Un paso más allá del Covid 19

La situación en la que nos vemos ahora no tiene nada de excepcional. Ha habido infinidad de pandemias a lo largo de la historia de la Humanidad, pestes, gripes, SIDA, SARS-1, Virus Zica, MERS, sin mencionar otras como el sarampión o la tuberculosis. Las únicas diferencias pueden radicar en la rapidez en su expansión, y el golpeo a escala mundial, si antes se limitaba a zonas del globo, esta vez no ha tenido freno.

Lo que sí puede ser excepcional es la errática política de comunicación llevada a cabo por los gobiernos de todo el mundo, quizás por ignorancia o por mala fe. Cifras erróneas del R0 en la mayoría de países del mundo, sintomatología confusa respecto a una simple gripe, índices de morbilidad o mortalidad maquillados, etc. Lógicamente, a ningún gobierno le gusta adjudicarse muertes entre sus conciudadanos, ya que es sabido, que el lenguaje y las cifras se utilizan en la actualidad para reubicar bandos. Y es que Foucault, en sus estudios sobre el poder, describe como los números se presentan como la única información real y verídica, pero susceptibles de ser manipulados.

El problema de una pandemia viene articulado por dos vertientes, una natural y otra social y debemos visualizar los puntos donde ambas vertientes se cruzan para obtener consecuencias. El SARS-2 (COVID19 en Europa) tuvo su punto inicial en los mercados de Wuhan, mercados conocidos por la venta de animales vivos y por su peligrosa suciedad. El virus encontró el caldo de cultivo propicio para pasar de unos animales a otros, y de ahí, al hombre. El procedimiento de contagio está por investigar. China, y concretamente Wuhan, es el lugar donde observamos el nodo donde conjugar lo antiguo y lo moderno, cruce naturaleza-sociedad en los mercados mal mantenidos, causa de la aparición de la infección, y un ultramoderno nodo industrial del automóvil, industria farmacéutica y telecomunicaciones.

Cuando a finales de Enero de 2020 observé por las noticias de televisión que un coronavirus se extendía por China, pensé en las consecuencias económicas que íbamos a sufrir. Si bien el sistema capitalista empezaba a carecer de ideas para continuar con la acumulación del capital, cualquier golpe a China tendría consecuencias muy graves para la economía global.

China, Corea, Hong-Kong, Singapur, Irán, Italia… Un problema transversal lo convertimos en un cierre total de fronteras, como si la soberanía territorial nos fuese a librar de la maldición. A pesar de las instituciones mundiales como OMS, ONU, UE, etc. son los “estados locales”, (España., Francia, Italia, Alemania, India. México o Australia) los que deben dotarse de instrumentos para eliminar la pandemia. Y entramos en la primera contradicción de la globalización, una economía con sus procesos de producción completamente globalizados, no impide una política sanitaria de reinos de taifas en el mundo, llevada a su máxima expresión en España con el estado de alarma y las consecuencias de pérdida de gestión de la crisis en las CC.AA.

En poco tiempo pudimos comprobar que el COVID19 estaba poniendo a prueba nuestro sistema sanitario, político, económico y social. Según parece Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. Occidente ha fracasado en el objetivo de doblegar al virus sin que la economía y la sociedad mueran en el intento. Europa cierra sus fronteras y el flujo de inmigración que llegaba por el Estrecho de Gibraltar a Europa se ha invertido.

¿Por qué ha sido más eficiente la lucha contra el coronavirus en Asia que en Europa o América? Países de Asia como Corea, China, Japón o Taiwán tienen una mentalidad autoritaria, la sociedad es menos renuente y mucho más obediente que en Europa o Norteamérica. Los asiáticos apuestan firmemente por la vigilancia digital. Se podría decir que en Asia las epidemias se combates además de con virólogos y epidemiólogos, con especialistas informáticos y el Big Data. En Asia no hay conciencia crítica respeto a la vigilancia digital, la protección de datos occidental es inimaginable en Japón o China. Es más, los proveedores asiáticos de telefonía móvil comparten datos de sus clientes con empresas de seguridad estatales y los ministerios de sanidad correspondientes. En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia provistas de técnicas de reconocimiento facial. El Estado sabe dónde estoy, con quién hablo, qué compro, qué vendo y hasta qué voy a comer, ahora, incluso qué temperatura tengo. Los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito se convierten en instrumentos de vigilancia que permiten trazar los movimientos del cuerpo individual. El COVID19 he legitimado las prácticas estatales de bio-video vigilancia para mantener una cierta idea de inmunidad

LO QUE CON ESFUERZO PODEMOS VER.

