Reivindicar al maestro republicano Epifanio Romero

A Mely Romero, por honrar a su padre

   Epifanio Romero Pindado (Villaflor-Ávila, 1898/Madrid, 1968), maestro republicano represaliado durante la Dictadura de Franco y exiliado en Venezuela, fue “descubierto” por el antropólogo estadounidense William Christian en carta al director de El País, publicada el 1º de noviembre 2001, en la que disiente del tratamiento ficticio dado a este maestro, titular de la Escuela de niños de Ezkioga (hoy, Ezkio), de la provincia de Guipúzcoa, en junio de 1931, en la recién estrenada película Visionarios, de la que era director y guionista el cineasta cántabro Manuel Gutiérrez Aragón, que se permitió la “libertad creativa” de “asesinarlo” en una de las secuencias, cuando la verdad es que no lo mataron (aunque sí lo atemorizasen seriamente).

Amelia Romero Álvarez, hija de Epifanio, en escrito posterior publicado por el citado periódico, confirmaba la manipulación del hecho histórico aclarando que la verdad de lo ocurrido fue que su padre tuvo problemas no por su labor escolar, sino por ser el autor de varios artículos publicados en la prensa vasca y madrileña —proporcionados por Christian, que había publicado, en 1997, el libro Las visiones de Ezkioga—,  en los que trató de desenmascarar la trama urdida para atraer a miles de católicos al lugar donde supuestamente se había aparecido la Virgen María a unos niños, justo el día siguiente a la celebración de las elecciones para las Cortes Constituyentes de la II República (29 de junio de 1931), en lo que se reveló —y eso no eran supuestas visiones—  una reacción furibunda conjunta de los integristas católicos, carlistas y nacionalistas vascos contra la todavía incipiente democracia republicana.

A Amelia  —en adelante Mely— la película Visionarios le espoleó de tal manera que empezó a ordenar los papeles que conservaba de su padre (la mayoría cartas y poesías  a su esposa e hijos, escritas durante su estancia en la cárcel) con el objetivo de ensamblar el rompecabezas de su biografía.

Aparte de la ridiculización de este episodio, que hasta la misma Iglesia católica desautorizó posteriormente, lo que más le llamó la atención a Mely de su padre fue hallar pruebas explícitas de su anticlericalismo, pero, sobre todo, de sus convicciones laicas. Los principios laicistas que el Gobierno de la II República incorporó a los programas de la enseñanza en el bienio 1931-1933 significaban para Epifanio Romero una conquista ante la hegemónica influencia ejercida por el clero católico en la conformación espiritual de la sociedad española a lo largo de la historia, secundado mayoritariamente por el Magisterio primario, primer eslabón a la hora de impregnar, a través del catecismo y los ritos, ese germen religioso.
Una segunda aportación de artículos procedía de Santander. A la sorpresa de su contenido novedoso unió la sentimental, porque ella nació, el 8 de mayo de 1936, en Bárcena de Pie de Concha (Cantabria), a cuya Escuela de niños se había trasladado Epifanio Romero ante la insoportable hostilidad manifestada por un sector de vecinos y foráneos intransigentes, de arraigada religiosidad católica-integrista, por lo que su permanencia en Ezkioga resultaba peligrosa para él y su familia  (esposa y, entonces, tres hijos pequeños, pues Mely, el cuarto, aún no había nacido). La salida apresurada de Ezkioga sería la primera huida de la familia Romero-Álvarez.

 

Estos otros artículos —enviados por Vicente González Rucandio, que había investigado, hasta 1999, sobre los maestros y profesores de Cantabria exiliados tras la Guerra Civil sin incluir a Epifanio Romero por ignorar que hubiese abandonado España—,  abordaban su faceta estrictamente pedagógica. En el último trimestre de 1933, realizó un viaje de estudios pedagógicos a Madrid  al objeto de visitar, entre otros, el Grupo Escolar Cervantes, cuyo director, Ángel Llorca, estaba considerado como uno de los principales innovadores de la enseñanza en España.

Para poder conocer los avances pedagógicos que Llorca había importado de los países europeos precursores en renovación de los métodos de enseñanza, así como para observar su aplicación en las aulas del citado centro madrileño, Epifanio Romero  tuvo que pagar al maestro que le sustituyó en su escuela, pues las pensiones que el Gobierno de la República concedía, a través de la Junta de Ampliación de Estudios, eran todavía muy escasas para el Magisterio primario.

