Micro XV Mujeres en Negro, Melilla conection

El escándalo de risas, cabeceros chocando, voces y suspiros en las habitaciones contiguas y el pasillo, no facilitó precisamente el que pudiéramos dormir, ni siquiera descansar aquella noche. Hicimos la cama con cierta sensación de asco, que la aspereza de las sábanas indicando al menos que estaban bien lavadas disipó poco a poco. No obstante nos negamos instintivamente a quitarnos más ropa de la debida, y mientras yo pensaba observando el techo, con los brazos cruzados bajo la nuca, Fatiné miraba y remiraba el móvil. Nuestras vidas parecían acompasarse últimamente a la llamada del muecín, que desde los alminares llamaba a la oración de los fieles, porque justo cuando comenzaron sus exclamaciones Fatiné se volvió hacia mí igual que si acabara de descubrir la pólvora.

 

–Una empresa náutica en un polígono, no puede estar en otro sitio que en las naves del grand Port de Nador Aït Nsar I Beni Ensar.

 

–Eres tremenda.¿Eso estabas buscando?

 

–Pues claro. He pateado Nador a través de Google Maps. Creo que apostaría hasta en la calle que están.

 

–Nunca dejarás de sorprenderme. Tú podrías ser de la Inteligencia de Marruecos.

 

–¿Y quién te ha dicho que no lo sea? –contestó entre carcajadas– La espía que te amó, bueno, la que te ama.

 

Alguna vez había pensado que la dulce Fatine guardaba mucho más de lo que contaba, no por un afán de ocular no. Había en ella una transparencia, un acristalamiento de sus pensamientos que, con mucha facilidad, convertía en desapercibidos pequeños detalles que juntos, iban dibujando una inteligencia enorme y una persona realmente bonita. Fueron sus risas las que me hicieron dudar. Tal vez entre bromas y veras me estuviese diciendo la verdad, o tal vez una parte de ella, o qué se yo.

 

–¿Aceptan diablesas en la Inteligencia de tu país?

 

–No abundan pero, alguna hay.

 

Aquello acabó de desconcertarme del todo y sellé su boca con un beso dulce de los de “vamos a dormir”, o al menos a intentarlo ahora que el bullicio parece bajar de decibelios.

Por la mañana, aquella investigadora recién descubierta para mí en esa faceta, me llevó primero a comer los croissants mejores en mucho tiempo, y luego a un hammam con dos puertas, una para hombres y otra para mujeres, de donde salimos limpios para una temporada, gracias al jabón negro de aceite de oliva, en árabe, beldi, y a un guante negro exfoliante al que llaman kassa.

 

Al llegar al puerto, dejamos el Opel junto a la Oficina de la Capitanía. Aquel parecía un lugar seguro, y Fatine y yo, nos dedicamos a pasear sus calles como dos enamorados, haciendo fotos de los barcos amarrados, y sobretodo, buscando aquella furgoneta de cristales tintados que habría de darnos la pista de la hermana de Jaime.

 

–¿De verdad piensas que la furgoneta puede estar aparcada en la calle?

 

–¿Por qué no? ¿Con esta pamela tengo yo cara de venir buscando una banda de traficantes? Además tengo una corazonada.

 

–Que yo sepa los servicios de inteligencia no funcionan a base de corazonadas.

 

–Se nota que eras comisario, pero no del CNI.

 

–¿Y tú qué sabes al cuerpo al que yo pertenecía?

 

Fatine ya no me escuchaba. Se dirigía directamente hacia una furgoneta que encajaba a la perfección con la descripción que el picoleto nos había dado. Sobre el portalón cerrado junto al que estaba aparcada, un cartel con letras rotuladas en verde: NAUTIQUE ALI.

 

Sin duda estábamos en el sitio, ahora quedaba comprobar si la chica también estaba dentro.

 

Rodeamos la nave en busca de algún lugar por el que poder acceder al interior. En la parte trasera había una puerta de madera que no tuve mucha dificultad en abrir con una de las palancas de mi navaja suiza.

 

La nave parecía deshabitada. Un par de embarcaciones neumáticas, las conocidas como gomas, con cuatro potentes motores cada una, indicaban que estábamos frente a una organización con capacidad económica. Tres motos de agua Yamaha, un Hammer blanco también de cristales tintados, y un Ferrari  F-355 por supuesto rojo, ponían una rúbrica de creciente peligro en todo aquello. De aparecer alguien y encontrarnos allí dentro, la cosa se pondría verdaderamente fea.

 

–Tenemos que ser muy rápidos Fatine. Mira dentro de los coches, yo voy a ver en aquel cuarto.

 

Y… ¡Bingo! En aquel cuarto, tumbada sobre un camastro, con las manos atadas a la espalda y una cinta americana sobre la boca, había una muchacha de edad inconcreta. Fatine entró tras de mí, y ante la cara de sorpresa de la chica, enseguida empezó a explicarle en rifeño, un dialecto que yo jamás diferenciaría del árabe, quienes éramos y que nos mandaba su hermano Jaime, que teníamos por misión salvar su pellejo, y al poder ser, detener al clan de Ali.

 

Ella pareció entenderlo todo asintiendo una y otra vez con la cabeza, y cuando Fatine despegó la cinta de su boca comenzó a decir algo que no pude entender.

 

Calló de pronto. Alguien desde la calle descorrió los portalones de la nave con gran estruendo. Nuestros problemas acababan de tomar la forma de dos tipos: uno agorilado y el otro flaco y bien vestido.

 

 

 

 

Victor Gonzalez Izquierdo

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