Creo que en lo expuesto anteriormente hay poco que debatir, son hechos, pero debemos de dar un paso más allá y hablar de conceptos de uso diario sobre los cuales reflexionamos poco.

Por difícil que pudiera parecer, lo que se está viviendo se podría resumir todo en una palabra, poder. Economía, política, sanidad, redes sociales, estados de alarma, mascarillas, respiradores, confinamiento, los aplausos y las caceroladas no son más que distintas técnicas a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de los individuos de una sociedad. Hemos pasado de una sociedad soberana a una sociedad disciplinaria hasta penetrar en el cuerpo individual, hasta somatizarse. Hasta convertir el cuerpo humano como símbolo de confinamiento. Todo acto de protección hacia unos miembros de la comunidad significa tener la autoridad de sacrificar otras vidas, todo ello en beneficio de la propia comunidad. Y lo hacemos priorizando recursos.

Y empezamos a hablar del concepto de inmunidad, antiguamente, inmune era el ciudadano exento de pagar tributos a la comunidad, hoy, este concepto ha migrado del ámbito del derecho al ámbito médico. Las democracias occidentales, ya desde el siglo XIX, han construido el ideal de individuo moderno no sólo como blanco, masculino y heterosexual, también lo han idealizado como inmune, con la significación antigua de que no debe nada a la comunidad. Obsoleto queda Durkheim con su solidaridad mecánica y solidaridad orgánica. Se pudo analizar las consecuencias de la conciencia inmune del ciudadano por el trato sufrido de la Alemania nazi a gitanos, judíos, homosexuales y discapacitados en los campos de concentración, eran cuerpos que amenazaban a la comunidad aria alemana. Estos hechos han continuado en Europa legitimando políticas migratorias como el Tratado de Shengen o las prácticas Frontex en el Mediterráneo. Observando las diferentes pandemias a lo largo de la historia bajo el prisma anterior, es posible elaborar una hipótesis expresando que: dime cómo tu comunidad construye su soberanía política y te diré que formas tendrás de afrontar las pandemias. ¿Nos estamos dando cuenta que las medidas de confinamiento, llevadas desde el ámbito político al propio individuo, son las mismas que utilizan los gobiernos para mantenernos inmunes frente a los considerados “extranjeros”?

No debemos ver el virus como el típico complot para mantener las políticas autoritarias. Muy al contrario, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que copiar las formas de gestión política que ya se utilizan en la gestión política de cada territorio. De ahí la hipótesis anterior, cada sociedad puede definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella.

Nuestra sociedad, ya antes del COVID19, está pasando de una sociedad escrita, orgánica e industrial, a una sociedad ciberoral, digital y de una economía inmaterial. De una forma de control disciplinario y jerárquico a una control mediático y cibernético. El cuerpo y nuestra subjetividad no se construyen en su totalidad en instituciones disciplinarias como escuela, fábrica, casa familiar, etcétera sino a través de un conjunto de tecnologías digitales y de transmisión de información. Esta construcción afecta a la economía, recursos globales, redistribución energías renovables, longevidad, olvido del modo binario de diferencia sexual y pasar a la aceptación de la diversidad sexual, un paradigma más abierto en el que la morfología de los órganos genitales no den por sentado la posición social desde el momento de nacer. Nuevas clases sociales, los que trabajan en casa y los que se ven obligados a trabajar con riesgo. Lo que está en el centro de debate es una amplia panoplia de situaciones en las cuáles deberemos de elegir que vidas serán salvadas y cuáles sacrificadas a nivel global. Es duro, pero es el contexto de la nueva comunidad global que es el planeta en su totalidad.