La memoria de esta fructífera experiencia de formación permanente voluntaria la difundió en seis artículos publicados por el periódico La Región, de Santander, a lo largo del año 1934, cuyo contenido le abrió a Mely Romero una ventana por la que se veía no solamente lo que enseñaba su padre en la escuela de Bárcena de Pie de Concha, sino cómo lo enseñaba: poniendo en práctica los ideales pedagógicos inspirados en la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Moderna racionalista y, sobre todo, la metodología didáctica de la Escuela Nueva, que la II República va a incorporar en los programas de la enseñanza pública —hasta entonces reducidos, en la práctica, al aprendizaje de leer, escribir y las cuatro reglas aritméticas—   incidiendo en una enseñanza activa, experimental (visitas al entorno socio-natural, laboral y cultural), sustentada en el fomento de la lectura de obras literarias selectas que despertasen en el alumnado la fantasía y la creatividad, desterrando el estudio mecánico y memorístico tan característico de la enseñanza tradicional.

Mely Romero supo, desde muy joven, que a su padre, además de las consecuencias profesionales y familiares que le había acarreado su compromiso con el laicismo en Guipúzcoa, también le causó muchos problemas su militancia  sindical y política. Adherido al sindicato FETE-UGT (Federación de Trabajadores de la Enseñanza-Unión General de Trabajadores), se solidarizó con sus compañeros socialistas ferroviarios de Bárcena de Pie de Concha y alrededores cuando estalló la Revolución de Octubre de 1934. Esta revuelta revolucionaria fracasó, siendo detenido y conducido, el 8 de noviembre de 1934, al barco-prisión Arantzazu-Mendi, anclado en el puerto de Santander. Allí permaneció, en prisión preventiva, nada menos que ocho meses y cuatro días, compartiendo el hacinamiento y las penosas condiciones de alimentación e insalubridad con más de 450 personas, detenidas por los mismos o similares  motivos que él, en las bodegas del barco, no logrando la libertad hasta el 12 de julio de 1935,

Uno de los hechos más emotivos que evoca con frecuencia Mely Romero está relacionado con el recibimiento que le brindaron sus alumnos cuando regresó al pueblo después de salir del suplicio que supuso para su padre la injustificada y excesiva duración de su encarcelamiento por un supuesto delito que resultó no haberlo cometido, ya que el tribunal que lo juzgó le declaró no culpable.

La inimputabilidad  —palabra utilizada por la Audiencia provincial de Santander en el texto de la sentencia—  de Epifanio Romero le devolvió al seno familiar y a recuperar el empleo cuya pérdida conllevaba la prisión preventiva, figura penal que nunca debió sufrir, puesto que, hasta la fecha del juicio, lo que mejor hubiera garantizado la presunción de inocencia que, finalmente, se decretó, habría sido la libertad atenuada, sin repercusión alguna en el empleo ni sueldo o, a lo sumo, con reclusión domiciliaria al acabar las clases por la tarde, al menos desde el 6 de marzo de 1935, fecha en que se levantó el estado de guerra que había aplicado el Gobierno republicano de centro derecha radical-cedista (Lerroux-Gil Robles) tras el estallido social de octubre de 1934.

Tal como reconocía el Consejo Nacional de Cultura, ante la solicitud de los haberes no devengados mientras estuvieron en prisión, los maestros declarados no culpables resultaban, de hecho, sancionados con penas de privación de libertad y en condiciones infrahumanas, y sus familias, además, tuvieron que sobrevivir, durante ocho meses, con poco más de la quinta parte de su sueldo. En el caso de Epifanio Romero, las 2.553,68 pesetas que hubiera cobrado en libertad se redujeron a 879,54 (el 22%). De este modo, también su familia (esposa y tres hijos de corta edad) sufrió los efectos de la condena. Y, por si fuera poco, el pago de las 1.805,66 pesetas restituidas  no se satisfizo hasta junio de 1936, es decir, casi un año después de salir de la cárcel. Mely Romero, que nació un mes antes, pudo ser ya mejor atendida al llenarse la caja familiar de este importe abonado con tanto retraso, que equivalía al 45% del sueldo anual de su padre.

Pero como la alegría en casa del pobre no suele durar mucho, al mes siguiente, el 18 de julio de 1936, sobrevino en España la mayor catástrofe humana social y económica del siglo XX: la Guerra Civil.

   Epifanio Romero, fiel siempre a la República, colaboró con las fuerzas políticas y sindicales del Frente Popular de la comarca del valle de Iguña en la defensa de la legalidad democrática.

La actividad escolar en Bárcena de Pie de Concha disminuyó mucho durante los trece meses en que Cantabria resistió frente a la agresión de los militares sublevados. Incluso, Epifanio fue destinado provisionalmente al Grupo Escolar Menéndez Pelayo de Santander, aunque este centro estuvo cerrado bastante tiempo al convertirse en cuartel de milicianos.

