Santoña, un pueblo con historia

Sin duda, conocerán ustedes el nombre de Santoña unido al de las anchoas que nuestro presidente Revilla promociona por tierra mar y aire. No les podría decir por qué pero amo profundamente a este pueblo de mi comunidad, sin que aparentemente encuentre más motivo que su historia. Voy a intentar resumirla porque creo que, además de curiosa, resume como pocas el  de  comunidades más grandes con sus grandezas y miserias.

Santoña es un pueblo rodeado por el mar Cantábrico. Donde se quiera mirar, tienen ustedes la visión de sus aguas aceradas en los días grises, que son mayoría, salvo que se les topen los ojos con el Buciero, monte que protege al pueblo y lo contempla con la parsimonia de un padre. El mar en Santoña se ve, se huele y se vive. Pocas o ninguna familia puede decir que no viva de sus rentas. Bien como pescadores, conserveras, salazoneras o de comercializar sus frutos. Miran al mar porque les trae el sustento y a veces la muerte de forma feroz cuando se traga a algún marinero durante tormentosas marejadas.

La historia de las anchoas tiene un comienzo romántico y curioso. Los italianos consumían mucha salazón; agotadas sus costas, avispados marineros se internaron en el norte de España buscando el bocarte o boquerón, que aquí se despreciaba usándolo como cebo para otros peces. Los italianos deslumbrados por los bancos  de pescado que avistaron en las costas del norte, se adentraron en ellas . No solo vinieron a Santoña, sino que también llegaron a  Zumalla, Ondarroa y  otros  puertos  de Euskadi. Cansados de ir y volver, algunos de ellos decidieron quedarse en la zona, trayendo  la familia desde Sicilia o formando con santoñesas su nido en el pueblo.

Desde 1880 hay constancia de la presencia de los sicilianos en Santoña.  Los Oliveri, Vella, Cusimano, Orlando, Sanfilippo, Brambilla, Cefalú, Giannitrapani, Maccione, Tarantino se asentaron en el pueblo y no solo se dedicaron a la pesca y la exportación del pescado, sino que comenzaron a hacer la salazón en el pueblo, para ello arrendaron o construyeron naves contratando a las mujeres de los pescadores para la labor.

A uno de ellos, Gianni Vella Scatagliota se le ocurrió la idea de impregnar con mantequilla el bocarte salado para suavizar el fuerte sabor de la salazón;  posteriormente  cambió la mantequilla a un  aceite de cero grados de acidez. Acababa de inventar el fruto preciado de las anchoas en aceite.

Quedan apellidos sicilianos en el pueblo, así como naves ruinosas que mantienen el nombre y el origen de los primeros anchoeros que fiaron a su ingenio la marcha de unos negocios boyantes  trayendo  fortuna a la zona. Hoy han mimetizado con el pueblo de tal forma que no se distingue las raíces de los habitantes, tan solo les  diferencia  algunos apellidos italianizados.

La industria conservera implantada en Santoña dio trabajo a las mujeres de la zona, con jornadas extenuantes de trabajo, en humedad constante por su cercanía  a las machinas donde atracaban los barcos con las costeras. Mujeres bravas, soliviantadas y fuertes que doblaban el espinazo todo el día y soportaban mal las diatribas de los maridos que pasaban en el mar gran parte de la primavera. Mal pagadas, pero con el dinero suficiente para hacer valer su autonomía, se convirtieron en luchadoras impenitentes. También fue una zona abatida por la lacra de la heroína en los años ochenta y noventa, quedando diezmada su juventud por  efectos que aún persisten.

En Santoña se fraguó un terrible pacto (negado a veces, pero incuestionable) entre el gobierno vasco y el bando franquista que desarboló el frente norte. Hay que decir que muchos gudaris se negaron a entregar las armas en esa rendición humillante y siguieron luchando con el bando republicano. Diremos que el pacto firmado fue papel mojado para el fascio que masacró con saña al pueblo vasco sin respetar ninguna de las clausulas firmadas.

