Mujer y socialismo

Si bien, tradicionalmente la negociación de las relaciones de poder entre grupos se habían reservado para los varones, en las iniciales etapas del proceso de industrialización en nuestro país, por escaso y lento que fuese, también se necesitaba mano de obra abundante y barata. En el mundo urbano, al contrario de la frecuente equiparación de funciones entre hombres y mujeres del rural, la falta de valoración social del sexo femenino, así como su menor potencia física y escasa formación, suponían para éstas puestos de menor cualificación en la industria, e incluso salarios inferiores que los hombres a igual nivel y jornada. Además, las mujeres no solían acudir en demanda de apoyo a las asociaciones obreras.
El Partido Socialista fue una de las primeras organizaciones en reivindicar justas mejoras sociales y políticas para las trabajadoras españolas. El primer Grupo Femenino Socialista fue el creado en Bilbao en 1904, y el segundo en Madrid, en 1906. No obstante, las mujeres no solían ser admitidas en la Agrupación Socialista correspondiente, sino en la Juventud Socialista de ésta, independientemente de su edad. Hasta el 10º Congreso – octubre de 1915 –, los varones menores de 27 años militaban en JJSS, pudiéndose dar de alta en la Agrupación a partir de esa edad, aunque pudieran seguir en la sección juvenil hasta los 35. Pero no todos los GFS nacieron ligados a las JJSS, y otros decidieron desligarse más adelante. En 1915, cuatro mantenían esa vinculación (Bilbao, Erandio, Gallarta y Sevilla), mientras que la habían roto los de Madrid, Barcelona, Eibar, Mieres, Valencia y Capdepera. (Renovación, octubre, 1915). Aunque entre sus objetivos iniciales no se priorizase la consecución de la plenitud de derechos políticos para las mujeres, la actitud de algunas afiliadas y ciertas actividades de los grupos les fueron inclinando en esa dirección. En definitiva, inicialmente los grupos trataban de conquistar para las mujeres las formas de expresión y protesta reservadas hasta entonces a los varones, atemperando sus reivindicaciones de un cambio del sistema de relaciones establecido entre hombres y mujeres, lo que justificaba la heterogeneidad de los colectivos.
El caso de Madrid era especial. Tras haber sido creado por 6 mujeres (la planchadora María Méndez, la sastra Purificación Fernández, y la guarnecedora Isabel Vega, y las “sus laboresJuana Taboada, María García y María Ruedas) y algunos varones de la JS, encabezados por Saborit, sus afiliadas decidieron en octubre de 1908 dejar de depender de la organización juvenil y pasar a formar parte del partido a través de la Agrupación Socialista Madrileña. Aunque los jóvenes no estuvieron de acuerdo, continuaron colaborando con el Grupo. Realmente, el colectivo femenino madrileño se caracterizaba por su enorme complejidad, pues lo conformaban desde mujeres que militaban como apoyo a sus compañeros varones (padres, hermanos, esposos), pero sin renunciar a su papel tradicional de madres o esposas, hasta las directamente seguidoras de las ideas revolucionarias de la clase obrera, o las que pretendían la reconstrucción del sistema de relaciones de género vigente. Según su reglamento de agosto de 1910, el primer objetivo del GFSM era “educar a la mujer para el ejercicio de sus derechos y la práctica de sus deberes sociales, con arreglo a los principios de la doctrina socialista”. Es decir, formar defensoras políticas del socialismo dentro del marco legal y las costumbres, quizás como reacción a las constantes quejas en la prensa acerca de la esposa beata controlada por el confesor, oponiéndose a la militancia activa del obrero en partido y sindicato. Su segundo objetivo consistía en organizar a las trabajadoras en sociedades de oficio para defender sus derechos laborales, enfrentándose a los abusos de la patronal. De hecho, el Instituto de Reformas Sociales lo calificará como “sociedad política”, y no como “sindicato profesional”.
Lo que no se menciona entre sus fines es la lucha por la consecución de los derechos políticos de las mujeres, pues aunque se trató el tema en alguna de las primeras reuniones de la directiva, declarándose a favor del voto femenino, se concluyó con su falta de preparación para ejercerlo, debido a sus bajos niveles educativos. En definitiva, las propias mujeres eludieron incluir entre sus metas iniciales el voto femenino, renunciando a la introducción de demandas de género junto a las de clase. Quizás la causa proviniese de la difusión de las ideas de los socialistas alemanes August Bebel y Clara Zetkin, quienes preferían trabajar por el triunfo de la revolución socialista, que supondría una mejora de las condiciones de vida de las mujeres, renegando de la colaboración con el feminismo burgués, cuyo principal objetivo era la obtención del sufragio. En 1907 se celebró el Congreso fundacional de la Internacional de Mujeres Socialistas en Stuttgart. El grupo más importante en los primeros años era el alemán, dirigido por Clara Zetkin, que en 1914 contaba con 175.000 afiliadas. El siguiente era el austriaco, en el que militaban 18 mujeres en 1911. En 1914, las socialistas españolas son invitadas a participar en el 3er Congreso de la Internacional de Mujeres a celebrar en Viena.
No obstante, si bien los GFS como tales eludían la defensa del voto femenino, hubo militantes que, a título individual, sí lo demandaban. Es el caso de la de Guadalajara, Isabel Muñoz Caravaca, quien, en línea con las feministas librepensadoras del siglo XIX, en las páginas de Acción Socialista de los años 1915 a 1918, se declaraba firme defensora de la causa sufragista. Palpable ejemplo de las diferentes opiniones y métodos dentro del colectivo socialista femenino, en cuyo seno se mantendría la discusión por el sufragio hasta la conocida polémica parlamentaria de 1931. Dentro del GFSM, Carmen de Burgos, Virginia González y Elena Norabuena encabezaban el sector a favor ya en 1919, mientras que Ana Posadas lo hacía en el de las opositoras. Pero la diversidad de opiniones dentro del GFSM se manifestaba también en otros asuntos, en función de la distinta experiencia política de las militantes. Había, por ejemplo, un importante sector procedente del republicanismo con una larga trayectoria anticlerical, que mantenían la doble militancia. Aunque lo que sí se exigía para ingresar en el GFSM era el alta en la sociedad de oficio al que perteneciese la candidata, que no siempre se cumplía. No obstante, entre los años 1909 y 1911, el grupo madrileño coincidió en sus actividades con las Damas Rojas madrileñas, colectivo femenino republicano creado a imagen de su modelo barcelonés, y con semejante organización que aquél, por lo que fueron constantes los intercambios entre afiliadas. Sus acciones reivindicativas, coincidentes con las de las socialistas en los procesos electorales, se centraban en la propaganda republicana y, sobre todo, en sus campañas en favor de la educación laicista.
EUSEBIO LUCÍA OLMOS
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EUSEBIO LUCÍA OLMOS es graduado social y diplomado en Relaciones Laborales, profesión a la que ha dedicado toda su vida, tanto en entidades públicas como en empresas privadas. Su aproximación académica a las ciencias sociales y humanidades le acercó al estudio del movimiento obrero en nuestro país, así como a la importante contribución de éste a la historia nacional. Esta dedicación ha tenido también su correspondiente proyección literaria, con intención de acercar al gran público hasta una serie de importantes e interesantes hechos históricos. Hasta el momento ha publicado múltiples relatos y artículos en diversos medios, el capítulo sexto de la Historia del Socialismo Español (1989-2000), que inició el profesor Tuñón de Lara, y una novela larga (“Cosas veredes”, Endymión, 2009), sobre la huelga general revolucionaria de 1917.

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