Un triangulo amoroso (parte segunda)

La escritora simultaneaba su brillante trabajo con actividades políticas y sociales. No había dejado nunca de practicar la gimnasia, la natación y el caminar, mientras conseguía compatibilizar su trabajo literario con su militancia feminista, publicando “Feminismo, feminidad, españolismo” y “La mujer moderna”. La conciencia social que su familia le inculcó, y que ella misma alimentó más tarde en los orfelinatos y escuelas populares madrileñas, no le había abandonado. Y aún sacaba tiempo para asistir en el Ateneo a las clases de ruso que impartía el joven George Portnoff, quien pasó enseguida a formar parte de los amigos de la familia. Por si no fuera todo eso suficiente dedicación, María vivía de cerca las continuas y numerosas actividades del feminista y elegante Lyceum Club, siendo nombrada secretaria del comité español del Consejo Supremo Feminista de España, por lo que hubo de dedicarse también a la preparación del Congreso de 1920, que finalmente no se celebró en nuestro país, limitándose a asistir como delegada al celebrado en Ginebra.

Pero todo cambió entre ellos hacia 1921. La noticia del embarazo de Catalina aceleró el distanciamiento del matrimonio, aunque algunos maledicentes no tardaran en airear que era debido al también actor de la compañía Manuel Collado. Quizás aquella circunstancia motivó que Gregorio promoviera desde las páginas de El Sol una importante campaña de recaudación de fondos para los niños víctimas del hambre a consecuencia de la revolución soviética, con lo que afianzó significativamente su popularidad. No obstante, cuando Gregorio le comunicó a su esposa que esperaba un hijo de Catalina – cruel circunstancia para una esposa engañada con la que no tuvo descendencia alguna, y que no hacía más que mirar para otro lado con tal de no ver lo que sucedía –, decidió ésta que había llegado el momento definitivo de separar sus vidas por el bien de los tres, o de los cuatro, teniendo en cuenta también al que iba a nacer. Tuvo María el acierto de hacer coincidir esta dolorosa circunstancia con su eterno deseo de tener una casita con huerto al borde del mar, haciéndosela construir en la Costa Azul francesa, cerca de Niza, a la que puso por nombre “Helios”, el de aquella antigua revista modernista… No obstante, ni aún eso supuso la ruptura literaria de la pareja. En principio, se siguieron viendo los viernes en el domicilio familiar, que seguía siendo el de María, donde ésta continuaba cocinando para él sus platos preferidos mientras planeaban nuevos trabajos literarios. Pero, poco a poco fue cundiendo en ella el desaliento y la sempiterna dolencia de sus piernas, con la consiguiente pérdida temporal del interés por trabajar, e incluso la alegría de vivir. Y mucho más cuan-do supo que Catalina había traído al mundo una preciosa niña, en febrero de 1922.

A pesar de ello, a la escritora riojana aún le quedaban arrestos para continuar asistiendo a las reuniones del Lyceum y defenderse de la violenta campaña dirigida contra esta organización desde medios católicos, que calificaban a sus socias de “liceómanas, excéntricas y desequilibradas”. Y hasta fundó con Clara Campoamor, Elisa Soriano y César Juarros, la Sociedad Española de Abolicionismo, como una muestra más de sus acendradas ideas progresistas. Una vez finalizada su construcción, pasa largas temporadas en la lejana casa de Niza, mientras se estrenan nuevas obras teatrales que habían salido de su mano. Gregorio, por su parte, intentaba encargar nuevos trabajos a Eduardo Marquina, Honorio Maura y otros escritores, pero comprobó que no le daban el mismo resultado que su mujer, por lo que no tuvo más remedio que volver a recurrir a ésta, quien lo acepta de nuevo sin rechistar. No obstante, en la primavera de 1926, y una vez superados problemas de todo tipo, Gregorio había iniciado sin María su primera gira teatral por Europa y América, con su compañía Teatro de Arte Español. Aunque se le siguen dando muy bien los negocios, continúa dependiendo de ella para todo lo relacionado con la escritura, que ésta realiza desde Niza, cuando no viaja también por Europa para negociar contratos de traducciones y representaciones de sus obras.

