Memorial María Lanza Fernández, maestra represaliada republicana.

A la memoria de Miguel Forte Rodríguez,    sin cuyo testimonio no habría podido elaborar esta semblanza biográfica.

 

El pasado día 4 de diciembre de 2017 ha fallecido en Santander María Lanza Fernández a la edad de 100 años. Fue estudiante de Magisterio durante la II República y maestra nacional en el franquismo.

En el momento de producirse la insurrección de los militares desafectos al Gobierno de la II República el 18 de julio de 1936, que originó la Guerra Civil, María Lanza Fernández  había terminado  los estudios de 3º de Magisterio en la Escuela Normal de Santander. Durante el curso 1936-37, meses en los que Cantabria permaneció a las órdenes del Gobierno de la República, las clases impartidas fueron muy escasas, y además el alumnado obtuvo un aprobado general concedido por las autoridades republicanas. El Gobierno franquista triunfante invalidó dicha calificación. Por tanto, cuando se inicia el proceso de depuración a María Lanza le faltaba por aprobar el 3º curso anulado y el 4º y último, el de alumna-maestra de prácticas; es decir, la mitad de la carrera.

La principal acusación que indujo a los responsables de educación de la Dictadura de Franco a inhabilitarla para proseguir sus estudios derivó de su actuación político-cultural. María Lanza había formado parte del grupo de la FUE (Federación Universitaria Escolar) de la Escuela de Magisterio, creado por el profesor y director de la misma, Pedro Díez Pérez, y del que fueron, sucesivamente, secretarios y presidentes, durante el período de la República en plena Guerra Civil en Santander, Guillermo Martínez Onecha y Miguel Forte Rodríguez, condiscípulos de María Lanza Fernández.

La principal actividad que la FUE santanderina emprendió, al poco tiempo de conocerse  la trágica notica del fusilamiento del poeta y dramaturgo Federico García Lorca, fue la fundación, a instancias de su presidente  —el citado Miguel Forte Rodríguez—  de una agrupación de teatro, denominada Fábula, que se inspira en La Barraca, emblemática precursora de la difusión teatral en la II República,  cuyo artífice fue el escritor granadino. Llevados del entusiasmo juvenil  —la edad de sus componentes oscilaba entre los 16 y 20 años—,  y de su compromiso político-cultural con la República en guerra, se estrenó  Fuenteovejuna, de Lope de Vega, en octubre de 1936,  en el Coliseum María Lisarda de Santander, destacando la interpretación de María Lanza Fernández en el papel principal de Lucrecia. La asistencia al estreno de Fuenteovejuna fue masiva: autoridades, representantes de unidades de milicianos combatientes, partidos políticos y multitudinaria presencia popular. Esta función se repitió en otras poblaciones de la provincia, entre ellas Torrelavega, donde el incipiente y luego malogrado, por su prematura muerte, poeta José Luis Hidalgo presentó un poema en homenaje a García Lorca. La dirección corrió a cargo del crítico literario Luis Corona, siendo esencial la aportación del actor Pío Fernández Muriedas, experimentado ya en aquel entonces y dotado de una extraordinaria versatilidad, sin la cual habría sido muy difícil que el voluntarioso y al mismo tiempo bisoño cuadro artístico alcanzase un mínimo de calidad interpretativa. No hay que olvidar las asistencias y participación del poeta Germán Bleiberg, así como la artística del pintor Antonio Quirós, cuya fama llegaría más tarde, autor de los decorados. No faltaron los bailes y las canciones del siglo XVIII en la ensayada coreografía. Cierra el elenco de esta primera obra de Fábula, la figura singular del apuntador, un adolescente Pepín Hierro (José Hierro para la historia de la poesía española del siglo XX). Su estilo irónico, burlón, alegre y travieso  —algo parecido al del trastolillo, personaje de la mitología cántabra—  puso en aprietos a los actores en más de una ocasión. En aquel entonces, Pepín Hierro, próxima ya a asomar su vena literaria, parecía más interesado por la pintura, incluso mostró  con orgullo a los compañeros del grupo  un cuadro titulado El viento, del que, con mucha ironía, decía que se podía ver lo mismo de pie que de cabeza.

Durante el mes de diciembre de 1936, Fábula puso en escena El secreto, de Ramón J. Sender, y Antes del desayuno, de Eugene O’Neill, dirigidas precisamente por los actores principales en Fuenteovejuna, Pío Muriedas y María Lanza, respectivamente.

La última representación documentada del cuadro artístico de Fábula, en febrero de 1937, suponía involucrarse en el mensaje autocrítico al régimen soviético que plantea Herrumbre roja, de A. Kirkon y V. Urpensky. En ella se aborda la actitud contradictoria adoptada por algunos revolucionarios comunistas que sucumben a las mismas lacras combatidas a la burguesía, cuestionando hasta qué punto el triunfo de la revolución soviética ha liberado a la mujer y de qué forma los hombres continúan seduciéndolas, bajo el paraguas protector del prestigio alcanzado como héroes del Ejército Rojo y de comunistas ejemplares.