 

Santoña tiene el dudoso honor de ser cuna de Luis Carrero Blanco, con un monumento  a su memoria tan horrendo como fantasmagórico. Juan de la Cosa es otro ilustre santoñés. También tienen otra peculiaridad: el único concejal falangista que lleva en ejercicio desde el comienzo de la democracia. El señor Valeriano Peña, que dice mantener  su arma con cinco balas por si algún(a) desaprensiva se prestara a tirar el catafalco de Carrero.

 

Aún recuerdo el susto que sentí cuando una noche de invierno después de hacer unas gestiones  en el pueblo,  buscando mi coche, doblé una esquina topándome  con las banderas de falange y la española con el aguilucho bailando al ritmo de un viento enrabietado por las sombras. Perpleja, me asomé con cautela a la ventana del destartalado edificio, comprobando como unos cachorros entrados en años sesteaban en un bar adornado por retratos del Caudillo, José Antonio y uno que me impresionó totalmente:  mostraba a una madre contrita con un caído yacente y remangado con la camisa azul que tú bordaste en rojo ayer, me  hallará la muerte si me llama y no te vuelvo a ver…Háganse idea de la imagen surrealista que suponía  una rubia perdiguera y perdida contemplando  por una sucia ventana una escena  que parecía salida de la mismísima película de Raza. A poco que se me pasó el susto, apreté el paso, no fueran a sorprender mi curiosidad los vástagos joseantonianos invitándome a una copita de ricino o jalándome mi rubio pelo con miras a un buen rapado. No era el caso.

Sigue el bueno de Venancio, imagino que con mermadas facultades por la edad, pero con cierto poder, removiendo las aguas fecales del fascismo santoñés y con el poder que le dan unos cuantos votos todavía se hace valer en la comunidad.

Cerca del pueblo, está el convento de Montehano, donde reposa la buena de Barbara Blomberg, madre de don Juan de Austria velada por los monjes silenciosos que cuidan de que no decaiga la belleza del monasterio enclavado en zona que unifica los verdes con la piedra vetusta.

Y el Dueso. De triste recuerdo para muchos. Penal legendario que anidó a presos políticos importantes en la dictadura , Buero Vallejo o  Ramón Rubial, fueron algunos de ellos. Más tarde  fueron comunes famosos como  el Lute, y  Rafi Escobedo que allí se suicidó, los que le dieron renombre. En esos mismos años fue   residencia de presos de ETA.  

Un poeta de la tierra, creo que dijo, que debió ser loco o poeta quien decidió hacer un penal en un sitio tan bello. Desde las ventanas  enrejadas se divisa la playa de Berria, paraje poderoso donde el mar pelea con la tierra y hacen conjunción de belleza natural.

Porque a Santoña si algo le sobra es belleza. Recorriendo sus calles, contemplando las Marismas, desde el Gromo, de enorme riqueza ecológica que en los años ochenta quisieron rellenar las mentes lúcidas de la época para hacer un polígono industrial (sí, como les cuento) siendo  la lucha encarnizada de los ecologistas los que pudieron impedir la idea descalabrada, teniendo en contra a casi todo el pueblo manipulado por las fuerzas vivas que les gusta conservar todo menos la naturaleza y la vida. Hoy reciben miles de visitantes que gozosos nos aprestamos a contemplar esa maravilla de la naturaleza y las aves que en su camino hacia tierras cálidas paran en ellas.

Creo que para los once kilómetros y medio que mide este pueblo no se le puede pedir más historia. Ni más variopinta.

 

María Toca

 

Sobre Maria Toca 1538 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

2 comentarios

  1. Creía que el convento en el que estaba o estuvo enterrada doña Bárbara se halla en Montehano. Gracias, ELISA GOMEZ PEDRAJA

    • Hemos verificado y sí, está enterrada en Montehano, creemos que ha sido una errata de esos duendes malos que a veces se nos cuelan en la edición. Mil gracias Elisa Gómez por su corrección.

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