 

Catalina había nacido en Cuba, en Cienfuegos concretamente,  era hija de unos emigrantes santanderinos que habían instalado un estudio fotográfico en la caribeña ciudad y que, con la independencia de la isla, habían regresado a su terruño cántabro de origen. Fue la niña educada en un colegio de monjas, donde un verano tuvo ocasión de recitar unos versos ante María Guerrero y su marido en casa del anciano escritor José María de Pereda. La veterana actriz la invitó a presentarse a ella en Madrid para hacerle una prueba de escena que superó con creces, siendo admitida inmediatamente en la compañía cuando contaba sólo 18 años. A los pocos meses le fue ya encomendado el papel de Coralito en la comedia de los Quintero “El genio alegre”, uniendo a su nombre de pila el segundo apellido paterno para formar el artístico. La crítica la trató desde un principio muy bien, sobre todo a partir de su papel de doña Sol en la obra “En Flandes se ha puesto el sol”, de Eduardo Marquina. El mundillo teatral pronto comenzaría a hacerse lenguas de su manifiesta belleza y su distinción natural. Doña María, que no quería ver noviazgos en su compañía y creía vislumbrar uno en ciernes, la obligó a casarse con el también actor Ricardo Vargas. Quizás tal casorio no fuese más que una triquiñuela de la vieja y experta actriz, que debió de haber atisbado una vez más la significativa atracción de su marido hacia la joven y hermosa principianta. Díaz de Mendoza acostumbraba a ejercer sobre las actrices jóvenes de su compañía una especie de derecho de pernada, y no podía ser la bella cubana una excepción. Sea quien fuere el causante, el temprano hijo de la actriz, que nació en Santiago de Chile en octubre de 1910, fue criado por los padres de ésta, recibiendo el nombre de Fernando, al igual que todos los hijos del famoso primer actor, y a quien años más tarde trataría de imitar también en el oficio.

La bella actriz trabajó cinco años en esta gran compañía, hasta que al regreso de una gira americana, los últimos días del año 1910, decidió dejarla, despidiéndose con “Primavera en otoño” del teatro de la Princesa. Los cuatro años siguientes formó parte del elenco del teatro Lara, tras aconsejar Gregorio su contratación al propietario del local. Fue ésta una importante etapa de vinculación en las vidas de mentor y pupi-la, como fase intermedia para su emancipación definitiva, hasta que a mediados de 1915, se asoció Gregorio con el gran actor catalán Enrique Borrás, arrastrando consigo hasta Barcelona a muchos de los actores del teatro Lara. El local de la nueva compañía sería el Novedades, trasladándose por ello el matrimonio Martínez Sierra – junto con Falla, que trabajaba entonces, como ya sabemos, con María en “Noches en los jardines de España” – a un amplio piso de la barcelonesa calle Roselló. La nueva situación no duró mucho tiempo, pues el más que consagrado actor catalán no pudo soportar la mayor importancia que creía ver en la tipografía de los carteles del nombre de la joven y desconocida actriz, en relación con el tamaño del suyo propio.

 

Un año más tarde, la nueva compañía formada por Gregorio – el Teatro del Arte – se presentó en el madrileño teatro Eslava con su obra “El Reino de Dios”. La inflexible autocrítica y perfeccionismo del escenógrafo le aconsejaron mezclar en esta nueva compañía sus dotes empresariales y organizativas con su imaginación de artista, cuidando al mínimo todos los detalles, desde las obras escogidas hasta el vestuario o los decorados, pasando por los actores seleccionados. Gregorio pudo enseñar así, por fin, al público español el teatro que triunfaba en Europa, haciendo a la vez rentable su negocio, y del teatro Eslava el centro del refinamiento y la modernidad. Y Catalina era, junto a Gregorio, el alma de esta fábrica de ilusiones durante la década que duró la existencia de la compañía. Según la gente del teatro, Catalina siempre fue muy buena actriz, pero muy mala persona. Cierto es que los críticos hablaban entusiasmados de su elegancia, capacidad de trabajo y disciplina, así como de su voz, belleza y enorme talento artístico. Sin embargo, como mujer… Sintió siempre muchos celos de María, llegando a hacerlos enfermizos, y mucho más desde que supo con certeza que era la autora de aquellos textos que servían tan adecuadamente para su lucimiento, que parecían trajes hechos especialmente a su medida. Llegó pronto a exigirle a Gregorio su separación, por pensar que era la culpable de haberle convencido – quién sabe, incluso, si con malas artes – de su imposibilidad de escribir por sí mismo, asegurándose de esta manera su eterno encadenamiento a ella. Estaba convencida de que con su separación quedaría destruido el maleficio, al darse cuenta él de su encanta-miento. Catalina llegaba a creer incluso que esta dependencia era también la razón de resistirse a vivir con ella. En el fondo, sus celos radicaban en su constatación de que el matrimonio compartía algo que era inalcanzable para ella: la inteligencia.

