
A veces me gusta salirme de la autopista. Dejar la línea regular de las vías diseñadas con cartabón y escuadra y perderme por las viejas carreteras nacionales que conducen al mismo sitio de forma enrevesada, con la tintura de los paisajes a la altura de la vista.
Salimos de Renedo, que estaba en fiestas, cuando la tarde comienza la despedida . Había llevado a mi pequeña a divertirse un poco en la locura de los coches de choque, el dragón car y las tirolinas revoloteando por las tómbolas y los cachivaches gritones y enjalbegados de lucernarias. Según entramos en el coche, se ajustó el cinturón, tomó una almohada que tenemos en previsión de cansancios varios y vi que entornó los ojos con intención de sumirse en sueño profundo. No había prisa, era media tarde, el plomo encebollado de grises que suele tintar el paisaje de Cantabria era hoy profundamente difuso. No había bruma. El cielo alardeaba de nubes panzudas que ocultaban un sol tímido que asomó solo al mediodía. Los verdes se tintaban de finura y temple brumoso. La temperatura acompañaba. Ni frío ni calor. Lo suficiente para arroparse con la consabida rebequita que nos acompaña como el llavero de casa. Ni viento ni nada que molestase el bienestar.
Aquél beso robado en un punto de ese camino que se tuerce y serpentea. El bar que supuso un reposo lánguido a una tarde venturosa. El viaje aventurero de cuando niña cuando todos los viajes suponían novedad y emoción. Una balconada entrevista en otra ocasión perdida en el recuerdo. El camino que se hizo amarrada a una mano y a un amor que murió de inanición aunque parecía eterno e impoluto.
La música acompañaba dentro del coche, el aire volteaba el pelo mientras intentaba asir esos colores, los olores de infancia y juventud para que se quedasen y me tornaran a entonces cuando todo estaba por vivir.
Al final, las luces nos mostraron la proximidad de la ciudad que lentamente envejece al compás de los sulfurosos días que aprietan el alma y no lo dejan volar.
Costó despertar a la pequeña. Costó desperezarme de tanta nostalgia. Dentro del coche aún persistía el olor a tierra y a bosta de vaca.
María Toca
¡¡¡Qué bonito y qué nostálgico!!!