ORO PARECE

Cruzo por delante del camión de mudanzas que lleva dos días plantado delante de la finca contigua. Aprieto el paso para saludar a mi vecino de garaje al que hace semanas que no veo y que termina de despedirse de uno de los operarios. Aunque intenta sonreír le cuesta, y todo lo que dice suena como ausente. Su mujer es quien usa ahora el coche familiar y normalmente coincidimos a la llegada del trabajo. Ella y yo nunca nos hemos tragado pero últimamente y sin mediar motivo, se ha relajado algo la distancia y hasta nos da tiempo a conversar de que algún piloto de luz que falla, o de la ola de calor que nos ha tocado este invierno. Puesto que antes no coincidíamos en hora y ahora sí, deduzco que sale más tarde del trabajo, y al contrario del piloto y del invierno que fallan, ella parece resplandecer con la conversación. Tienen dos clones de hijos en pleno pavo y a los dos los oigo quejarse (y es 15 de enero) que se van a perder las vacaciones de verano.

 

Me hago una composición de lugar de la crisis de una pareja de edad crítica, en pleno desgaste mutuo, con suertes dispares en su trabajo y caminos divergentes que al parecer terminarán con él en un piso ocasional conforme termine la mudanza. Ya con el cuadro pintado y secándose, voy comprobando que la descarga de muebles al camión de mudanzas termina de gestionarlo otro vecino muy simpático, al que siempre solía cruzarme en una de las terracitas del chaflán mirando arrobado a su mujer. Recuerdo entonces que la nueva medicación para la hipertensión que toma mi otro vecino le produce somnolencia, y deduzco que sus críos pegan tan poco golpe que ya van prediciendo el futuro estival.

Todo ello pasa por mi cabeza mientras entro en casa y compruebo como todo sigue igual, igual de destrozado desde que te fuiste.

Texto: Jean Boucicaut

Foto de portada: Lola K.Cantos

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