Ramón Viadero, sin salir de la calle Del Sol

En esta calle de mediados del siglo XIX años vivían originalmente los pescadores: tenían su Puerto Chico al lado. Cuando se empezó a construir por el otro lado, al Sol le quitaron el sol y le dejaron a la sombra.

Es para recuperar nosotros una parte de nuestra memoria. Es para que a los jóvenes no se les hurten todas las señas de identidad, porque que te hurten todas las señas de la identidad próxima, cercana, supone una desgracia inenarrable, terrible. Es para que no se sequen del todo las fuentes de primera mano que aún manan memoria personal y memoria común, porque a los jóvenes ya ni las propias familias les pueden dar de beber el agua de la memoria. Estas, entre otras son las razones de fondo que motivaron a José Ramón Sainz Viadero a embarcarse a sus setenta y ocho años en la aventura de recorrer el espacio y el tiempo de la calle del Sol hacia la calle del Carmen, y de la calle del Carmen hacia la calle del Sol. Que no son dos calles, ni siquiera dos tramos de una misma calle, sino una sola calle, su calle, a la que se le han aplicado dos denominaciones, la calle en la que nuestro autor vivió durante veinticinco años de su vida.

Ramón conoce las cosas de las que escribe muy desde el fondo, muy en profundidad. De Santander lo sabe todo

Ramón conoce las cosas de las que escribe muy desde el fondo, muy en profundidad. De Santander lo sabe todo. En Santander, se desliza como un “flâneur” parisino de Walter Benjamin, no un “flâneur” parisino de Charles Baudelaire. Un flâneur es un paseante, un callejeador. El de Benjamin reflexiona. La flânerie de Baudelaire es artística, indolente, bohemia, tal como aparece en los poemas del autor de ‘Las flores del mal’ y en los grabados de Paul Gavarny. El callejeo de Benjamin es crítico y analítico. Quien lo practica, y Viadero lo hace, se desliza por el paisaje urbano como si el paisaje humano y social fuera un bosque lleno de señales naturales y de mensajes inteligibles. La ciudad emite esos mensajes de forma humanizada y constante. Flâneurs como Viadero caminan por el bosque humano, espabilados los cinco sentidos como cinco antenas orientadas a las múltiples impresiones que les salen al paso a través de la aglomeración, la mercancía, las soledades, la velocidad, las ganancias y el consumo. Y la desigualdad humana. Así lo expone Frèderic Gros, en su “Andar”, publicado en Taurus.

En el libro “Del Sol al Carmen y viceversa”, las desigualdades se muestran ya desde la propia fotografía de la portada.  A un lado de la calle, a la izquierda, la Academia Juanes, ya desaparecida. Al otro, a la derecha, Villa Asunción, la casa de la familia del pintor Ramón Calderón y del músico  Juan Carlos Calderón, dos artistas de estilo vanguardista y genialidad rompedora que influyeron notablemente en los cambios de mentalidad de la ciudad.

Viadero describe el Sol como una calle “de media ladera”, abierta al sur y a las brisas de la bahía; un espacio muy bien situado, ameno, tranquilo y apetecible para vivir. Para convivir en armonía generaciones de viejos con generaciones de jóvenes. Muy de sanatorio. Una delicia para vivir y para estar. En esta calle de mediados del siglo XIX años vivían originalmente los pescadores: tenían su Puerto Chico al lado. Cuando se empezó a construir por el otro lado, al Sol le quitaron el sol y le dejaron a la sombra. El sol se había trasladado a las terrazas y ventanas que el nuevo urbanismo propició al sur de la nueva barrera de viviendas nuevas. Por la parte sur, que la del norte quedaba en la sombra de la calle de los dos nombres.

Entre el paisaje humano Ramón nos deja ver las estructuras, los procesos, los cambios y los problemas de esta área de la ciudad

Detrás del rico anecdotario, que es la parte delantera que se ve, está la urdimbre de las relaciones humanas con las que se teje la sociedad. Y en la urdimbre, en el lado del revés, no hay una calle igual que otra, aunque todas se parezcan. Hicieron de Sol una calle diferente sus personas y las relaciones que establecieron entre sí: Cioli, Cadelo, la malhablada con fama de bruja o de curandera, el despertador de los pescadores, las pescadoras que vendían peces con las precauciones e idénticos temores con los que los manteros venden hoy los relojes, la proliferación de poetas, de docentes, de personajes importantes en la cultura, en la sociedad y en la política.  Viadero dedica su libro a Santiago Pérez Obregón, un personaje inolvidable para él y para toda la ciudad. También lo podía haber dedicado a Maruri, a Arturo del Villar, a Fernando Segura, a cualquiera de los doce poetas de los que nuestro autor lleva la cuenta, aunque él cree que habrá más, porque allí se versificaba mucho y bien.

La vida en las tabernas, con sus mesas para jugar, su barra para beber y sus estanterías para exponer los ultramarinos. Entre el paisaje humano, entre las señales de relación social, Ramón nos deja ver las estructuras, los procesos, los cambios y los problemas de esta área de la ciudad. Es decir, ha hecho sociología urbana.

Siempre las relaciones humanas tienen una vertiente que se relaciona con el reparto del poder y fue en el ejercicio del poder donde Viadero sitúa las razones de la confusión nominal de esta calle. Los carmelitas hicieron todo lo posible -que por entonces era mucho- para que a la calle le quitaran el nombre del Sol, pagano y eterno, y le pusieran el nombre de la patrona de los pescadores, cuya iglesia está situada en su boca de entrada. La mayoría de la gente protestó con la energía que pudo, con la fuerza que entonces estaba permitida. Estaba permitida muy poca y muy oblicua. Los hermanos Calderón el desacuerdo lo evidenciaron indirectamente un letrero en el que pusieron los dos nombres en discordia, calle del Sol, arriba, y calle del Carmen, abajo. Al estilo de La Codorniz, su contemporánea.

Viadero convertía la mercería familiar en una librería. La librería se especializó en libros normalmente inasequibles para los lectores españoles

Los frailes carmelitas, sin pretenderlo en absoluto, sino pretendiendo exactamente lo contrario consiguieron simbólicamente recorrer el camino inverso al que recorrió la cultura occidental, que partía de religiones terrenas, femeninas, relacionadas con las diosas mediterráneas, las serpientes y las deidades telúricas de la agricultura para imponer el culto al todopoderoso dios patriarcal del cielo, amo, señor absoluto y  juez  inapelable de todo lo que existe. Esta vez, allá en lo profundo de las cosas, los que “a media ladera” lucharon del lado del Sol y los que combatieron del lado de la Luna, (Isis, la Madre nutricia, la Stella Maris) dejaron las cosas mitad y mitad. Como debe ser, aunque no pretendieron eso ni jamás se les pasó por la cabeza.

Entretanto, Ramón Viadero convertía la mercería familiar en una librería. La libertad es una librería, escribía Joan Margerit. La librería se especializó en libros normalmente inasequibles para los lectores españoles. Estos libros se los vendía Ramón a sus clientes a escondidas. Fue una institución y un referente desde los años sesenta, años éstos, los anteriores y los que después vendrían cuyos recuerdos pueblan las páginas de un libro hecho de memoria personal y colectiva, de análisis, de reflexión y de sociología urbana fuera de toda duda.

Isidro Cicero

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Periodista. Escritor.

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