Método Alphonse Perrier

 

Tengo la frase de mi madre grabada en la cabeza y me acompaña allá donde voy, “siempre estás en el momento menos oportuno y en el lugar menos adecuado”.

Entre el método Ogino y la marcha atrás se repartieron la responsabilidad de que viniera al mundo muchos años después que mis hermanas, cuando ya nadie me esperaba. De ahí que mi madre siempre aludiera  a mí como “la fuera de lugar” y me amargara con aquella frase tan típica.

Vivíamos por Vallecas y mi familia no pasaba de ser humilde. Mis padres habían emigrado del campo a la ciudad con el plan de Estabilización del ‘58 y ocupábamos un piso de escasos sesenta metros cuadrados. Aunque el piso era pequeño, yo crecí sola, en una habitación entera para mí, porque mis hermanas ya habían salido a servir. Esa soledad de casi hija única hizo que me encerrara entre el colegio y la biblioteca pública. Una escuela concertada de barrio, que los años ochenta abrió sus aulas  a familias menos pudientes.

En cualquier caso, yo fui una niña muy introvertida, que gracias a las buenas calificaciones escolares y a través de la intermediación de una de las monjas me buscaron unas clases particulares de francés en la zona alta de la ciudad.

A los once años cruzaba Madrid para acudir a las clases particulares de Mme. Marsignolle, nunca la llamábamos por su nombre, o al menos yo jamás lo hice. Aunque era una mujer conservadora, ante todo era francesa y heredera del espíritu de igualdad y fraternidad revolucionario, por lo que sus clases eran mixtas.

El grupo de principio me rechazó, como mi madre bien me recordaba yo estaba fuera de lugar. Mis compañeras se burlaban de mi peto azul y mis medias de lana marrón, lisas, bastas, lejos del patrón que marcaba la moda. Ellas alardeaban de sus calcetines altos de hilo con calado de ochos. Ahora creo que su actitud no se debía a la diferencia de clase, ni a que yo tuviera éxito con el idioma, simplemente era el rechazo al diferente, al que viene de fuera, ocupa nuestro sitio y se mezcla con nosotros.

MmeMarsignolle detrás de sus lentes ovaladas y su lápiz de punta afilada tardó en darse cuenta del rechazo, y cuando reaccionó, lo único que comentó en alto fue “señorita García, la espero este sábado a merendar”. El mensaje había sido claro y a partir de entonces empecé a ir a clase sola. MmeMarsignolle se convirtió en mi vieja y querida profesora de francés.

Creo que ha sido por esa consigna maternal de estar siempre fuera de lugar que nunca me he atrevido a contar lo que vi la tarde del cinco de junio de 1980 cuando iba a clase con mi bolsa de tela llena de cuadernos y bolígrafos. Si lo hubiera contado entonces, solo me hubieran echado en cara que estaba fuera de lugar, pero voy a aprovechar este curso para contarlo, porque justo me provocó una emoción fuerte, que con el tiempo no he asimilado y, aunque la veo en la distancia, todavía me perturba.

La tarde a la que hago alusión, al entrar en el portal de la calle Villamejor en el madrileño barrio de Salamanca, el precioso ascensor de caoba y cristal que llevaba funcionando desde principios de siglo, se había quedado bloqueado. El tiempo apremiante hizo que subiera por una escalera de mármol alfombrada hasta el primer piso. Iba ensimismada repitiéndome la conjugación de los verbos acabados en -ir, me la repetía una y otra vez, porque el último día había cometido fallos y no podía decepcionar a mi vieja profesora. Cuando iba ya por el tercero me llegó el llanto casi imperceptible de una persona. Me acerqué al hueco del ascensor y por el cristal esmerilado y revestido de una forja modernista pude ver a una de mis compañeras.

La boca semitapada por la mano enorme de uno de los chicos, la melena alborotada, las lágrimas resbalando por sus mejillas, su cuerpo flácido, sujetado por el brazo izquierdo del chaval, se dejaba penetrar bruscamente y un hilillo rojo caía por su entrepierna manchando los calcetines blancos, altos, calados haciendo aquellos ochos de moda.

Siempre estás en el momento menos oportuno” resonó en mi cabeza y ayudada por el pasamanos seguí subiendo la escalera hasta llegar al quinto A, pulsé el timbre y entré a clase. La conjugación francesa ocupó mi atención. Aquel día no cometí ni un solo fallo, aquellos verbos terminados en -ir se ocuparon de sellar mi memoria.

Aun hoy, esa imagen poderosa de una niña violada en el ascensor golpea mi cabeza y cada vez que un hombre se desabrocha el botón de su pantalón y se baja la cremallera, recojo mi bolso de la habitación y me voy recitando la conjugación de los verbos en francés.

 

Arancha Naranjo

Sobre Arancha Naranjo 17 artículos
Arancha Naranjo Lumbreras (Palencia, 1969). Española, educada en varios países europeos: Francia, Rusia, Dinamarca. De formación Historiadora y Bibliotecaria, ha incursionado también en el mundo del Derecho, a través de su trabajo en la Administración Pública. En la actualidad se dedica a la escritura, habiendo publicado cuentos en varias Antologías colectivas: Desde el confinamiento: Relatos de urgencia, proyecto del Hospital de Brugos; Antología de Labios rojos, chocolate y una rosa, proyecto amadrinado por Rosa Montero que surgió de las colecciones de Carmín y Chocolate; y ahora participa en un proyecto coordinado por Liliana Blum que ha surgido de los Talleres de Sonia Higuera.

4 comentarios

  1. ¡Por fin!. Se empieza a hablar de temas tabú y como los vivimos. De las cargas emocionales que nos impone la familia desde su ignorancia. La pluma de Arancha siempre tan aguda y sencilla a la vez con lo difícil que es de conseguir ese contraste y que parezca normal y cotidiano, que para escribirlo, no haya hecho ningún esfuerzo. Para mí, eso solo lo conseguia. Mercè Rodoreda. Felicidades Arancha. Es la primera vez que leo un cuento tuyo con final cerrado. He echado de menos. El final abierto pero en este caso. Hubiera estado fuera de lugar. Gracias. Por alegrarme parte de mi vida, con tus escritos.

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