Además del objetivo cultural y política, la escasamente conocida labor teatral que significó Fábula, incluso en la historiografía  cántabra, se extendió a donar el importe de la recaudación de las representaciones a los hospitales de sangre, en donde se atendía a los soldados republicanos enfermos y heridos en los frentes de guerra, proporcionándoles también libros y revistas para su cultivo intelectual y mantenimiento del espíritu anti-faccioso, como se decía entonces por los defensores de la República. En tareas de asistencia social, María Lanza también colaboró con un hogar infantil, ocupado en su mayor parte por huérfanos de milicianos. Esta altruista labor le supondría otro de los cargos que le imputó la Comisión Depuradora del Magisterio de Santander y su matriz nacional, que contribuiría a su inhabilitación.

Para María Lanza Fernández, la entrada de las tropas franquistas en Santander el 26 de agosto de 1937, aun sin llegar a ingresar en la cárcel, le trajo consecuencias humillantes, pues sufrió toda clase de rechazos y marginaciones, hasta el punto de tener que soportar la vejación de fregar la iglesia del lugar de Monte, tarea de la cual después sería eximida por hallarse embarazada.

Hasta la década de 1960 no le fue posible solicitar la rehabilitación en el Magisterio, pero, como todavía no había aprobado 3º del Plan Profesional, según las autoridades franquistas, le exigieron exámenes de convalidación, y muy especialmente de la asignatura de Religión católica. Sin este requisito y el consiguiente juramento de adhesión a los principios del Movimiento Nacional, era imposible el acceso al Magisterio (ni al público ni al privado) en tiempos de Franco.

Hasta entonces, María Lanza Fernández había logrado sobrevivir a las primeras miserias y humillaciones de la posguerra dando clase particulares, sacando adelante con su esfuerzo a una hija fruto del matrimonio con el también represaliado  —y, en este caso,  encarcelado  estudiante de Magi2º de Magisterio, al estallar el conflicto bélico—, Manuel Concha Gómez.

Finalmente, el 12 de marzo de 1963 se le reconoce el derecho a volver a empezó su carrera profesional de maestra interina en la entonces provincia de Santander, en la escuela de Vierna (Meruelo) y las escuelas de niñas de Setares (Castro Urdiales) y Carmona, prosiguiendo en el Colegio Nacional Calvo Sotelo de Astillero, en 1973-74, como provisional, ocupando con posterioridad plaza definitiva en el Colegio Nacional Menéndez Pelayo de Torrelavega, y en el Colegio Columna Sagardía, de Santander,  donde se jubiló el 1 de enero de 1984.

El 26 de agosto de 1997 me puse en contacto telefónico con María Lanza, al objeto de entrevistarla. Previamente, le había enviado un cuestionario, pues dada su edad entonces  —80 años—  consideré lo más adecuado para ayudarle en las respuestas, aun a sabiendas que antiguos compañeros suyos me aseguraban que gozaba de excelente memoria. Se excusó ante la imposibilidad de atenderme en su casa por hallarse inmersa en obras de albañilería. Ni me ofreció otra alternativa ni tampoco insistí más. No obstante, en la comunicación por teléfono se deslizaron varios temas, pero, en el concerniente al grupo Fábula, después de señalarme que habían representado obras clásicas de Lope de Vega y de  Calderón de la Barca  —de las de éste no he encontrado referencia alguna—, restó importancia a su afamada excelente aptitud para el género teatral.

En mi opinión, María Lanza Fernández simboliza, a esas mujeres y hombres comprometidos con y por la República española de 1931-1937, en Santander, que los avatares de la implacable represión franquista  —en el caso de ella, acentuados por la traumática  situación familiar que sufrió—   les hizo encerrarse en el ostracismo, reacios a contar sus vivencias, no siendo mi caso el único, por desgracia, que intentó arrancarle su testimonio  —y dada su excepcional longevidad tuvo muchas oportunidades para ello—,  lo que sin duda habría sido reivindicador y tal vez la mejor herencia ideológica, sobre todo para las nuevas generaciones, que podría habernos legado.

Vicente González Rucandio

8 de diciembre de 2017.

 

 

 

   Vicente González Rucandio (Herrera de Camargo/Cantabria, 1950), maestro de enseñanza primaria jubilado, ha alternado la docencia y la investigación en sus casi 40 años de maestro a pie de aula, jefe de estudios y director escolar.  Fundó con otros maestros la revista Santander Educativo en las postrimerías del franquismo, colaborando posteriormente en la también revista educativa Quima.

Es autor del libro Jesús Revaque. Periodismo educativo de un maestro republicano, en el que se recoge una selección de los artículos publicados por el director escolar. Ha participado en el I y II Congreso del Exilio Republicano en Cantabria con las comunicaciones Profesores y maestros cántabros en el exilio tras la Guerra Civil (1999) y Epifanio Romero Pindado. Ideales truncados de un maestro de la República (2009).

 

 

Sobre J. Ramón Saiz Viadero 34 artículos
Escritor, historiador, periodista, conferenciante. Especialista en historia de Cantabria y del cine español. Ha sido asesor cultural del Ayuntamiento de Santander, y concejal en las primeras elecciones municipales.

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