 

Por eso, cuando Gregorio supo que iba a tener un hijo con Catalina, anunció a María su intención de dejarla, para irse a vivir con la actriz, quien le había amenazado con dejar la compañía de no hacerlo así. Un mes más tarde, sin embargo, fue cuando volvió a su esposa para suplicarle que continuara escribiendo para él, además de jurarle su eterno amor, a pesar de todo. No es difícil imaginar lo que pudo sufrir la escritora durante aquellas semanas. Su marido iba a tener un hijo con otra mujer ; el hijo que ella jamás pudo darle. En la obra del regreso a los escenarios de la nueva madre – “La Mujer” –, Estrella, una joven esposa traicionada, descubre que su marido la engaña con otra mujer. María quiso, sin duda, crear así para la actriz una réplica de su propia situación; quizás para que supiese con ello el sufrimiento por el que ella misma estaba pasando. La dependencia literaria y emocional que siempre tuvo Gregorio de ella fue aún mayor desde su separación.

 

Éste reconoció legalmente a la recién nacida, a pesar de que el matrimonio continuaba funcionando a la perfección, en base al enorme conocimiento mutuo, sin que negase nunca a María como su íntima colaboradora, sin dejar de firmar las obras que de su pluma salían. Y ahí era donde Catalina se perdía, sin conseguir entenderlo. ¿Cómo era posible que aquella mujer escribiera papeles a su medida, conociendo de sobra la relación que mantenía con su marido? ¿Sería posible que disfrutara con ello, como algunos querían hacerle ver? Nadie la convencía de que no fuese un extraño sortilegio que hubiera empleado con Gregorio para hacerle creer que era incapaz de escribir por sí mismo. No podía ser que María fuese tan buena como él se la pintaba. Por el contrario, éste se mostraba realmente satisfecho de la extraña situación, disfrutando de todo el provecho que podía de cada una. Promocionaba al unísono los textos de María y la carrera de la actriz, sintiéndose muy por encima de las dos. Y ambas accedían a tan anómala situación, aunque no de buen grado en el caso de la actriz.

 

Catalina aparentaba ser en persona mucho más frágil aún de lo que parecía en el escenario, con un angelical rostro aniñado de delicados rasgos. Era hermosa, sin duda. Unas largas pestañas abanicaban sus misteriosos a la vez que inocentes ojos de un intenso verdor, que cambiaban la expresión de su mirada con enorme facilidad: era parte de su oficio. Unos pronunciados pómulos remarcaban sus perfectamente dibujados labios, que una fila de blanquísimos y bien cuidados dientes hacían de su boca uno de sus más preciados atractivos. Joaquín Sorolla supo sacar el mejor partido a estas manifiestas cualidades físicas cuando realizó su magnífico retrato, como años atrás había pintado el de su maestra, doña María Guerrero. Se crecía, al igual que Gregorio y al contrario que María, con la admiración del público y las caricias de la fama. Sabía fingir a la perfección la inocencia, la pena y la resignación, aunque en el fondo se mostrase furiosa, rabiosa y ofensiva cuando no conseguía lo que deseaba. Era tremendamente ambiciosa, así como propensa a la bebida, a pesar de las recriminaciones que Gregorio le hacía continuamente sobre ello.

En definitiva, la dulce María era la antítesis de Catalina. Era tal el deseo de la maestra riojana de pasar desapercibida, escondida tras la personalidad de Gregorio, que cuando cualquiera con la suficiente confianza se atrevía a sugerirle la conveniencia de firmar con su propio nombre sus obras, le contestaba incomodada, que quien primero la animaba a ello era el propio Gregorio, y que todas – “hasta las que he escrito yo sola” – son debidas a ambos. Postura radicalmente opuesta a la adoptada por Catalina, quien, a raíz de ser conocedora de la extraña situación que suponía la dependencia literaria del matrimonio, no perdía ocasión de criticar duramente a Gregorio por consentirla, a causa, según ella, de los enfermizos celos que María toda la vida sufrió. No obstante, éste le reconocía que su éxito había sido en buena parte debido a los textos de María, y que si nunca quiso que su nombre figurase en ellas, él no debía sino respetar su deseo. Incluso los papeles que escribió especialmente para Catalina lanzaron a ésta a la fama. Si de algo se podía acusar a María era únicamente de ser una olvidada de sí misma y hasta de su propio apellido, haciéndose pasar siempre por María Martínez Sierra, en lugar de María Lejárraga. Tras el nacimiento de su hija, decidió Gregorio firmar un documento en favor de María, en el que reconocía formal y públicamente que todas sus obras estaban hechas en colaboración con ella.

