Memento mori

Recuerda que dejarás de ser joven y la cámara será la primera en darse cuenta. De eso también habla la película de Tarantino. Un día una chica se refiere al personaje de Pitt como el viejo de la camisa hawaiana y comprendes que han pasado treinta años desde la primera película en la que lo viste. Sigue siendo un hombre obscenamente guapo, tiene unos huesos y un color de ojos y una sonrisa indiscutibles. Pero la cámara se le acerca y muestra el cuello no tan firme, las arrugas, los labios menos carnosos. Predice en algunos planos que tendrá un rostro de pómulos afilados, que será un viejo espigado y digno, desde luego, pero un viejo. Quién puede hablar con más autoridad de esplendor, quién sino el bello más bello. Pitt nos permite asomarnos a ese futuro sin perder la sonrisa ladeada con la que Cliff Booth responde a cada palo que recibe de la vida. Nunca ha estado tan bien Pitt como en esta película en que tomamos conciencia de que los chicos de las carpetas cumplen años y ya no harán nunca más de Aquiles. Qué hermosa manera de despedirse de la juventud definitivamente con este papel de héroe de andar por casa, capaz de prestarle las gafas de sol al amigo que llora, de cuidar a una perra peligrosa, de trepar a un tejado en tres saltos, de interesarse por un anciano que conoció hace tiempo, de darle la tunda padre al mismísimo Bruce Lee si hay que bajarle los humos . De aceptar un despido y recibir una puñalada sin inmutarse, sin dejar de medio sonreír como si la vida, qué cabrona, siempre tuviera su gracia
La decadencia. Kurt Russell se da un garbeo por la película y parece el padre de Kurt Russell. Burt Reynolds se muere de verdad antes de rodar sus escenas. Luke Perry llega cojeando y con sombrero de lancero bengalí. Mira con tristeza al frente, como si supiera que este es un papel póstumo. De pronto te das cuenta de que la hija de Andy MacDowell, la de Uma Thurman, la de Demi Moore, han ocupado el lugar de sus madres. El cine es una ilusión que atrapa a sus criaturas. Nos hace adorar su juventud, su talento, su belleza irrepetible. Amamos a esos actores y actrices que se quedan encerrados en los papeles que protagonizan. Cada película es una hermosa cárcel a la que puedes volver de visita. Pero ellos y ellas dejan de aparecerse de pronto cuando ya no aguantan un primer plano. No los verás tanto. No los verás más. Y es injusto. Ojalá cada estrella tuviera la suerte de encontrarse en el camino a directores y guionistas capaces de regalarles un personaje como Cliff Booth, el doble siempre amenazado por la sospecha de haber matado a su mujer, el tipo demasiado guapo para vivir en una caravana o hacer de chófer que nunca se queja de su suerte.

Patricia Esteban Erlés

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