De regreso a Bárcena, y ante el cariz que tomaba el desarrollo de la guerra, primero salieron  hacia Asturias, Mª de las Mercedes Álvarez, esposa de Epifanio, y los cuatro hijos,  a casa de la abuela; después lo hizo él ante la inminente llegada las tropas de los nacionales, en agosto de 1937 (segunda huida de la familia).

Aún pudo haberse producido una tercera huida, que habría sido al exilio. Epifanio lo tuvo, hasta cierto punto, fácil. En Gijón fue escribiente encargado de preparar la expedición a Francia de niños y personas ancianas. Llegó a entrar en el barco listo para zarpar. Pero…

Si papá no vuelve al puerto,

bien pudo a Francia marchar.

Pero ¡ay!, que se acordó de los hijos,

de Mielita y la mamá.

Mely Romero no sólo se ha convertido en la guardiana cuidadosa de los escritos de su padre, entre los que se encuentra una larga composición poética, de la que he entresacado la estrofa reproducida, enviada por su padre desde la cárcel de Burgos, donde estaba a la espera de ser ejecutado en aplicación de la sentencia de pena de muerte, por rebelión militar, dictada por el Consejo de Guerra el 8 de abril de 1938. (¿Rebelión militar? Pero, ¿rebelión militar no fue el levantamiento en armas del sector del Ejército insurrecto contra el Gobierno de la República, el 18 de julio de 1936, cuyos componentes dictaron penas de muerte y fusilaron a quienes lo defendieron?) Hasta el 8 de abril de 1938, Epifanio Romero había estado en prisión preventiva, en Cangas de Narcea, desde octubre de 1937 (casi seis meses).No fue capaz de abandonarlos y la idea de embarcar todos al exilio le pareció temeraria. Al fin y al cabo  —pensó—, que, si Franco había prometido que nada tendrían que temer los que no hubiesen cometido delitos de sangre, él lograría pronto la libertad y se reuniría con su familia. Desgraciadamente, no fue así.

Mely, sin ser investigadora ni historiadora, desempeña el papel que difícilmente hubieran acometido quienes estudian estos temas, pues Epifanio Romero no era una persona conocida más allá de la relevancia que se le dio a raíz del caso de Ezkioga. Por ello, por un lado, intenta localizar y lo consigue, en el Archivo Militar de Ferrol, el sumario (“sumarísimo de urgencia”) del proceso jurídico-militar que desembocó en la pena máxima que recayó en su padre; y, por otro, desde el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares le suministraron algunos documentos sobre  la inhabilitación profesional del Magisterio, inherente a la condena militar, así como del postrero intento de rehabilitación.

Como  resultado de sus pesquisas, pudo reunir las piezas del rompecabezas que le faltaban completando datos biográficos, hasta averiguar que a su padre, por fortuna, le conmutaron la pena de muerte por la de treinta años de reclusión, reducida a veinte de reclusión, alcanzado la libertad condicional después de cinco años y medio de cárcel.

   Mely indagó afanosamente hasta identificar a los miembros del Consejo de Guerra que condenaron a su padre. Consideraba inadmisible que los militares responsables de aquel veredicto, en un juicio sin garantías, con un abogado de oficio, militar, por supuesto, que sólo tuvo acceso al voluminoso sumario un día antes de la vista, se parapetasen detrás de una firma parcial o totalmente ilegible.


Consecuente con los principios republicanos de que las niñas deberían tener los mismos derechos que los niños   —ideales poco arraigados en aquella época, pues las familias carentes de recursos económicos, si podían, preferían dar estudios solamente a los hijos varones—,  Epifanio preparó a Mely para el examen de ingreso de bachiller en el Instituto Lope de Vega de Madrid, próximo al domicilio familiar.Epifanio Romero, envejecido prematuramente, enfermo y, lo que es peor, abatido anímicamente por el calvario que significó esta tercera experiencia de pérdida de libertad en su vida, se recuperó poco a poco, parcialmente, de su salud. Represaliado por el franquismo también por la vía civil al ser expulsado del Magisterio estatal, tuvo que buscarse la vida para sacar adelante a una familia que había sufrido lo indecible al carecer, entre 1937 a 1943, de la única aportación económica que les permitía la subsistencia (en este periodo, sin la ayuda de la familia de su mujer, sobre todo, a ella y a sus cuatro hijos pequeños les hubiera sido imposible sobrevivir).  De ahí que, aun a riesgo de ser denunciado (los maestros nacionales represaliados no eran autorizados ni siquiera para dar clases particulares, tal era el alargado brazo de la represión), clandestinamente, en su propio domicilio, enseñaba por el día a niños y jóvenes, reservando las horas nocturnas para los adultos, muchos de ellos analfabetos.