En enero de 1931 viajaron Gregorio y Catalina a Hollywood, contratados por Metro Goldwyn Mayer, aunque al no encontrar en esta compañía cinematográfica lo esperado, pasan en abril a trabajar con Fox Film Corporation, con posibilidad de rodar guiones redactados en español sin tener que limitarse a versionar en nuestro idioma filmes anglosajones. En julio rodaron “Mamá”, dirigida por Benito Perojo – único director español admitido por la Fox –, y protagonizada por Catalina. Tras pasar el invierno en España, regresaron de nuevo a California en junio de 1932 para rodar “Primavera en otoño”. Al año siguiente serían “Una viuda romántica”, “Yo, tú y ella” – versiones ambas de comedias de Gregorio – y “La ciudad de cartón”, guión también suyo, y con Catalina siempre como protagonista. Pasaron en Madrid las navidades para instalarse, en abril de 1934, en una magnífica finca de la ciudad marroquí de Tetuán. Mitchell Leiden dirigió “Canción de cuna” para la Paramount, con actores americanos, antes de que Gregorio y Catalina regresaran a Hollywood a finales de mayo para rodar “Señora casada necesita marido” y “Julieta compra un hijo”, ambas protagonizadas por ella.

 

Tras cuatro años de continuo cruce del Atlántico, en enero de 1935 lo harían por última vez, con intención de descansar unos meses en su finca marroquí y regresar en otoño a Madrid. Necesitaban un largo período de descanso antes de enfrentarse a los numerosos proyectos, e incluso contratos firmados ya, que la fama obtenida con su paso por el epicentro de la industria cinematográfica les había proporcionado. Pero el clima prebélico de los primeros meses de 1936 y, sobre todo, el levantamiento militar y la contienda civil, les movió a intentar su salida de Madrid, objetivo que consiguieron a finales de septiembre para pasar a Orán, donde permanecerían hasta finales de mayo de 1937 en que se instalaron en París. A comienzos de enero se trasladaron a Jean-les-Pins, cerca de Cannes, donde residen hasta junio de 1939 en que abandonan Francia para viajar a Argentina, animados por amigos que ya habían fijado allí su obligado exilio. Tras superar una primera etapa de estrecheces materiales, Gregorio es nombrado director artístico de la compañía de Manuel Collado y Josefina Díaz, dirigiendo en 1941 a Catalina en una nueva versión de “Canción de cuna” para los estudios de Generalcine. En enero de 1942 la censura franquista, cuyo régimen le abrió a Gregorio un expediente de depuración de responsabilidades, prohíbe la publicación y representación de todas sus obras, mientras que en Buenos Aires dirigía la versión cinematográfica de “Tú eres la paz”. En 1943, y para los estudios San Miguel, lo hizo con “Los hombres las prefieren viudas” y una nueva versión de “Mamá”, contando siempre con Catalina como protagonista. En agosto de 1945 la censura levantó la prohibición que pesaba sobre la totalidad de la obra de Gregorio, y Catalina rodó en Buenos Aires “Chiruca”, bajo la dirección de Benito Perojo, cometido que compatibiliza con su participación en emisiones radiofónicas de seriales escritos por Gregorio.

 

Pero mantener el nivel de vida a que están acostumbrados les cuesta mucho trabajo, lo que se complica aún más con la aparición de los primeros síntomas de una grave enfermedad. En septiembre de 1947 regresan a España, y el 1 de octubre Gregorio fallece en su domicilio madrileño de la calle Lista, 43. El entierro se efectuó al día siguiente en el cementerio de San Isidro. Tras el fallecimiento, Catalina forma en 1948 su propio grupo teatral con la denominación “Compañía Cómico Dramática Gregorio Martínez Sierra”, debutando el 7 de octubre en el teatro de la Comedia de Madrid con el “Pigmalión”, de Bernard Shaw, en versión del difunto. Durante cuatro años hace varias giras por España, interviniendo también en diversos seriales radiofónicos. En octubre de 1952, tras participar en un acto homenaje a Gregorio con la representación de “Triángulo”, y estrenar “Paño de lágrimas”, de José María Pemán, disuelve la compañía, declarando su intención de retirarse de los escenarios. No obstante, dos años más tarde regresa a ellos para representar la comedia de Stefan Zweig “Leyenda de una vida”, en el teatro Infanta Isabel de Madrid. Un mes después lo hace con “Miss Mabel”, de Robert Sheriff, compartiendo escenario con su hija Katia. En 1961 rueda “¡Adiós, Mimí Pompón!”, dirigida por Luis Marquina y junto a Silvia Pinal, Fernando Fernán Gómez y José Luis López Vázquez. En 1967 abandona Madrid para instalarse con sus hijos y su secretario, Julio Campos, en San Pedro del Pinatar (Murcia), donde permanecen hasta 1972, año en que se le otorga el Premio Nacional de Teatro como reconocimiento a su carrera artística. Falleció en Madrid, el 3 de agosto de 1978.