Llevamos más de 50 años redefiniendo las identidades y fronteras nacionales a base de muros y diques. Europa se construyó como comunidad inmune, abierta en su interior pero cerrada al Sur y a Oriente, curiosamente cerrada a sus almacenes energéticos, construyendo una falsa inmunidad. No tenemos que ver más que la actitud de ciertos países europeos respecto a la pandemia y la forma egoísta de actuar ante una crisis global. Una Unión Europea de 446 millones de habitantes reducida a la acción individual de cada cuerpo individual como solución al problema de la pandemia, el confinamiento. Nuestro cuerpo individual, espacio vivo y centro de producción y consumo se ha convertido en un nuevo territorio en el que las políticas de frontera que se llevan diseñando décadas se expresan ahora en forma de barrera y de lo llamado “distanciamiento social” 2 o 3 metros de distancia entre humano y humano. La frontera no es Ceuta, Melilla, Lampedusa o Lesbos, la frontera es mi mascarilla, mi piel.

Eliminando nuestro etnocentrismo, no debo pasar por alto esta otra situación, ¿Os imagináis países como la India? Comunidades que hacen su vida puertas afuera de su vivienda, gente que no tiene un sistema social y sanitario capaz de solventar esta situación, población que les ha pillado la epidemia fuera de sus viviendas, emigrantes en su propio país, y no pueden desplazarse a sus poblaciones por el confinamiento.

Conceptos como lugares y no-lugares desarrollados por Marc Augé, han cambiado sus paradigmas. Para los trabajadores sanitarios los hoteles (no-lugares o lugares de paso) se han convertido en sus viviendas (lugares), nuestras viviendas como (lugares habituales donde vivimos) se han convertido en sitios donde no podemos ir para evitar que se contagie nuestra familia con el coronavirus. Para otros, la vivienda habitual se ha convertido en el nuevo centro de producción y consumo, perdón, ciberproducción y ciberconsumo. Aeropuertos, calles, parques y jardines, nuestro habitus ha saltado por los aires. Nuestras topias y utopías no son las que eran, estamos en plena transformación. Se está inventando una nueva utopía de la comunidad inmune y una nueva forma de control del cuerpo individualizado. El nuevo sujeto no tiene piel, ni boca, ni se reúne, ni paga con dinero en metálico, no tiene labios, no tiene rostro, tiene máscara. Máscara física y máscara cibernética, correo electrónico, cuenta en Instagram o Facebook. No va a ser un individuo físico, sino un consumidor digital ya que nuestro espacio doméstico está hoy diez mil veces más tecnificado que lo estaba el último Apolo en 1973. Nuestros móviles se han convertido en nuestros carceleros y nuestras viviendas son las prisiones blandas conectadas al futuro.

RETOS DE FUTURO.

Llevamos alguna década fantaseando con las imágenes de ciudades vacías y de cómo ciertos animales están volviendo a ganar espacio en calles de Melbourne o canales de Venecia. Me vienen a la memoria películas como “Contagio” o “Soy Leyenda”. No estamos sentados en la realidad del momento, sino en la hiperrealidad como plano agregado compuesto de redes sociales, información, imágenes, al que damos más veracidad que a lo ocurrido en el espacio-tiempo que vemos discurrir.

En este paréntesis creo que debería redefinirse un nuevo “contrato social” expuesto por Rousseau siglos atrás. De hecho, creo que ya se está llevando a cabo, el neoliberalismo está dejando de tener la influencia creciente desde finales de los años 70. Hubiera sido difícil imaginar a Trump crear un amplio sistema de renta básica en los EE.UU. O en España, ha tenido que venir un virus para que a las personas dejen de ser abandonadas a su suerte después de un desahucio. Estas medidas no sé lo que durarán, lo que es evidente es que no es el mismo sistema de recuperación que con la crisis financiera de 2008. No pueden durar mucho cuando los recursos son muy limitados.

Necesitamos afrontar las crisis climáticas, instalar nuevos valores que infieran en la economía un perfil social, conceptos de sostenibilidad que puedan mirar cara a cara al crecimiento capitalista. Sanarnos como sociedad significa inventar un nuevo sistema, una nueva comunidad más allá de políticas identitarias y de fronteras, significa poner en funcionamiento formas estructurales de ayuda planetaria. Debemos pasar de un cambio obligado por un virus a un cambio deliberado y consciente para superar a los futuros virus.

Dicen que están surgiendo brotes verdes y que saldremos más solidarios y que esta pandemia cambiará a la humanidad, yo no lo creo. El capitalismo aprende de sus errores y en la lucha ideológica que se continúa librando van ganando los de siempre.

Rafael Pérez Legarre.

Sé el primero en comentar

Deja un comentario