Una bolsa con monedas guardadas.

Acudí en una ocasión a la vivienda de una señora muy anciana que reclamaba ayuda urgente.
Vivía sola, rozando la miseria, en su domicilio y recibiendo las visitas ocasionales o fugaces de un familiar lejano.
Solicitaba apoyo profesional para el día a día y clamaba llorosa por una mano que la acompañara cerca.
Sabiendo de la poca celeridad de la Administración en resolver estos casos y las urgencias vitales, me atreví a preguntarle con vergüenza de conciencia y sosteniendo la incoherencia ideológica interna si contaba con algunos ahorros que le permitieran pagarse esa ayuda de forma privada en la espera, debido a su premura.
Con muchas reticencias me confesó que tenía 80.000 euros en el banco, los ahorros de toda su vida y del que fue su esposo.
Ante mi cara de estupor por la forma de vida que bordeaba la indigencia en su década octogenaria, me explicó:
Ese dinero lo tengo guardado para cuando sea mayor
Respiré profundo antes de hacer un injusto juicio sumarísimo sobre la vejez y la cicatería y recordé:
Tantas veces que yo me guardé las palabras, los te amo, los estoy preocupada por ti, los me importas mucho, para otro momento.
A la amiga que se guardó el amor esperando a la persona adecuada, que rozara la perfección.
Al compañero que se guardó los deseos de aventura para el verano siguiente en que los miedos se hubieran largado.
Al hombre que escondió la ternura para cuando cuando resultara cómodo.
A quien se aguantó las ganas porque no sabía qué hacer con ellas.
A quienes no tuvieron encuentros íntimos y se mordieron el deseo por no habitar cuerpos hegemónicamente bellos.
A quien no se atrevió a ser quien era y disimuló su esencia.
A tantos y tantas veces que lo dejamos para «después». Un después polvo en suspensión que se desvanece al soplar.
Frente atesorar y retener, cada día más favorable a dar, ofrecer, compartir, atreverse.
Gastarse viviendo y no contando las monedas impolutas, una a una al anochecer, como avaro de Molière urbano.
Frente a acumular vida impecable, sin gastar, llegar al final sin monedas y con el cuerpo rico, abundante.
Lleno de todo lo que no pospusimos para cuando fuera el «momento».
María Sabroso.
Sobre María Sabroso 141 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

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