 

Por lo que a María se refiere, recibió la República con enorme alegría, dedicándose entusiasmada a la acción política a la vez que continuaba con sus publicaciones y conferencias. El nuevo gobierno la nombró enseguida presidenta del Patronato para la Protección de la Mujer, en sustitución de la infanta Isabel. Ingresó enseguida en la Agrupación Socialista Madrileña, junto con Margarita Nelken, siendo una comprometida luchadora por los derechos femeninos desde las filas del socialismo español. Inmediatamente de la legalización del divorcio, rompió formalmente su matrimonio, viviendo a partir de entonces con su hermana Nati, en su magnífico hotel de Chamartín. Creó junto con otras mujeres progresistas, y presidió, la Asociación Femenina de Educación Cívica – “la Cívica” -, como reacción al excesivo elitismo del Lyceum Club. En enero de 1933 formó parte del comité de redacción de “Cultura, Integral y Femenina”, junto a Clara Campoamor, Consuelo Berges, Isabel de Palencia y Elisa Soriano, así como de la directiva del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo (“Mujeres antifascistas”), cuyo programa reivindicaba también una serie de derechos para la mujer, y que presidía la diputada comunista Dolores Ibárruri. Ese verano recibió en Niza la invitación de las agrupaciones socialistas granadinas para ser candi-data en las elecciones generales de noviembre, aceptando encantada. En octubre se trasladó a esta ciudad para llevar a cabo una dura campaña junto con los otros candidatos madrileños, como Fernando de los Ríos y la joven socialista Victoria Priego. Es elegida diputada, junto con Ramón Lamoneda y Fernando de los Ríos, visitando repetidamente su circunscripción, para luchar desde su escaño por mejorar las condiciones de vida en ella. Tras los sucesos de octubre de 1934, abandonó sus tareas parlamentarias, manteniendo viva la protesta internacional contra la brutal represión y a favor de la solidaridad con los presos. Comenzó el año 36 haciendo campaña electoral en Asturias para las elecciones de febrero, con su íntima amiga Matilde de la Torre, y Dolores Ibárruri, y colaborando en el periódico Mujeres que dirigía esta última.

 

A los pocos días de iniciarse la contienda civil, fue designada miembro de la comisión gubernamental para la concesión de indemnizaciones a los heridos de guerra, teniendo para ello que visitar diariamente los hospitales de sangre, tarea que recordaría como la más insoportable de su vida. En octubre fue nombrada agregada comercial para Suiza e Italia, con residencia en Berna, a instancia de Matilde de la Torre, directora general de Comercio y Política Arancelaria. Asiste en París a una reunión de la Federación Sindical Internacional para tratar de la situación española, comprobando con tristeza la negativa europea a la venta de armas, así como el mantenimiento de su decisión de “no intervención”. En otoño de 1937 se hizo cargo en Bruselas de una colonia de niños evacuados de España, que distribuyó por hogares de obreros belgas, mientras daba múltiples mítines en los centros socialistas mineros de este país a fin de recaudar fondos para la España republicana. El final de la guerra le sorprendió enferma en su casa de Niza, donde residía junto a su hermana y sus sobrinos, lugar utilizado de paso de muchos amigos españoles en busca de más segu-ro refugio. Pasó allí los años de la ocupación nazi, bajo la identidad de “madame Martínez”, consiguiendo mandar a sus sobrinos a España con sus padres, y sufriendo ellas muchas penalidades, hasta llegar a tener que ser recogidas por su antigua asistenta, agravándose la situación por padecer dobles cataratas. En septiembre de 1944, tras la liberación francesa y a través de la Cruz Roja Internacional, Matilde de la Torre se interesa por ella desde México, siendo localizada en abril del año siguiente. Ésta pide ayuda a amigos comunes y al partido para que se le adelante dinero como pago de sus colaboraciones en El Socialista, no como las desinteresadas que escribe en Adelante, portavoz de partido y sindicato, que se publica en Marsella. En su correspondencia con Lamoneda se lamenta de la querella entre prietistas y negrinistas.

