
El padre de José Antonio Labordeta tenía mal carácter pero era un buen profesor. Al abuelo Víctor le gustaban mucho La Marsellesa, el Himno de Riego y La Internacional. Todo esto y una copiosa cosecha de capitales historias dormidas en el tiempo lo sabemos porque Víctor Claudín lo ha escrito en una torrentera deliciosa que se va a volver más imprescindible que una República si queremos no andar con chepa la vida que nos queda.
Yo estoy de goloseo y se me ponen las pupilas candongas a medida que voy entrando en la sustancia escrita por Víctor, agarrado a las farolas como un personaje del gobierno de la comunidad, ese Rasputín.
Me explico: mi loquera es muy joven y tiene una teoría, no sé si llevada por la ingenuidad o por fundamentos científicos. Según ella, mi cerebro enfermo se defiende de sí mismo por la parva nutrida de muchos conocimientos que metió ahí la exigencia de profesores como el padre de José Antonio Labordeta. Y mis muchos vicios de hocicar los desvanes y las trastiendas. Según yo, a los jóvenes como ella les falta curiosidad, por eso se asombran.
Al margen de este diagnóstico producto de un declive de la universidad, suceden cosas raras y otras tristes sospechas.
Las cosas raras quizás las pueda explicar mi loquera: por qué se me están quedando las patillas como a Sinatra en «De aquí a la eternidad» si yo como más escabeche que el hermano gordo de La Casa de la pradera o el mismo Mazón, por qué me cuesta tanto leer incluso estas delicias de Víctor Claudín, y en cambio escribir me tira más que el pelo de eso que decía Confucio, y me salva.
Víctor Claudín plantea en su «Contra el olvido» una cuestión más allá de las sospechas: el hambre de las viejas generaciones por saber, frente a la duda de que los cachorros de hoy tengan apetito o se conformen. Quizás toda esa pasividad de los enclenques futuros dando la espalda a la historia y a un pasado que dio frutos como Víctor Claudín y más, sea el terreno mejor abonado para el relinchar de caballos que hoy suena aquí y en media Europa. ¿Abandonamos la idea de las casualidades?
Voy a seguir leyendo a Víctor Claudín que – aviso- escribe sin anestesia. Si me mustio, me pongo La bien cantá.
Valentín Martín.
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