
Todo, absolutamente todo, lo que hago en esta vida es por ella.
Alejarme de lugares en donde no hay buen trato mutuo, buscar donde sí, escribir poesía, ser feminista, protegerme, aprender hasta quemarme las pestañas sobre reprocesamiento del trauma y tantas otras cuestiones importantes, luchar cuando se precisa, buscar nuevos caminos profesionales, no ser educada con quien nos trata mal, responder con virulencia a los atrevidos que sin tener conocimientos sobre abuso psicopático, vínculo traumático y violencia psicológica acusan a las mujeres de victimizarnos.
Seguir confiando en las personas, reconocer las señales en forma de aviso límbico del cuerpo, buscar lo que alivia y suaviza el camino, minimizar lo que no merece la pena ni va a cambiar.
No seguir la corriente de la crítica estéril y del negativismo vacío.
No decaer frente a las realidades sociales tan locas y disonantes, descansar, adquirir conocimientos nuevos, buscar amigas, darme cuenta de cuando un día hay alabanzas y al otro minusvaloración, comunicarme sin agresividad, ser contundente cuando toca.
Saber de los otros más allá de mí, no perder la compasión y el apoyo al más débil.
Reivindicar lo justo.
No tener miedo y cuidar de mí en los momentos de zozobra. De ella.
No dimitir del autogobierno y criterio propio.
Escuchar.
Observar.
Ser mi madre y mi padre.
Buscar familia.
Darme cuenta de que dentro de cada una de las personas con las que me relaciono hay una criatura que necesita reconocimiento, un abrazo, validación, ser vista y significativa. Alguien herido también.
Y sobre todo lo que más hago por ella es dar gracias por estar viva y con ganas hoy, después de todo.
Espero que el gesto infantil primario, ese que observaba un mundo recién nacido y esbozaba ya un:
– A ver qué me encuentro,
reconozca en mí a una madre suficientemente buena, que al menos lo intenta.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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