 

En octubre de 1947, al conocer la muerte de Gregorio, decide publicar “sus” obras completas, encontrándose con la negativa de Catalina y su hija, titulares de su legado. En mayo de 1948 se trasladó a París para ser operada de cataratas, volviendo a disfrutar con la lectura de la moderna literatura francesa. Colabora con una agencia de prensa para periódicos sudamericanos, y a comienzos de 1949 acepta el encargo de un editor de Nueva York para escribir recuerdos de su infancia, lo que sería la primera parte de su autobiografía: «Una mujer por los caminos de España» (1952). En septiembre de 1950 embarca hacia Nueva York, y en noviembre se traslada a Arizona, donde es acogida por la viuda de su gran amigo Portnoff. Nada más llegar colabora con su Universidad para la puesta en escena de “Es así”, obra de enigmático título escrita en sus últimos tiempos en Niza, y que no es sino una nueva versión de su “Madrigal”, datada en 1913, y que a su vez provenía de una novela suya de éxito publica-da en 1906: “Tú eres la paz”. En ella se describe un clásico triángulo amoroso muy similar al vivido por la escritora, que se convierte en extrañamente profético, habida cuenta de éstas últimas fechas. Viaja después a Hollywood para gestionar la filmación de alguna de sus obras, mientras escribe una comedia para niños: “Merlín y Viviana, o la gata egoísta y el perro atontado”, que envía a Walt Disney. Tras serle devuelto el original, se estrenó al cabo de un tiempo la película “La dama y el vagabundo”, transformada la gata Viviana en una elegante perrita cocker spaniel.

Ante la falta de propuestas concretas, decidió trasladarse a México, donde hizo traducciones y colaboraciones en prensa, mientras comenzó otra autobiografía: “Horas serenas”, que sería publicada como «Gregorio y yo: medio siglo de colaboración», en cuyas páginas recuerda únicamente sus momentos felices, borrando los desgraciados. La elevada altitud de la capital mexicana le aconsejó instalarse en 1951 en una confortable habitación del Hotel Lancaster, de Buenos Aires, desde donde establece relaciones con editoriales y periódicos, a pesar de que allí Gregorio había hecho correr tiempo atrás la noticia de su muerte. Su reconocimiento público de la “coautoría” de toda la obra de éste motivó una riada de artículos y comentarios en su defensa, a pesar de que el 50% de los derechos de sus obras pasaron a la hija de la Bárcena. En 1954 publicó un libro de teatro para niños, mientras continuó con sus colaboraciones periódicas en prensa, traducciones y programas de radio. E, incluso, un par de piezas teatrales más: “Tragedia de la perra vida” – su predilecta – y “La muerte de la matriarca”, ambas fechadas en 1960. A pesar de que un sobrino vivía también en Buenos Aires, María prefirió vivir independiente en diversos hoteles, donde recibía a amigos y discípulos. Murió en el sanatorio de San Camilo, el 28 de junio de 1974, faltando seis meses para cumplir el siglo de vida.

Eusebio Lucía Olmos

Consuelo Berges

CLARA CAMPOAMOR Y SUS ORÍGENES CÁNTABROS

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Sobre Eusebio Lucía Olmos 19 artículos
EUSEBIO LUCÍA OLMOS es graduado social y diplomado en Relaciones Laborales, profesión a la que ha dedicado toda su vida, tanto en entidades públicas como en empresas privadas. Su aproximación académica a las ciencias sociales y humanidades le acercó al estudio del movimiento obrero en nuestro país, así como a la importante contribución de éste a la historia nacional. Esta dedicación ha tenido también su correspondiente proyección literaria, con intención de acercar al gran público hasta una serie de importantes e interesantes hechos históricos. Hasta el momento ha publicado múltiples relatos y artículos en diversos medios, el capítulo sexto de la Historia del Socialismo Español (1989-2000), que inició el profesor Tuñón de Lara, y una novela larga (“Cosas veredes”, Endymión, 2009), sobre la huelga general revolucionaria de 1917.

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