Tuvo la suerte de ser aceptado como profesor de una academia privada, pero, como la felicidad, a veces, no es lo duradera que se anhela, en 1952 falleció el dueño de la academia, que había sido su valedor, y hubo de redoblar las clases particulares en casa.

Parece ya un tópico oír todavía que, en España, la posguerra fue peor aún que la guerra, sobre todo por el hambre pavoroso que sacudió a una parte numerosa de la población. Los tres hermanos de Mely, siendo todavía estudiantes de bachillerato, hacían recados y trabajos similares que contribuían a mitigar las estrecheces económicas de una familia numerosa que con las clases particulares de Epifanio no alcanzaba a cubrir las necesidades más básicas de supervivencia.

Si a ello se le añade la presencia agobiante del vigilante del barrio, delator encubierto de las autoridades represivas junto al sacerdote de la parroquia, y los pasquines como “Tú, rojo, asesino, violador de monjas, incendiario de iglesias…”, depositados en el buzón,  vivir en paz no resultaba nada fácil.

Así que, a instancias de uno de los hijos, se prepara la siguiente huida en la ya errante peripecia vital de Epifanio Romero y familia. Ahora sí que va a ser al exilio, en concreto a Venezuela. Como a Epifanio le negaban el pasaporte, la única manera de salir de España era que un hijo menor de edad lo reclamara desde un país extranjero.
Para Epifanio Romero el encuentro con tantos españoles exiliados (maestros, profesores, médicos, entre otras profesiones) disfrutando de las libertades propias de una sociedad democrática, le trasladó vitalmente a los primeros años de la II República.  Trabajó dando clases particulares y en un colegio regentado por colegas españoles también exiliados.Para ello, previamente, Mely, que en 1955 cumplía esa condición, fue acogida por un maestro republicano amigo de la familia exiliado en Venezuela. Y, al fin, en 1957, dos hermanos de Amelia primero, y sus padres y el hermano mayor después, lograron el exilio deseado, instalándose en Caracas.

Pero tantos años de cárcel en España le causaron en su salud estragos incurables. No obstante, sería el terremoto que se produjo en Caracas en julio de 1967 el detonante de la ya última huida, en esta ocasión, de regreso a España. Mely, una vez más, actuó de avanzadilla para el retorno como lo había sido para emprender el exilio.

Reacio a solicitar la rehabilitación como maestro estatal al Gobierno de la Dictadura de Franco, pues le parecía una nueva humillación hacerlo después de los sufrimientos y perjuicios irreparables que le ocasionaron, Epifanio Romero dio, finalmente, su conformidad a que se revisase su expediente de depuración solamente para preservar el derecho que tenía a la pensión por los años ejercidos de maestro hasta agosto de 1937, de modo que, al morir, su esposa pudiera beneficiarse de ella.
Pero el verdadero destino definitivo de Epifanio Romero Pindado se había anticipado. En todo caso, la estela de su compromiso pedagógico, sindical y político por la causa de la II República española perdura como espejo en el que mirarse para ejemplo, sobre todo, de los que nos hemos dedicado a la enseñanza, de los que actualmente se hallan en activo y de quienes lo hagan en el futuro.
Por paradojas de la vida, el día de su muerte, el Ministerio de Educación y Ciencia autorizaba a que se le adjudicase una plaza de maestro interino, informándole de que tendría que participar en el primer concurso de traslados que se convocase para obtener un destino como maestro definitivo.Ya era tarde. Su cuerpo no aguantó más. A un infarto cardíaco le sucedió una trombosis y, a duras penas, regresó a España a primeros de marzo de 1968, falleciendo el 31 de ese mes, cuando le faltaban siete días para cumplir 70 años (de los que 6 años, 6 meses y 23 días los pasó en prisión y 11 años en el exilio).

 

Vicente González Rucandio

                                                                                                         

 

Vicente González Rucandio (Herrera de Camargo/Cantabria, 1950), maestro de enseñanza primaria jubilado, ha alternado la docencia y la investigación en sus casi 40 años de maestro a pie de aula, jefe de estudios y director escolar.  Fundó con otros maestros la revista Santander Educativo en las postrimerías del franquismo, colaborando posteriormente en la también revista educativa Quima.

Es autor del libro Jesús Revaque. Periodismo educativo de un maestro republicano, en el que se recoge una selección de los artículos pedagógicos del citado maestro y director escolar. Ha participado en el I y II Congreso del Exilio Republicano en Cantabria con las comunicaciones Profesores y maestros cántabros en el exilio tras la Guerra Civil (1999) y Epifanio Romero Pindado. Ideales truncados de un maestro de la República (2009). También ha escrito, entre otros trabajos, Crónicas de las Misiones Pedagógicas en Cantabria (www.muesca.es, revista digital Cabás, diciembre 2011).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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