas, había generado el malsano vicio de restarle tiempo a la vida real, a la que de verdad está sucediendo, a la que observas y no te cuentan, de la que disfrutas su olor, su sabor, su luz y su temperatura.
No quiero ser un peón más de las grandes oligarquías que pretenden dirigirnos. Quiero ser mi propio peón, mi patrona, mi alumna y mi maestra. Que me siga equivocando por ensayo error y que nadie, desde lugares e hilos invisibles, maneje o pretenda manejar mi pensamiento, induciéndolo, guiándolo, empujándolo.
Tal vez no alcance la libertad absoluta, porque será casi inevitable que sus hilos no me alcancen en la sociedad de la sobreinformación, pero tal vez, dando pasitos pequeños, consiga acercarme, si cabe un poco a aquella sociedad que miraba de frente, a los ojos, a las manos, al cielo y a su aquí y ahora.
Hasta siempre compañeros.
Valenia Gil
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